En estos días ha comenzado a circular la antología Del sur al norte: Narrativa y poesía de autores andinos. El BeiSMan ofrece un adelanto con esta crónica neoyorkina sobre cómo se vivió el día de la elección en Nueva York y los días posteriores. “Aquí estamos” es una crónica que nos asiste a comprender el pandemonio que se vive entre la comunidad inmigrante bajo la administración Trump.
∴
Noche eleccioÌn, espera de resultados. Diego, de Colombia, un bad hombre de la comunidad LGTB. Foto: Pamela Subizar
Trump Presidente. Día 1. Madrugada en Times Square.
La sorpresa
El día que Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos, la noticia llegó tarde al mítico Times Square. Cuando una de las pantallas gigantes mostró que el republicano había alcanzado los 270 electores, el triunfo ya se conocía en todo el mundo. Aunque esa madrugada yo no esperaba el resultado, quería un cachetazo para reaccionar. En países como el mío, la fuerza de los líderes se muestra en las calles. Ahí solo había un puñado de policías, periodistas, curiosos y fanáticos. La acción parecía estar, en cambio, en Twitter —que explotaba en comentarios afilados.
Algunos tumultos matizaron la decepción. En medio de una pila de personas, iPhones y cámaras de televisión escuché una voz grave cantando “Hallelujah”. Era un hombre blanco, cara redonda y sonrojada, con una bufanda roja y blanca envolviendo su cuello, que mostraba el cartel “Make America Great Again”. Junto a él había otros con carteles iguales: de cartón de caja y escritos con fibra, como si el resultado también los hubiera tomado por sorpresa.
Se decía que la fiesta republicana estaba en la Torre Trump y allí fui. Un policía me paró en seco cincuenta metros antes de llegar: necesitaba una invitación especial. A unas veinte cuadras, el centro de reunión demócrata ya estaba casi desierto. La madrugada del triunfo histórico se iba así, sin una reacción popular de festejo ni de duelo en el centro de Nueva York, del mundo.
Resolví volver a casa y vi entonces una imagen que fue el cachetazo de realidad que buscaba. Un joven moreno con uniforme de trabajo azul estaba sentado detrás de camión de repartos con el cuerpo encorvado hacia adelante, abatido. El teléfono mostraba que acababa de ver las últimas noticias y sus ojos chiquitos se perdían con pesar sobre el final de la calle vacía.
AÌngel DiÌas, de Puerto Rico, vive en Nueva York desde hace 17 años. Foto: Pamela Subizar
Trump Presidente. Día1. Mediodía en El Bronx.
Dios nos salve
Rita no quiere decir su apellido y se escapa al costado del puesto de flores de su compadre mexicano cuando tomo una fotografía. “Ella tiene miedo por los papeles, ya le he dicho que no va a pasar nada tan rápido” explica Pedro. Son las 12:30 pm del miércoles 9 de noviembre y estamos en Fordham Heights, en El Bronx, un distrito al norte de Manhattan donde la mitad de los vecinos son latinos. Y aunque Trump acaba de ganar, el fantasma de la deportación ya sobrevuela el ambiente.
Llegué en busca de la voz hispana en Nueva York, una ciudad con más de dos millones de personas que hablan español y donde más del setenta por ciento votó a Hillary Clinton.
El aire está cargado por una lluvia fina que dota de una cierta melancolía a los edificios y a los comercios, ya de por sí opacos. Los transeúntes van y vienen. Hay quienes compran, quienes venden, como Rita y Pedro. Parece un día laboral más. Una vecina me dice que no, no lo es.
“Estamos llorando ahorita por nuestro pueblo. No estamos felices, pero si el pueblo lo eligió hay que aceptarlo”, me explica Rocío López, mientras aprieta con cariño la mano de su hija. Ella es ecuatoriana y lleva treinta y cinco años en la ciudad.
“Tenemos que aceptarlo”, es una frase que vuelvo a escuchar. “Tenemos que tener fe”, también. La protección divina para ser, una vez más, la última salvación para los latinos.
—¿Cómo se sigue ahora con Trump presidente? —consulto por caso en una verdulería.
—Ya está, ahora tenemos que aceptarlo, tenemos que lidiar con el diablo. Porque ese hombre es maldad pura, solo el diablo puede hablar así de la gente —responde Jarry Luis Pérez, un cubano de 38 años que atiende el lugar. Alrededor se escuchan risas de aprobación. Se acomoda satisfecho la gorra y la capucha, y sigue, un poco más serio.
—Hillary tendría que haber ganado. No es tan buena, pero era mejor porque Trump no respeta a nadie. Ahora, los mexicanos van a tener que ir preparando los billetes para pagar el muro —dice y apunta a su compañero de trabajo, quien responde con una media sonrisa.
