El cuaderno del pendolista de Federico Palomera Güez
Pandora Lobo Estepario Productions, 2017, 124 páginas, $8.00, ISBN 978-1940856339
En El cuaderno del pendolista, Federico Palomera Güez, nos regala una colección de historias fascinantes, hilvanadas por apostillas sobre el trabajo del pendolista. Péndola, del latín, pennula, pluma; -ista, relativo a una profesión, oficio, hábito u ocupación. Pendolista es aquél que escribe con muy bonita letra o un memorialista; un memorial es un cuaderno en donde se apunta o anota algo. La detallada descripción del oficio de escribir me remontó al scriptorium de El Nombre de la Rosa, ya que el escribano de esta colección de cuentos no ofrece pistas sobre el ambiente que lo rodea. El pendolista está tan imbuido en su oficio, tan enamorado de las letras que con tanto cuidado traza, que no sabemos si es de día o de noche, o si un rayo de luz se filtra ocasionalmente por la ventana. Con profundo amor custodia las herramientas que utiliza para escribir: las puntillas de metal que coronan las plumas; vive obsesionado con la exactitud del trazo, producto de la pericia del conjunto de movimientos logrados con sus dedos y el giro de su muñeca. Opera con precisión quirúrgica, pues le preocupa la tinta que en cualquier momento podría derramarse y arruinar el papel especialmente confeccionado para darle hogar a cada símbolo. Un papel que no admite errores, ni desperdicio, y en El cuaderno del pendolista, no hay nada de eso.
Palomera Güez, diplomático de carrera, nos ofrece una colección de historias que bien podrían ser entradas de su diario personal. La erudición del autor y su impresionante conocimiento de la lengua les confiere cierta autenticidad a sus cuentos, como si en lugar de estar narrando una historia, estuviera dando fe de ella. El ser humano es escéptico por naturaleza, pero la vida nos enseña que nada es imposible, que el mundo está lleno de lugares misteriosos, de personas maravillosamente extrañas, de sabores, formas y colores que no podemos imaginar hasta que alguien nos la cuenta con detalle y autoridad.
Compuesto de seis cuentos muy diferentes entre sí, hay un hilo que los vincula: una sensación de confusión, de angustia. El suspenso permea las páginas y las ata como testimonio indiscutible, a pesar de lo absurdo de las realidades que Palomera Güez describe. En el primer cuento, “Día de Reyes”, tres hombres se preparan para representar a los monarcas bíblicos durante la celebración local. Lo que comienza con inocencia y comicidad, de pronto se torna en una escena de película de Tarantino. No es necesario cuestionar el giro de la historia, la violencia es fundamentalmente absurda y en ocasiones, para encender una turba solo hace falta que —con cualquier pretexto— se animen dos cristianos.
“Panta Rei” significa todo fluye. Tres hombres concluyen una transacción de compraventa de armas en la antigua Birmania. Después de cerrar el trato, se aventuran por los extraños caminos del país en lo que bien podría calificarse como un ejercicio de turismo extremo. Al inicio de la historia, el narrador advierte lo que está por venir al describir una pagoda tapizada de espejos: “…es tal la fluidez de la ilusión, que las normas que la rigen deben ser de una exuberancia exagerada para que ésta no se deshaga.” El líder, Rafael, está ansioso por conocer lo más posible en un breve periodo de tiempo y arrastra a sus dos compañeros en un peligroso recorrido que mantiene al lector esperando que en cualquier momento ocurra algo terrible. Es una historia tan deliciosamente improbable, que no queda más que aceptarla como cierta porque “la realidad es maniquea, y a veces inverosímil, pero es la realidad”, como lo dijo García Márquez. En medio del caos, las estrictas normas impuestas por la estructura de lo cotidiano rompen las de la ilusión y nos confirman la verosimilitud de la historia.
