Ricardo Piglia (1941 – 2017). Foto: Leo Ramirez/Agence France-Presse
Este inicio de año nos da un sacudón inadvertido para los amantes de las letras. La guadaña merodeando por mi Buenos Aires querido una tarde de verano, encaprichada en llevarse a uno de los exponentes literarios más destacados de la república Argentina y a nivel mundial: se fue el maestro Ricardo Piglia.
Escritor que cuenta con una vasta obra y un legado que abarca ensayos, críticas, prólogos, notas periodísticas, novelas, cuentos, cátedras y un sin fin de manuscritos que el viento reunirá en algún tomo postmortem.
Lo más natural, al enterarme de esta noticia que ronda a través de las redes sociales, es leer sobre este autor y tomar consciencia del vacío que representa que nos haya dejado. Era un referente irremplazable de la literatura latinoamericana, uno de esos que aparecen e iluminan un siglo para quedarse y marcarnos para siempre. Moviendo el cursor en la pantalla a medida que voy leyendo y recopilando datos con la necesidad de comprender y a modo de consuelo, me alegra saber que la editorial Anagrama publicará en estos días Los Diarios de Emilio Renzi, una novela en tres tomos, que aparecerá uno por año[1]. Además de estos volúmenes, el documental 327 cuadernos de Andrés Di Tella, saldrá a la luz ésta semana. El documental rastrea la vuelta de Piglia de los Estados Unidos a la Argentina y el proceso de edición de ese Diario[2].
Piglia, fue sin duda alguna un gran referente del género policial o novela negra, en donde conviven y convergen el género periodístico con su magia narrativa, que desembocan en un género de Non Fiction al mejor estilo del norteamericano Truman Capote. Su obra Plata quemada —ganadora del Premio Planeta argentinoen 1997cuenta con estos elementos, un hecho real, “un secuestro que aconteció en Buenos Aires en 1965 y que fue seguido con atención por argentinos y uruguayos a través de la prensa escrita y la televisión— adquiere aquí, gracias a la fuerza narrativa de Piglia, el nivel de los grandes relatos”[3]. En esta obra, Piglia construye un universo particular a partir de saltos en el tiempo, en el trabajo con las voces y estilos, temáticas sobre un mundo marginal y los vaivenes del mismo: drogas, prostitución, corrupción, etc.
Ricardo Piglia decía que “la serie negra es de las relaciones capitalistas: el dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única razón de estos relatos donde todo se paga… Son novelas capitalistas en el sentido más literal de la palabra: deben ser leídas, pienso, ante todo como síntomas”[4]. Y así será Ricardo, te seguiremos leyendo sin percatarnos de que alguna vez partiste.
A medida que sigo leyendo las notas que van apareciendo en diferentes diarios sobre la muerte y el legado de Piglia, surgen unos mensajes de una amiga amante de la literatura que conocí en Chicago. Entre sus mensaje leo: “¡Fue el mejor profe que tuve en Princeton! ¡De verdad estoy deshecha! ¡No hay palabras!”. Se trata de María Robertson- Justiniano, ex alumna de Ricardo Piglia. Para cerrar esta nota, que mejor que pedirle el favor de que comparta algo de esa experiencia vital:
“Después de llorar amargamente la pérdida de uno de los mejores profesores que tuve en mi vida, recurrí a los medios para descubrir lo que la gente publicaba sobre Piglia. Sí, es cierto, fue un gran escritor, cuentista, ensayista, y crítico de la literatura. Por suerte Piglia, el escritor, conseguirá la inmortalidad porque seguiremos leyendo sus textos. Pero ayer no lloré por la muerte de Piglia sino por la muerte de Ricardo, mi maestro querido.
Tomar clases con Ricardo era como volver a aprender a leer, descubrir la lectura por primera vez. Ricardo, “el maestro”, me enseñó cómo leer la literatura vanguardista y cómo ser una crítica de la literatura con el cariño y la paciencia de un padre. A pesar de su celebridad, Piglia nunca andaba por Princeton con aires de grandeza; todo lo contrario. En el aula, con sus alumnos, Ricardo era un lector que deseaba más que nada compartir esa pasión por la lectura con sus alumnos. Nos tomó de la mano y nos sirvió como un guía que iluminaba un mundo de la lectura a veces oscura y desconocida.
Hace poco le escribí un email para darle las gracias por ser un maestro inolvidable; me contestó su asistente por su parte porque para entonces ya no podía escribir. Me comunicó que Ricardo estaba trabajando como siempre y que le alegraba recordar su tiempo en Princeton y que me mandaba un abrazo. A pesar de su enfermedad, Ricardo seguía escribiendo y luchando con dignidad y coraje. Gracias maestro; te echaré mucho de menos pero cada vez que enseño un libro tuyo allí estarás conmigo guiándome e iluminando el camino incierto”[5].
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[1] http://www.revistaanfibia.com/cronica/los-cuadernos-de-piglia/
[2] Ibid
[3] http://www.lilianacosta.com/plata-quemada/
[4] Mesa Gancedo, Daniel. 2006. Ricardo Piglia: la escritura y el arte nuevo de la sospecha. Sevilla: Universidad de Sevilla, Secretariado de Publicaciones. (pp.113)
[5] http://luc.academia.edu/MariaRobertsonJustiniano
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Erika Doyle. Directora y fundadora de Café y literatura entre nosotros. Oriunda de Buenos Aires, Argentina. Emigró a Chicago en el 2000. Es escritora, promotora cultural y artista plástica. Su página personal es la siguiente: www.erikaestefaniadoyle.com