En la semana del repentino fallecimiento de Juan Gabriel muchos periodistas se lanzaron a las calles a recoger las opiniones del público. La pregunta más frecuente era: ¿cuál es tu canción favorita? Nuestra hija Ana Lucía, quien trabaja para National Public Radio, también le llamó a Nancy para entrevistarla con miras a poner en el fondo de la noticia uno de los grandes temas. Su madre no es latinoamericana, pero en 1989 la llevé a ver un concierto en Chicago y no dudó en decirle que pusieran Amor Eterno. Luego la preferencia de los fanáticos se disparó en favor de esta canción en Youtube. Para el domingo siguiente ya había miles de likes y millones de comentarios en las redes sociales. Me refiero específicamente a su versión del Palacio de Bellas Artes, lugar hasta entonces reservado para conciertos de música clásica a los que asiste la élite mexicana. La presentación del Divo es simbólica si consideramos su procedencia provinciana. El día del célebre evento ya no es el tímido cantante de melena equipado con una guitarra. Lo acompaña nada menos que la Orquesta Sinfónica de México. Su vestuario ya no es el pantalón acampanado con la camisa suelta. Ha adquirido un estilo y un dominio sobre el escenario. La del Palacio de Bellas Artes es la presentación de presentaciones y Amor Eterno su momento cumbre por tratarse de una canción sobre la nostalgia en la que se evoca el cariño de la madre. Estamos ante un maestro. Abre con la dedicatoria a las madres que se encuentran más lejos, en el estrado. Su comienzo es solemne y mesurado, como sabiendo que la gente le sigue la tonada. Luego llega ese instante en que va de un lado a otro, como poseído de una fuerza indescriptible. Los reflectores lo siguen. La mímica es involuntaria. Su canto deja de serlo para convertirse en alarido, igual que las sílabas en el monólogo dramatizado. Evoca. Mira hacia dentro y hacia afuera. Dialoga consigo mismo. Juan Gabriel también deja de ser quien es o el que conocemos. Basta con mirarle la cara. Hay una fusión total del tema con el aquí y el ahora y la imagen es lo que menos importa porque en esta, como en muchas de sus canciones, hay una identificación plena con sus escuchas. El finale es un revival a la manera de los vistos en los conciertos de gospel. “Amor eterno” es la canción y este el momento para el que Juan Gabriel se ha estado preparando años, en lo escrito y en lo cantado, igual que el dramaturgo que resume e inmortaliza su obra en unas cuantas frases. La producción de Juan Gabriel es amplia y variada; la pregunta de los reporteros difícil. Los entrevistados dan muestra de verse metidos en aprietos. La respuesta de Nancy es buena. Nadie puede equivocarse con “Amor Eterno”. National Public Radio la saca al aire.
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Ricardo Enrique Murillo. Escritor y maratonista de Huejuquilla, Jalisco. Nacido en el estado de Jalisco, México, bajo el signo de Tauro. Desde Nueva York colabora en revistas culturales, la mayoría migrantes: huejumexico@yahoo.com.mx