Billie canta el blues

 

La cantante Billie Holiday encarna con su vida un intenso blues. Uno de los compiladores de su obra, Joel E. Siegel, traza la esencia de su arte en el mundo del jazz de manera concisa: Billie Holiday es la cantante de jazz “más emotiva de entre todas”. En uno de sus apuntes cuando Siegel recaba The Complete Billie Holiday on Verve (1945-1959) indica que mientras las demás asumen el canto de una manera más o menos espectacular o de una manera más formal y/o una más técnica, ninguna logra hacer “suyas” las canciones con tanta fuerza como ella. Ninguna logra la intensidad que Billie alcanza al interpretar cada melodía.

Vehemente Billie Holiday va por su vida sin paliativos. El acento que le imprime es la marca de autenticidad con la que forja su carrera. El jazz tiene alma de blues. El mundo de sus canciones es el de la comunidad afroamericana, en él como en lo cotidiano ella se desplaza de un extremo a otro, es la jovial cantante que sabe a ciencia cierta lo que significa tener swing y enseguida ofrece sin cortapisas su lado obscuro, el fatídico, el trágico, el más blusero.

No cabe aquí un boceto de su biografía, pero me detendré en Strange Fruit, el poema que Billie al cantarlo volvió emblemático y que acaso divide su carrera, que es decir su vida, en un antes y un después.

Strange Fruit es su parteaguas personal, como también lo es en la historia de lucha por los derechos civiles de los negros… y lo es porque en los ribetes vergonzosos de la historia estadounidense marca un antes y un después de los linchamientos tan endemoniadamente cotidianos, incluso hasta en la década de 1960.

Por su intensidad ante la vida, porque en ella desde bebé fue una víctima, hay quien dice que cuando Billie llega al Café Society, a los 24 años, es como si ya hubiese vivido varias vidas. La época del Café Society propicia un punto intermedio entre una etapa y otra en la carrera de Billie, quien viene de una niñez desprotegida y una adolescencia de problemas; a los 17 llega a Nueva York, atraviesa días de prostitución y cárceles y a principios de la décda de 1930 se decide por el canto. Actúa en distintos salones de Harlem. Hablan de ella, la reconocen, la respetan. Graba con Benny Goodman, trabaja con Duke Ellington y es una luminaria en el mítico Appollo de Harlem. La contrata Count Basie, conoce a Lester Young, se pasa a la banda de Artie Shaw y se va de gira hasta que se harta de las vejaciones por ser una cantante negra en una orquesta de blancos.

Así llega al Café Society, un salón en Greenwich Village en cuya entrada rezaba el lema: “El lugar equivocado para la gente indicada”, en inglés un juego de palabras: “The wrong place for the right people” que implantó su propietario Barney Josephson, anfitrión de toda clase de izquierdistas. Billie pasa varios meses trabajando en el Society, después de eso vendrían sus grandes éxitos, cuando los mejores escenarios le abren sus puertas pero también aparecerán sus demonios personales, la presencia de abusos sufridos en la infancia y adolescencia, lapsos de prostitución para subsistir en las márgenes sociales, el alcohol y las drogas. Una vez adentrándose en su vida de cantante, en una espiral que asciende y desciende experimenta prolongadas ovaciones, roles en películas, escenarios de primer nivel, grabaciones memorables, históricas sesiones con las grandes figuras del jazz. Giras europeas. Hasta el declive y la muerte.

 

Extrañas frutas

El hallazgo de una terrible imagen llevó a James Allan, un anticuario de Georgia, a buscar más… y halló otra similar y luego otra y otra hasta hacerse de una colección aterradora: fotografías de linchamientos de negros en las profundidades de Estados Unidos.

Las fotos eran multiplicadas en tarjetas postales, era común mandarlas por correo. Allen publicó en el 2000 su colección bajo el título Without Sanctuary: Lynching Photography in America, acompañada de ensayos de diferentes autores.

