Eliades Ochoa y Barbarito Torres en el Old Town School of Folk Music


Eliades Ochoa, Barbarito Torres y compañía musical en Chicago. Foto: Parker Asman

  

Pasaron 15 años desde la última vez que Eliades Ochoa y Barbarito Torres tocaron en el Chicago Old Town School of Folk Music, en Chicago. Ahora regresaron y tuvieron que hacer un par de presentaciones pues la noche del sábado se vendió completamente con anticipación. Y para la presentación del domingo, sí llegó a haber boletos disponibles minutos antes del espectáculo y quedaron disponibles tan solo un par de asientos. Las expectativas y emociones del sábado por la noche se prolongaron hasta la noche lluviosa del domingo.

Como pieza central en el escenario, Ochoa mostró con destreza su dominio de la guitarra y se condujo con notas limpias y hermosas melodías. Jugaba con el tres y, a veces, el cuatro con dos cadenas adicionales. Por su parte, el toque de Ochoa puso a bailar a la audiencia bajo un sol cubano de ritmos. Sin embargo, Ochoa no fue el único con una habilidad impresionante para tocar.

Ochoa se quedó en medio del escenario; Torres, a la izquierda con maestría rasgaba su laúd —un instrumento tradicional cubano de la familia laute y que se asocia con la música guajira. A lo largo del transcurso de la noche, Torres y Ochoa intercambiaron miradas entre sí poniéndose de acuerdo para ver quien tomaba la iniciativa y aventarse un solo donde sus destrezas y habilidades quedaran al descubierto. Mientras que Ochoa y Torres intercambiaban solos de guitarra, reapareció en el escenario el resto del grupo: una bajista, un tecladista, un bonguero y un el maraquero. Mientras los dedos del tecladista bailaron en el teclado apoyando a los otros músicos, Ochoa le indicó al tecladista tomar la iniciativa para que los espectadores vieron su verdadera capacidad para tocar el teclado.

Por un instante, los otros músicos establecieron el ritmo mientras que el tecladista entró en trance. Los tempos se aceleraron y se desaceleraron mientras tocaba el teclado mirando hacia el cielo. Estaba extasiado por el instinto del músico. Sus emociones crudas y transparentes se podían percatar por todo su cuerpo: desde sus pies hasta sus manos golpeando cada pulgada del teclado. Después de lo que parecieron minutos y minutos, el grupo recuperó su sincronización y comenzó a hacer la transición a sus últimas canciones antes de que la noche concluyera.

Durante el transcurso de la noche Ochoa habló de su familia. Y cuando él mencionó la palabra familia con su tono quebradizo caribeño, quería decir e incluir con sinceridad a todos los que estábamos reunidos ahí esa noche. Con una risa, Ochoa dijo: “Mi inglés es, bueno, pero…” y volvió a cautivar al público con su encanto.

Y tenía razón. Como he escrito en las últimas semanas, a pesar de las diferencias lingüísticas y culturales, la música tiene una extraña habilidad para unir a la gente y crear un sentido familiar. Incluso a casi 70 años de edad y de haber vivido una dictadura en Cuba, Ochoa no perdió la esperanza en las personas y en nuestro futuro. Bien sabía que cuando la conmoción se asentara, la música se mantendría y la gente siempre tendría un pretexto para vivir en armonía.

 


Parker Asmann se graduó en periodismo y en español en DePaul University, en el 2015. Reside en Chicago y le interesan los temas de derechos humanos y justicia social. Es miembro del consejo editorial de El BeiSMan.