Desde mi ACV, cuando la depresión me golpea, a veces pienso en la muerte. Y ya no me parece tan espantosa como en años más mozos. Ahora, en esos momentos la muerte me parece lo que llamo “una opción viable”. Pongo a mi familia muy triste con ese pensamiento.
Yo suelo mantenerme optimista, comprometida e involucrada con la vida. Manejo mi coche, tengo un trabajo de tiempo completo con el cual mi familia se sostiene y mantenemos techo y mesa (junto con los ingresos de jubilación de Raúl).
Yo también, como atea de décadas, creía que uno se muere y se acaba todo lo que uno es cuando se dispersan y desaparecen los átomos que nos conforman.
Ahora en retorno a mi incierta fe, guardo la esperanza de que existiré en mejor forma.
Pero en realidad uno no sabe nada de nada. Si no es por ese concepto de la fe, de creer en lo no visto, en lo no palpable. Yo he decidido reconocer que necesito eso: mi fe se ha vuelto asidero seguro a medida que envejezco.
Raúl cumplirá 65 en octubre; yo cumplí los 57 el sábado y uno sabe que ya no hay marcha atrás. Solo queda el enclenque camino hacia la vejez y la muerte.
¿Qué más? Nos quedan la música y las demás artes. El pastor bautista que interpreto los domingos* dijo que el alma humana se siente magnetizada hacia la belleza de la creación y mostró fotos de lagos y océanos y bosques y de toda la belleza natural hasta llegar a la foto de una nébula. Y dijo, cuando uno piensa en vacacionar, piensa en lugares como estos. Y todo esto está fuera de Dallas. 🙁 Pero nuestra alma igual nos jala hacia la belleza.
Nos quedan nuestros hijos y sus vidas en plenitud; los nietos y sus gracias; los benditos libros; las cosas que embellecen nuestro espacio íntimo; nos quedan nuestro/a compañero/a, ese/a de décadas que nos conoce en nuestra peor versión y no deja de apostar por nosotros, porque también nos conoce en nuestra mejor versión; nos queda la luz de las velas, las plantas que regamos fielmente; nos quedan los árboles.
Nos quedan los sueños.
La dulzura de la nostalgia y los recuerdos.
Podemos aferrarnos como náufragos a todo esto a medida que la muerte se nos aproxima, tal vez no como temible monstruo, sino como una sabia anciana que lo ha visto todo y que sabe que nuestras lágrimas no tienen necesidad de ser, como nosotros mismos llegado el momento.
Mientras tanto bailemos con la esperanza, que sea nuestra pareja hasta ese momento.
Se los dice esta mujer rota e incompleta**.
*Cada domingo la autora realiza interpretación simultánea del inglés al español.
**La autora sufrió un ACV (Accidente Cerebrovascular) tras lo cual tiene parte de su cuerpo inmóvil.
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Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español. Para comentarios: mhc819@gmail.com.