Una señora morena, vestida de gris y con botitas rosas de lluvia, me llama aparte.
—Trump va a cambiar de opinión porque Dios permitió que él llegara con un propósito. El Señor es invisible, pero penetra, decide. Amén-vaticina, persignándose. Después, me dirá que es Rita, de República Dominicana, no mucho más.
—No puedo decirte más. Yo no sé quién eres tú, para quién trabajas.
La estacioÌn de tren se fue llenando de papelitos de colores tras a eleccioÌn. Foto: Pamela Subizar
Trump Presidente. Día 1. Tarde en Manhattan
No es mi presidente/Terapia colectiva
Mientras tanto, Manhattan también trataba de salir del shock. En el subte, en la calle, en un café de la Quinta Avenida, fui escuchando durante ese miércoles conversaciones aireadas sobre el republicano y sobre en qué medida representa o no a los americanos.
La inquietud colectiva empezó a dar un mensaje contundente y silencioso bajo la calle 14, en estación del metro de Union Square. El artista Matthew Chávez propuso a los usuarios que pegaran sobre la pared de azulejos blancos papelitos de colores con sus sentimientos tras la elección. “Levántate. El amor es amor”, puso uno. “Mantente positivo”, otro. Y así, hora tras hora, cientos de pegatinas fueron formando un arcoíris en lo que se llamó “Terapia de metro”.
Había también un rumor que surcaba las calles: se venía una reacción —espontánea y también motorizada por simpatizantes demócratas. “No es mi presidente” en pocas horas fue tendencia en Twitter por todo el país. Cuando cayó el sol, estalló la calle. Como en otras grandes ciudades del país, los neoyorquinos salieron a decir no somos Trump: no somos racistas, sexistas, homofóbicos ni intolerantes religiosos. Entre ellos había latinos, pero el grito unificado de lucha de los hispanos llegaría unos días después.
Trump Presidente. Día 3. Queens
Cómo convivir
El ingreso a la sede de “Se hace Camino en Acción” (MRA en inglés) en Queens tiene las paredes salpicadas por fotos y anuncios de programas para inmigrantes, en inglés y español. “Miembros: 19.968”, cuenta un cartel. Debajo, la lista de los que pagan ocupa una hoja.
Sobre la izquierda de la habitación, hay un mural inmenso de un hombre moreno que grita con el puño en alto y rompe el marco. Una puerta abierta deja ver, al fondo de un salón, un mapa con estados azules y rojos que no terminó de colorearse. Allí siguieron los resultados de la elección el martes a la noche. Tres días después, el lugar es un hervidero de gente.
“En las últimas cuarenta y ocho horas, a cada momento alguien se acercó a la sede a preguntar qué va a pasar”, cuenta Javier Valdés, codirector de MTA. Desde hace años, la causa de Valdés es la de los inmigrantes. Aunque nació en Boston, se siente uno de ellos. Sus padres son argentinos y vivió su infancia un tiempo por allá, otro en Venezuela.
Mientras siguen las protestas en las calles, las familias latinas se enfrentaban a otra lucha, la cotidiana: cómo convivir con Trump presidente, y con los que lo votaron. Y organizaciones como MRA tienen ahora un papel clave, dice Valdés. Las organizaciones sociales preparan talleres y asesorías y también medidas para enfrentar políticas anti-inmigrantes: en lo legal, en lo judicial, en lo local junto a la alcaldía de Nueva York. “Pasamos de la aceptación y la contención de los primeros días a organizarnos para la acción”, define. Y la primera gran demostración de fuerza será el domingo próximo con una marcha por el centro de Manhattan.
Le pregunto a Valdés por uno de los problemas más difíciles post-elecciones: el miedo de los niños latinos a que algún familiar sea deportado y las agresiones que sufren en las escuelas.
—Vamos a hacer talleres para ayudarlos. Existe mucha preocupación. Mis tres niños están con miedo, aunque ellos son ciudadanos estadounidenses. Me dicen que cómo puede ser que alguien que hable tan mal de la gente, que sea anti inmigrante y anti latino pueda ganar.
—¿Y cómo le explicas a los niños lo que pasó? —le pregunto.
—Este país es grande, hay personas de todos lados. Algunos tienen temor, no les gusta que la diversidad del país esté cambiando, eligieron ir contra eso —contesta con seguridad, buscando las mejores palabras.
—¿Han tenido situaciones de problemas de chicos en las escuelas?
—Sí. En Long Island, a una niña de ocho años que es miembro de la comunidad la golpearon en la escuela cuando supieron que sus padres habían apoyado a Hilary Clinton. Otros chicos en una secundaria en Brooklyn fueron suspendidos ayer porque se pelearon con compañeros que les habían dicho “por qué estás aquí, ya te deberías haber ido, ganó Donald Trump, te toca salir”.
