Dreamer: entre el hundimiento y la Esperanza

 

Lost Cause

No es raro que pasen semanas enteras sin que reciba noticia alguna, es decir, correo electrónico alguno, que me concierna directamente a mí. Es un aislamiento virtual que, de experimentarlo en otro sitio, seguramente sería menor. Urbana, Illinois, población: 42,014. Tampoco es raro que, una vez roto el maleficio del silencio social, mi buzón electrónico comience a llenarse de correspondencia: el progreso o estancamiento de la traducción de mi libro; alguna universidad invitándome a dar una charla; una entrevista radial; una revista pidiéndome una contribución; una biblioteca que quiere programar una lectura pública.

Atiendo y contesto todos esos correos, aunque es la correspondencia de las universidades la que más me entusiasma. Sin así saberlo, sin anticiparlo, sin siquiera pensar que fuera posible, mi experiencia como ser marginal y prescindible ha encontrado eco en una población en la que, quizá por la diferencia de edad, circunstancias, habilidades lingüísticas y facilidad de moverse en una sociedad que para mí hasta cierto grado sigue siendo extraña, nunca me había visto reflejado. Me refiero a los dreamers, a esos jóvenes adultos que representan, en mi opinión, lo mejor de ambos mundos: el optimismo estadounidense y el estoicismo mexicano. Son ellos la refutación viva de Vasconcelos, que, debido a su particular biografía, no pudo nunca concebir el matrimonio del espíritu sajón y el hispánico, encuentro en el que no veía más que antagonismo y repulsión.

Irónicamente, quizá de entre estos jóvenes algún día se erguirá ese ideal al que el mismo Vasconcelos, el mayor genio mexicano del siglo XX, aspiraba en algunos de sus momentos más lúcidos y menos dogmáticos: un Santayana de la frontera. Una frontera, se entiende, no definida simplemente por la geografía, sino más bien por afinidades y lineamientos legales, culturales, económicos y espirituales. Así como los dreamers, esos vastos y grises espacios del espíritu son los que yo habito, en los que más a gusto me siento. Y es por eso que accedo, que acepto las propuestas de las universidades, que me presento en sus salas y pronuncio discursos entrecortados, balbuceantes, mal elaborados, no porque tenga la certeza que esto pueda redimirlos u ofrecerles esperanza alguna, sino porque este titubeo, este vacilar, esta incertidumbre, este limbo entre culturas ha llegado a ser la mejor expresión de mi sentir más íntimo, del incierto latir que un día se presencia hundido en el abismo y al siguiente día se encuentra encumbrado en la esperanza, sólo para reencontrarse con el desengaño el día siguiente. 

Es, en breve, saberse una causa perdida; es saberlo con certidumbre ahora, y para siempre. Es tener ese mínimo de esperanza en nuestro humilde quehacer cotidiano: salvación única de la estupidez política de las dos naciones que, en gran medida, dictan el curso de nuestro destino.

 

José Ángel N. autor de Illegal: Reflections of an Undocumented Immigrant