“Error de imprenta”

 

Esta fotografía la tomé en Imprenta Tere hace, justamente, un año. Entonces me encontraba realizando los trámites necesarios para poder efectuar mi examen profesional a la brevedad (la razón de ello corresponde ser expuesta en otro rtículo) y, como una amiga me había recomendado el lugar para tener un buen trabajo de impresión de tesis de un día para otro, fue que llegué ahí.

Ubicado a una cuadra de la Plaza de Santo Domingo, donde se encuentran las instalaciones de la Secretaría de Educación Pública, el lugar no me pareció que destacara del resto de los negocios que, en esa parte de la ciudad, se dedican a la serigrafía. Sin embargo, casi de inmediato pude comprobar que se trataba de un lugar serio y con renombre; no sólo porque mi encargo fue entregado en tiempo y forma (básicamente de un día para otro) sino porque, más importante aún, el dueño de la imprenta, el señor Guillermo Pérez, hizo gala ante mí y otro potencial cliente de que su negocio había tenido bajo su cuidado la impresión de las tesis de Enrique Peña Nieto (actual presidente de México) y de Rafael Sebastián Guillén Vicente (también conocido como el subcomandante Marcos).

 

 

Ahora que la periodista Carmen Aristegui y su equipo de investigación han dado a conocer el reportaje “Peña Nieto, de plagiador a presidente” (en el que se expone que el mandatario mexicano plagió más del 28% de su tesis de licenciatura), las reacciones en torno al tema no se han hecho esperar. Si bien para el secretario de educación, Aurelio Nuño, no se trata de un asunto “trascedente o importante”, mientras que para el vocero de presidencia, Eduardo Sánchez, se trata de algunos “errores de estilo” de hace un cuarto de siglo; para cierto sector de la población mexicana la noticia resulta sumamente relevante, pues este tipo de acciones impacta de tal manera en la calidad moral de una persona que, incluso, en otras partes del mundo le ha llegado a costar el puesto, o las aspiraciones para ocupar uno, a algunos funcionarios públicos (para el caso se tiene a César Acuña, candidato a la presidencia de Perú; Pál Schmitt, presidente de Hungría; así como a los alemanes Karl-Theodor zu Guttenberg, ministro de defensa, y Anette Schavan, ministra de educación).

 

 

En este caso, lo que me interesa rescatar son las declaraciones hechas por Eduardo Alfonso Guerrero, el entonces asesor de Enrique Peña Nieto y actual magistrado del Poder Judicial de la Ciudad de México. De acuerdo con él, los señalamientos que recientemente se han hecho sobre el trabajo que el actual presidente de México presentó hace 25 años para hacerse del título de licenciado en derecho, pueden explicarse con un simple “error de imprenta”.

Resulta curioso que un reconocido doctor en derecho pueda atreverse a hacer este tipo de aserción pues, si bien las comillas pudieron, en efecto, haberse borrado por una mala calidad de impresión o, incluso, nunca haber aparecido debido a un mal trabajo de transcripción; lo cierto es que las omisiones que encontró el equipo de Aristegui Noticias, y que muy puntualmente expone en su reportaje, no sólo contemplan la falta de comillas para indicar que se emplean las palabras de otro autor, puesto que también consideran la falta de notas a pie de página e, inclusive, la referencia de ciertas obras (utilizadas de manera textual a lo largo del trabajo, aunque sin advertirlo) en la bibliografía y esto, más que tratarse de “un error de imprenta”, parece corresponder a un mal trabajo deliberado (ello si seguimos sosteniendo la idea de que el error vino de Santo Domingo).

Por tal motivo, las declaraciones hechas por el magistrado Guerrero (otrora asesor) se vuelven insostenibles y, en todo caso, parecen responder al llamado que hace poco hiciera la secretaria general del PRI, Carolina Monroy, para que “un ejército de aliados leales” no permitiera “un sólo agravio más al señor Presidente de la República”. Sin embargo, antes de que el futuro me lo demande (#BuenaHistoriadora), desde hoy me he dado a la tarea de investigar a fondo la hipótesis de la posible falla en el proceso de impresión y, para tal efecto, he regresado a la Imprenta Tere.

 

 

El local sigue como lo recuerdo: atiborrado de tesis y con un montón de objetos que decoran el lugar entre los que se encuentran una figura de E.T. con una máscara del Santo, una bola disco, un bandera de México y una imagen de la virgen de Guadalupe. La encargada sigue siendo aquella joven historiadora que conocí hace justamente un año y don Guillermo sigue haciendo su acostumbrada guardia en la entrada del edificio, por lo que espero unos minutos para poder hablar con él. Cuando le explicó el motivo que me ha llevado nuevamente a su negocio, sólo recibo una serie de negativas de su parte; el sujeto se niega a responderme si en los primeros años de su negocio pudo haber brindado un mal servicio a sus clientes, es decir, si las declaraciones del magistrado Guerrero son plausibles.

Después de unas palabras intercambiadas, el sujeto parece tener ganas de hablar y yo lamento no haber encendido la grabadora de mi celular a tiempo para poder tener un registro de nuestra conversación. Para mi fortuna, alguno de sus empleados nos interrumpe y eso me da la oportunidad de poner todo en orden. Don Guillermo está decidido a no hablar nunca del tema y, de ser necesario, destruirá la famosa tesis y todo lo relacionado con ella para no tener que lidiar con una mala pasada por parte del Estado.

Este hombre de 61 años vivió muy de cerca la represión estudiantil de 1968 y, aunque admite haber sido muy joven en aquella época, todavía recuerda los tanques entrando a la normal no importando pasar por todo aquel que se le interpusiera en su camino. La existencia en este México dictatorial que todos conocemos lo ha vuelto un hombre desconfiado y temeroso; sin embargo, en la charla que hemos estado sosteniendo por más de una hora ha contestado (sin quererlo) mi pregunta y no sólo eso, me ha dado la oportunidad de confirmar lo que yo creía: el hombre conoce muy bien su negocio y hay manera de comprobarlo, aunque él no tenga la menor intención de hacerlo. La investigación de Aristegui (a quien, por momentos, me da la impresión que confunde con Denise Maerker) le resulta indiferente, pues piensa que en México nada va a cambiar; el sistema le resulta apabullante.

Después de cinco cigarrillos y de una plática que francamente me resulta sin sentido, le doy las gracias por su tiempo y me despido. El trabajo está hecho: su negocio es de buena calidad, pues se ha mantenido a lo largo de 30 años; cuenta con más de 10,000 tesis que lo respaldan, entre las que se encuentran los trabajos de algunas personas de renombre; conociéndolo en persona no cabe duda de que el hombre sabe lo que hace y, para mí fortuna, asegura tener la versión original que se le entregó para realizar su trabajo (borrador que ni siquiera el asesor conserva).

Ciertamente las declaraciones del magistrado Guerrero nunca fueron muy solidas, pero con esto espero agotar toda posibilidad de que el plagio cometido por nuestro actual presidente y dado a conocer por el equipo de Aristegui Noticias, se haya tratado de un simple “error de imprenta”. Quizá esta preocupación no sea más que una cosa de historiadores, pero, por tal motivo, tenía que ser tratado por uno.

 

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Berenice Hernández es licenciada en historia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (2010) y maestra en esta disciplina por la Universidad Nacional Autónoma de México (2015). Se ha desempeñado como profesora de asignatura, archivista y periodista. Actualmente labora en el Centro de Investigación y Docencia Económicas como asistente de investigación.