AquiÌ estamos y no nos vamos. Foto: Pamela Subizar
Trump Presidente. Día 5. New York
Aquí estamos
Vuelvo a la sede de MRA el domingo 13 de noviembre. Es el día de la primera marcha con Donald Trump electo. En la puerta se amontonan jóvenes, señores con bastón, padres con cochecitos. Los líderes, que visten camisetas celestes, reparten pins de MRA y bolsas de nylon con agua, fruta y golosinas, y arman afuera grupos de sesenta.
La sede está en la avenida Roosevelt, en Elmhurst, donde la vereda se ha vuelto un shopping improvisado a cielo abierto. A los locales de siempre, como los comedores con los antojitos mexicanos, los fashion shops con jeans levanta cola, las botánicas con santos y amuletos, se suman verdulerías montadas al paso con cajas de cartón, tablones que sostienen a la Virgen de Guadalupe y al Papa Francisco y mantas sembradas de aretes y pulseras. Entremedio, están los “gritones” de los tres pares de medias por diez pesos, del corte para dama y caballero, del venga, venga —así: en español— que resuenan por encima del reggaetón y las corridas para las familias que van y vienen sin cesar.
Atraviesan todo eso, los líderes con sus grupos, gritando: “Trump, escucha, estamos en la lucha”. La gente abre el paso, saluda, frunce el ceño, sonríe. Van a la estación del tren que los lleva a Manhattan, a las puertas del hotel del republicano.
Entre los líderes hay un hombre de 50 años, con bastón. Tiene un número escrito con lapicera sobre su brazo: un teléfono de emergencia ante una posible detención. Llegó desde México cruzando la frontera, se casó y formó su familia. “Llevo treinta años trabajando acá, pagando mis impuestos, cumplo con lo que me corresponde. No veo por qué no puedo vivir en paz, por qué me tengo que vivir escondiendo”, se lamenta.
En Columbus Circle, los grupos de MRA se unen a otros de Law Immigrant Rights Project, de Dreamers y más organizaciones. Forman un grupo compacto que, cercados por las vallas y los uniformados de la Policía de Nueva York, corean a Trump, a las puertas de su hotel en la vereda del frente: “Aquí estamos y no nos vamos. Y si nos echan, nos regresamos”.
Llegan más manifestantes con más carteles, en inglés y español. Dicen que no son uno, que no son diez, que son millones, que hay que contarlos bien. Dicen que son estudiantes, que son trabajadores, que no se van. Dicen también que quisieron enterrarnos; no sabían que éramos semilla.
Se suman también protestantes de otras comunidades. Entre ellos hay una mujer de rasgos asiáticos que lleva velo, vestido negro y lentes de sol. Se llama Hesu, es de Brooklyn. “Estoy aquí por patriotismo”, explica con orgullo. Agrega: “El pueblo no debe apoyar a un líder que ha realizado acciones y dicho palabras que son racistas y sexistas, que no apoya lo que por ley representa al país”.
En la tarde, la marcha es una densa columna que avanza con extremo control policial hacia la Quinta Avenida. Al frente, agitando una banderita americana con energía marcha la ecuatoriana Marta Gualotuna. “Tenemos miedo, no estamos tranquilos, pero no debemos dejarnos amedrentar, no nos pueden tronchar los sueños”. El suyo es ver a su hijo. “Tuve que dejar mi país y quedó allá mi bebé. Ahora tiene 22 años”.
Marta no va a abandonar su puesto. Irá junto a miles de personas hasta la Torre Trump. Desde alguna ventana él tal vez la vea, tal vez no. No importa, el mensaje ya está claro. La lucha arrancó.
En Columbus Circle. Foto: Pamela Subizar
Del sur al norte: Narrativa y poesía de autores andinos reúne textos de narrativa y poesía, escritos en español desde suelo norteamericano, por autores latinoamericanos procedentes de los países andinos. Al destacar la fluidez de la identidad sudamericana y andina que se rebela ante cualquier tipo de lineamiento en la creación literaria, esta obra contribuye con matices nuevos al gran mosaico de la cultura hispana en los Estados Unidos. Disponible en Amazon: http://a.co/5vOFdTZ
∴
Pamela Subizar. Nació en Córdoba, Argentina en 1986. Es periodista y licenciada en Comunicación Social por el Colegio Universitario de Periodismo Obispo Trejo y Sanabria y la Universidad Católica de Santiago del Estero. Ha desarrollado gran parte de su carrera en periodismo online y cobertura diaria de actualidad informativa. Trabajó como redactora y cronista para los diarios argentinos La Voz del Interior y La Nueva Provincia. Reside en Nueva York desde agosto de 2016, donde trabaja como corresponsal y periodista freelance. Le interesa el relato de problemáticas urbanas y sociales en crónicas narrativas o de no-ficción.