Demócratas vs. Republicanos. Imagen: ivn
Si bien es la favorita desde mucho antes de que se iniciaran las elecciones primarias, hoy todo mundo se pregunta si realmente Hillary Clinton es la candidata inevitable de los demócratas; asimismo un estupor recorre el mundo ante la presencia avasallante de Donald Trump en las primarias republicanas.
Sin embargo no se puede decir ni de Clinton ni de Trump que tengan asegurada la nominación. En el debate del domingo 6 de marzo entre los aspirantes demócratas Hillary Clinton y Bernie Sanders de nuevo se constató que la competencia sigue; en tanto que en la disputa republicana Ted Cruz cada vez más se crece en su desafío.
Con cada nuevo debate queda de manifiesto que los sostenidos por los demócratas mantienen una altura cívica, civilizada y respetuosa; en tanto que los sostenidos entre los republicanos, su deplorable nivel de ataques, críticas personales e insultos transforma los escenarios y sets en penosos chiqueros.
Respecto al debate de los demócratas en Flint, Michigan, lo dicho arriba no implica que sean confrontaciones tersas, el carácter civilizado del encuentro no matiza la confrontación, Clinton y Sanders se dieron fuerte desde sus respectivas posiciones.
Resaltó una vez más y seguirá resaltando a lo largo del resto de las primarias el tema que más los enfrenta: el conflicto de intereses que Clinton ha sostenido con Wall Street. Sanders insistió en que la ex secretaria de Estado haga públicos sus discursos dados ante los directivos del grupo financiero Goldman Sachs; Hillary quiso deslucir la postura de Bernie señalándolo como un rival monotemático, con una obsesión por los bancos y la disparidad económica… pero Bernie le reviró dándole la razón: “Supongo que usted tiene razón, mi único tema es intentar la reconstrucción de una clase media que está desapareciendo”.
Así una y otro fueron subrayando sus contrastes. Pero no busco aquí hacer una reseña de ese debate. La disputa entre ambos demócratas —más allá de sus diferencias y de las coincidencias que aparecen en sus testimonios de una manera u otra— se cifra en el voto de las minorías, y si bien Hillary lleva las de ganar en ese terreno, hoy por hoy ese respaldo está todavía en el aire. Hillary no tiene garantía de mantener los votos afroamericano y latino, y Bernie tiene necesidad de ganarse esos votos. Ahí van, en eso están.
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Y a ver pues, veamos lo que pasa entre los republicanos que —si lo vemos con calma— puede ser hasta entretenido (toda vez que uno, sin empacho, tiene la expectativa de ver que la fragmentación en curso sea una verdadera escisión entre los republicanos).
A cada nuevo triunfo de Donald Trump en estas primarias inesperadas, el pasmo se arremolina en el seno del establishment del Partido Republicano (PR), institución política que de esa manera se desdibuja.
Lo que sucede en ese partido caracterizado por su sino de derecha no tiene parangón, lo que se ve venir —lo que temen sus dirigentes— es una división: La vibración en su piso tambalea y perturba a su dirigencia, no es para menos (esperamos), es la de un sismo que puede culminar con una enorme grieta, una separación al parecer inevitable, pues quienes se perfilan como principales contendientes son dos personajes alejados de los dirigentes que ostentan el poder dentro del Partido Republicano.
Encima producen estupefacción dentro y fuera de Estados Unidos: Donald Trump y Ted Cruz, son dos freaks en la política dignos de un episodio de American Horror Story; aquél en un circo de varias pistas en donde sus payasadas propician un cierto desvarío en el cónclave de notables republicanos, éste enervándolos más y más toda vez que se configura como el más cercano desafiante; uno acarreando fanáticos a su espectáculo, el otro provocando un mayor abismo en las filas tradicionales de ese partido. Los dos igual de indeseables. Se proyectan desde el show pernicioso de uno a la representación de lo siniestro del otro.
Ambos inesperados, inquietantes, incendiarios… dos bombas de tiempo que podrían hacer explotar el caos en el Partido Republicano. Trump viene destacando por sus ofensas e insultos, Cruz ahí va posicionándose con su imagen de intransigente. Trump un outsider del Partidos Republicano que a estas alturas inquieta incluso a la más rancia estirpe del partido y Cruz un pendenciero respaldado por el Tea Party que se ha abierto camino a base de impugnar incluso a sus propios correligionarios en el Senado. Ambos xenófobos, los dos bien vistos desde las filas del racismo, uno y otro —cada uno a su manera con sendas banderas de súper conservadores— situados en la contraesquina de los valores progresistas.
Pero hasta hoy el puntero por la nominación del Partido Republicano sigue siendo Trump. La estupefacción aparece cuando se piensa que este extravagante personaje, este millonario caprichoso, pueda ocupar la Presidencia de Estados Unidos.
El Partido Republicano con Trump tiene una sopa de su propio chocolate. En la complacencia estriba el caos que se avecina, primero ante el pasmo de que un negro les ganara la Casa Blanca (Barack Obama los dejó trinando) la reacción propició que las fuerzas de extrema derecha se hicieran de la batuta, incluso que el movimiento de un puñado de activistas —los del Tea Party— dictaran lineamientos replegando al Partido Republicano en la extrema derecha con la complacencia, digo, de sus bases.
A lo largo de los periodos de la Administración Obama, esas fuerzas del Partido Republicano han mantenido su rechazo (yo diría que ese rechazo ha estado cargado de odio) al primer presidente afroamericano. Desde el Congreso los republicanos erigieron el muro del “no” a las iniciativas presidenciales; desde su palco personal Trump accionaba su cuchillito de palo contra Obama, hizo y gastó lo que sea en el intento de demostrar que Obama —según él— no nació en este país, por lo que, arengaba, no podía ser presidente. Se deduce que entre tanto vino preparando su postura de escándalo para buscar la nominación del Partido Republicano, una postura estudiada que le ha dado resultado, su auge además ha puesto en jaque al establishment del Partido Republicano.
Y ahora salen algunos de sus notables a declararse en contra de Trump, aparecen luego de la complacencia que los mantuvo creyendo que el freak no avanzaría, pero es bastante tarde para evitar que siga creciendo desde su ámbito farandulesco.
Lo peor, más allá del Partido Republicano, es que sus payasadas destilan xenofobia, sus habladas molestan e inquietan dentro y fuera de Estados Unidos. Lo mejor, hacia dentro del Partido Republicano, es que uno espera que su candidatura les haga perder la Presidencia y la mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado.
Las bases del partido, en rebeldía contra sus dirigentes y en sintonía con esa otra ralea compuesta por los supremacistas blancos y anexas, están creando otro Partido Republicano. Todo indica que al hacerlo están transformando ¿destruyendo? al actual. Esperamos que así sea y que el triunfo de Hillary o de Bernie recupere todo lo que le negaron a Obama.
En esta contienda de demócratas vs. republicanos está en juego la consolidación de políticas progresistas, de una buena vez, en un país que tradicionalmente las ha regateado o la configuración del peor de Estados Unidos posible. Nada menos.
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Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano, para comentarios: caballeror52@gmail.com