Allen narra sus impresiones, escalofriantes, de uno de los aspectos más deshonrosos de Estados Unidos. En la última década del siglo 19 y durante las primeras del 20, sobre todo en el Sur, se sucedían los oprobiosos linchamientos. Los quemaban vivos, los colgaban —llenos de latigazos— de los postes de teléfono, de los árboles, de los puentes. El racismo en toda su abyección. Era común que muchedumbres excitadas —con pretextos de justicia o mero racismo— arrastraran a un hombre o una mujer y lo colgaran en medio de una siniestra algarabía.

Los periódicos solían anunciar fecha, hora y lugar de los linchamientos, por lo que aquello se volvía una kermés infernal, había excursiones en autobuses o trenes para quienes disfrutaban presenciar los rituales del odio.

Allan comparte sus observaciones con gran pasmo. Hay imágenes que muestran una multitud festiva, incluso familias completas, niños divertidos, adultos gozando al contemplar a un negro ser quemado vivo; espectadores que se ríen en torno a los cadáveres de negros, chicos y grandes, mujeres y hombres ahorcados.

Los linchamientos como espectáculo público exacerbando las pasiones más viles de quienes los cometían.

 

Strange Fruit

El poeta Abel Meeropol, un comunista de origen judío, escribe Strange Fruit luego de quedar impresionado por una foto en un periódico en 1939, la imagen era la de un negro ahorcado y carbonizado que colgaba de un árbol en el campo.

El texto original se resumía así: “Un fruto extraño cuelga de los árboles del galante Sur / un cuerpo negro que se balancea en la brisa como en una pastoral / los ojos saltones, la boca en una mueca / el aroma dulzón de las magnolias y la carne quemada / que a los cuervos les gusta picotear / a la lluvia empapar y al viento balancear / es el fruto de una amarga cosecha”.

Meeropol era profesor en una escuela del Bronx, publicó el poema en The New Masses, el periódico del Partido Comunista norteamericano; poco después le puso música y la tocaba en las reuniones del partido en el Café Society, un sitio progresista donde negros y blancos fraternizaban y al que acudían intelectuales y artistas.

El Society era sobre todo un club de jazz neoyorquino. Billie ensayaba con su grupo los lunes, se presentaban de martes a sábado; uno de esos lunes Meeropol llegó con su poema bajo el brazo para dárselo a conocer a Billie, ofrecérselo para que lo interpretara, se dice que sin mucho interés ella aceptó. Lo escuchó con la musicalización que Meeropol le había compuesto sin impresionarse, sólo le preguntó qué significaba “pastoral”. Pero más tarde durante el ensayo, cuando Billie lo canta por vez primera —con lágrimas en los ojos— tanto Meeropol como Josephson saben que algo había pasado, que el poema vuelto canción, en la voz de Billie se configuraba en himno, ella transfiguraba la letra en experiencia, la expresaba hasta el estremecimiento de los escuchas. Con el tiempo se volvería una suerte de Marsellesa entre los afroamericanos, un canto de resistencia, el testimonio que convocaba a la conciencia a rebelarse.

Al paso de los días su interpretación encendió el lugar. Josephson, llegó a poner un anuncio en el The New Yorker que decía: “¿Aún no has escuchado Strange Fruit que crece en los árboles del Sur cantada por Billie Holiday?”. Era un acontecimiento, las presentaciones se hacían a sala llena, Nueva York desbordaba el Society.

En una sociedad férreamente segregada, el Café Society era el único sitio fuera de Harlem donde los negros podían entrar por la puerta del frente. Billie tenía las cosas bien claras respecto al menosprecio desde el racismo. Unos años antes del Society, en Dallas vio morir a su padre luego de acompañarlo, moribundo, de hospital en hospital sin que ninguno lo admitiera por ser negro. Su carrera y su vida fueron indisolubles, no había fórmulas secretas en el arte de Billie Holiday. Su éxito se daba porque al cantar era ella, era la bebé de una madre adolescente, era la niña de las penurias de la pobreza, la joven de las cárceles, la de los oficios más difíciles, era la joven mujer que se había hecho cantando a destajo en Harlem, la que había conocido a fondo el racismo.

