Camazotz como lo vio el maestro Ferreyra
No le había dado importancia a la sexualidad de Camazotz en este reportaje. Una deidad, pensé, es energía sin rostro; átomos que corren y vuelan. Si tiene ojos y nariz, pensé también, tendrá un destino humano, y como Jesús, Quetzlcóatl o Revueltas, sus días serán terrenales. Después de recibir el testimonio visual del maestro Ferreyra, es ineludible pensar que la energía divina y la terrenal corren paralelas. Por eso Zeus se volvía cisne o toro y seducía a las mortales.
Si la energía se bifurca, se vuelve nocturna y diurna: Camazotz correspondería a la noche y sería femenina, como la luna y las estrellas. Para el maestro Ferreyra, sin embargo, el Dios-Murciélago tiene pene de zanahoria y testículos de betabel. El dios de la noche para él es un macho con alas. Le miramos los colmillos de fuera, las garras de halcón y, con la transparencia de una radiografía, los fémures y húmeros. ¿Y los ojos? ¡Dios mío! Esas pupilas grises animan al Camazotz de Ferreyra. Se trata de una mirada antigua, congelada, carente de emociones. El suyo es un dios enano y travieso. ¿Me equivoco en la interpretación, maestro? ¿O usted ve a Camazotz como un humano más?
He indagado con mis colegas periodistas sobre las prácticas eróticas del ser que encarnó en Chicago. El reportero Rizzo me dio nombres de bares góticos —Skylark, Subterranean, etc.—, antros que, según él, frecuentó Camazotz en las noches de invierno. Los jóvenes, embadurnados de colorete oscuro, bebían plasma y hablaban con la misma osadía de los niños. En Skylark conocí a una enfermera que no rebasaba los 40 años. Ella me aseguró haber tenido una aventura de meses con un vampiro real. Pelussi, o Pegolio, era su apellido. Su vestuario, pantalón de cuero y antifaz oscuro. La música del lugar era todo ruido, insoportable. Pegolio me aseguró que esa misma música al lado de Camazotz, era estar en trance, una experiencia similar a la que provee el éxtasis. Que en una ocasión, carcomido por los celos, su amante voló sobre las mesas para agarrar a golpes a un darketa carabonita de nombre Nosferatu.
—¿Y cómo te comunicabas con Camazotz? —le pregunté.
—Su lengua era extraña: música, gestos, caricias.
A Pegolio le pedí una foto del venerado zapoteca. Primero me corrigió diciendo que Camazotz era maya, y luego dijo que a su lado nunca pensó en tomar fotos ni videos. “Dejé de ser turista, y creo que experimenté la eternidad”.
—¿Cómo se experimenta eso?
—Un orgasmo, Roma. La eternidad es un orgasmo.
—¿Me quieres decir que nunca llegaste a sentir ese efímero placer con otro amante?
—Con Camazotz el orgasmo no sólo era sensación. También sanaba.
“¿Sanaba?”, me pregunté. ¿Qué diablos quería decir Pegolio? Me picó la curiosidad, pero no quise ser invasivo. Era mejor cambiar de tema.
—¿Y por qué se peleó en el bar? ¿Los seres eternos son también débiles?
—Querrás decir celosos.
—Sí, eso.
—Pobre Nosferatu. Vieras que mal quedó.
A sabiendas de que Camazotz puede ser violento, busqué en los boletines de la Policía de Chicago casos de delitos recientes, crímenes con alevosías y ventajas. Encontré reportes de secuestros, mutilaciones, suicidios, nada que me sirviera. Entonces mi colega Roberto Rizzo me habló de un tiroteo ocurrido en Rogers Park a finales de diciembre. Que al no alcanzar a un joven pandillero, un detective le pegó un tiro en el pescuezo; que el joven alcanzó a responder con dos balazos. Que ambos quedaron mal heridos, y que un personaje bajito, colmilludo y de origen hispano lamió la sangre que derramaba el muchacho.
—Pero Camazotz no era pandillero, Roberto.
—Claro que no. Me refiero al que le lamió las heridas.
—¿Y el policía?
—Lipinski era su nombre. Murió sobre la banqueta.
—¿Y hubo más testigos?
—Pues el hombre con la lengua larguita. Fue la segunda vez que escuché el nombre Camazotz.
—¿Y cuándo fue la primera?
En ese momento Roberto Rizzo me volvió a insultar llamándome “aprendiz de reportero” y colgó. Yo me quedé preguntando sobre el enigma emplumado. ¿Puede existir una entidad de tal naturaleza en el año 2018? Los artistas que entrevisté lo describieron como actor de teatro, sombra escurridiza, buscador de “likes”, sanador de heridos y damnificadas, etc. Lo raro es que ahora el pintor Ferreyra y la enfermera Pegolio sugieran que Camazotz es una mezcla de Casanova, burro en primavera y león en el cielo.
Por último, estimado lector, quisiera anunciarle que suspenderé por varios lunes la publicación de este reportaje para realizar trabajo de archivo y media docena de entrevistas. Sabrá de mí hasta que encuentre algún indicio nuevo.
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R.Díaz: Estudió Arquitectura en su país natal. En Chicago se ha desempeñado como periodista freelance. Participó en el taller literario del poeta Mignolio. Como parte de su obra narrativa, aspira crear una ciudad literaria que lleve por nombre Los Encuentros.