El cuaderno es el vehículo de expresión del pendolista, donde meticulosamente expone lo que cada trazo caligráfico significa para él. La caligrafía es poesía y cada tipo de letra expresa algo. Para el pendolista no hay más dios que la letra y los ángeles están en las manos que la trazan. Es tan minuciosa la descripción de su oficio, tan intensa la pasión por lo que hace como si quisiera dar fe de un mundo que está a punto de desaparecer tras haber sido conquistado por la tecnología.
El autor continúa con el tema de los viajes y en “Lufthansa” nos presenta a un viajero en dos distintas épocas. Gottschalk, un caballero en armadura, cabalga por un pantano donde encontrará la muerte. Una azafata despierta al mismo Gottschalk de la pesadilla y ahí comienza el Vía Crucis del personaje que parece estar atrapado en otro tipo de armadura: un aeropuerto. El pasajero deambula por las terminales entre cigarros y whisky ignorando el suplicante llamado del altavoz exhortándolo a abordar. ¿Saldrá de ahí? ¿Se trata efectivamente de una pesadilla, o el asco que le provoca el agua y el pescado al Gottschalk del aeropuerto es un recuerdo de una vida pasada? Somos viajeros.
En “Bucaneros” la violencia impregna la historia de principio a fin. Desde que el grupo de corresponsales entra al departamento de unos comerciantes de dudosa reputación, hasta los recorridos por las calles baleadas de la ciudad —adornadas de niños-soldado que abanican sus armas para darles el paso entre puntos de control— la violencia flota como una nube de polvo después de una explosión. Un reloj invisible parece hacer tic-tac y la sensación de que en cualquier momento algo va a estallar no suelta al lector hasta que se detienen a comer y les traen un pollo asado. Con el soundtrack de descargas de ametralladora que brinda la cotidianeidad del estado militar como fondo, el pollo detona una explosión emocional de escala nuclear. Una historia en donde la violencia de la guerra sirve de marco atmosférico a la peor de las violencias: la sicológica, pues nadie es cómo parece ser.
El quinto cuento, “Sigilo”, comienza con una reunión entre el recién estrenado presidente de un país anónimo en conflicto, el gallardo embajador de España (descrito con insistencia como una mezcla de Talleyrand y Metternich), y su fiel secretario Jaime. Palomera Güez sabe de esto y nos pinta una escena que seguramente es muy familiar para los funcionarios consulares asignados a los países de la ruta Raid (países plagados de mosquitos), en oposición a aquellos felizmente adscritos a la ruta Revlon (las capitales europeas). Jaime debe guardar un secreto importantísimo, so pena de que algo siniestro ocurra, pero el desgaste que sufre el custodio de la información es brutal. Una vez revelado, Jaime busca entre sus colegas diplomáticos una oreja atenta en la cual descargar el heroísmo de su silencio.
El último cuento es el único que rompe con la normas de la ilusión.“Responso” es un historia muy graciosa sobre lo que ocurre durante un entierro. Las oraciones en latín dichas por un sacerdote son la pauta para escuchar las opiniones de Fermín y Gonzalo sobre el difunto, la viuda, una pareja de chinos que no vienen al caso, y en general sobre la vida y la muerte. Se trata de vivir, aunque sea robándole a los muertos. “En polvo eres, en polvo te convertirás”, y al final, no hay nada mejor en la vida que “un buen polvo”.
El cuaderno del pendolista, de Federico Palomera Güez, es un homenaje a la caligrafía, a la tipografía, al papel, al oficio de escribir, al registro de la memoria y a las aventuras que sólo podemos encontrar gracias a la combinación de vivencias, imaginación, y destreza con el lenguaje que el autor ha tenido la generosidad de compartir con nosotros.
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Carolina A. Herrera. Escritora. Su primera novela, #Mujer que piensa (El BeiSMan PrESs), fue publicada en el 2016. Es parte de Ni Barbaras, Ni Malinches, antología de escritoras latinoamericanas en Estados Unidos (Ars Comunis Editorial, 2017). Su historia es parte del Vol. 4 de la serie Today’s Inspired Latina, Life Stories of Success in the Face of Adversity (Mayo 2018). Es miembro del Consejo Editorial de El BeiSMan punto com. Vive en Naperville, Illinois.