 

 

La artista del canto

Ángela Davis analiza en su estudio Blues Legacies and Black Feminism la manera como Billie Holiday, Gertrude Ma Rainey y Bessie Smith a través de sus cantos propician concientización y determinación en una comunidad golpeada y humillada por la esclavitud y la segregación.

En su ensayo Davis subraya el talento de Billie al cantar, eso de trasladar su experiencia a sus interpretaciones. Cada línea de lo que cantaba Billie lo llenaba de su realidad de vida.

“Era capaz de dotar de profundidad e ironía las letras más cursis o sentimentales que le imponían, desviándolas con frecuencia de la intención original del autor”, apunta Davis.

El carácter genial de las actuaciones de Billie Holiday radica en que les imprimía “una forma estética” a sus experiencias vitales, “que las convertía en escenas en las cuales otras mujeres podían identificar críticamente sus propias experiencias”.

Billie ofreció a otras mujeres —nos dice Ángela Davis— la posibilidad de comprender las contradicciones sociales que encarnaban en sus propias vidas.

Davis señala el ángulo femenino, pero bien visto la vida de Holiday y en el envión su canto singular toca a todos por igual, hombres y mujeres, negros y blancos.

Otro señalamiento de Davis que quiero recoger es cuando se refiere a Strange Fruit. Su contexto se da entre posiciones encontradas, muchos se resisten a aceptarla, hay críticos de jazz que publican que descarrilará la carrera de Billie, otros la ven con escepticismo aún entre activistas negros, las radioemisoras se niegan a programarla y el sello discográfico de Billie decide prohibirla. Pero en un sello independiente, el Commodore, aceptan grabarla. En dos semanas es una bomba imparable.

Con Strange Fruit, Billie hace su particular posicionamiento político, subraya Davis quien destaca que con valor hace suya esta pieza ya desde el mero hecho de cantarla. Billie “demuestra un gran coraje al hacerla suya y convertirla en un elemento central de su repertorio” a pesar de las resistencias en su entorno.

Así pues Davis también ilustra de manera concisa el aura de Holiday a partir de Strange Fruit: Con su interpretación de Strange Fruit, Billie cambió —casi a solas— el devenir de la cultura popular estadounidense: Puso los elementos de protesta y resistencia de nuevo en el centro de la cultura musical negra contemporánea.

Ella la cantó durante el resto de su vida.

 

PS.- Una maldita ‘pastoral’

En 1958 unos meses antes de su muerte, Billie Holiday cumple una condena de 8 meses en prisión, cuando sale de la cárcel la poeta Maya Angelou la acoge en su casa para que se reponga. Durante esa estancia una noche Billie le canta a Guy, el pequeño hijo de su anfitriona, Strange Fruit. La anécdota la cuenta Maya Angelou en su autobiografía The Heart of a Woman: es la hora de irse a dormir y el chico ya está en la cama, Billie le canta a capella el célebre poema vuelto canción y que ella convirtió en un himno.

Cuando terminó la canción, Guy le pregunta a Billie el significado de “pastoral”, entonces cuenta Maya que Billie se le quedó viendo al niño detenidamente, y luego de un momento y con un dejo despectivo, evocó su propia interpretación: “Es cuando agarran a un negrito como tú, le cortan los huevitos, se los meten por la garganta y lo dejan colgando de un árbol. Eso es una maldita pastoral, querido, y no aceptes que nadie te diga otra cosa”.

 

 

Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano, es director editorial de La Estrella en Casa y La Estrella Digital en Dallas/Fort Worth Texas. Para comentarios: Twitter: @laestrelladfw o E-Mail: rcaballero@diariolaestrella.com.