Hace ocho días, precisamente


Marcha anti Trump. Foto: Getty Images

 

 

El último viernes de octubre, en DePaul University, se realizó una conferencia sobre las marchas pro-inmigrantes del año 2006. De alguna manera el encuentro entre académicos y activistas fue un espejo de lo sucedido diez años atrás. Se habló de las demandas legales, laborales y políticas de 11 millones de indocumentados. Se habló de los Dreamers y de las campañas presidenciales. Hubo consenso de que aquellas marchas de la Primavera del Inmigrante fueron exitosas porque liquidaron el Proyecto de ley Sensenbrenner (que criminalizaba tanto a los indocumentados como a los que les dieran algún tipo de ayuda).

Sin embargo, la conferencia en DePaul parecía a ratos un espejo que carecía de claridad. Eran las mismas frases, las viejas rencillas, el mismo debate en el que resaltaba la palabra “yo”.

Me dio por pensar que lo único que podría desempañar dicho espejo era el trabajo interior, llevar la consigna y el silencio a la par, el trabajo en las calles y luego la observación de uno mismo.

En este 2016, los activistas y líderes del movimiento pro-inmigrante tienen la responsabilidad de guiar las demandas legales y laborales de los inmigrantes así como de ver la manera de espiritualizar el movimiento. Espiritualizar es la palabra y significa estar completamente ahí.

Recuerdo que en las manifestaciones de aquel 2006 subían al templete los oradores para denunciar la ley Sensenbrenner y para exigir una legalización. Después del quinto discurso se echaba de menos una guitarra, un poema o una danza. Algo que cargara de alma el templete, que tras el grito de “hoy marchamos, mañana votamos”, siguiera el canto y el silencio. Las expresiones artísticas completan la vivencia y ayudan a regresarnos al presente.

En un momento alguien de los asistentes en DePaul preguntó retóricamente: “¿En qué se convierte el inmigrante una vez que obtiene sus documentos legales y se establece en este país?” Y la persona se respondió: “En un consumidor más, en alguien manipulado por la media, solo interesado en su ingreso, en su nuevo auto, en sus próximas vacaciones en Cancún”.

En la conferencia no había duda que cuatro días más tarde Hillary Clinton habría de ganar las elecciones. Incluso se propuso un plan de acción para que la primera presidenta de Estados Unidos mantuviera el DACA y detuviera las deportaciones.

Ahora estamos embarcados en una situación política inédita para Estados Unidos y el planeta. Donald Trump supo escarbar y remover el racismo y la xenofobia. Gran parte de los millones de electores que hace ocho días votaron por él buscaban una respuesta a sus problemas económicos, algo que no encontraron con Obama. Era improbable que hallaran en él una respuesta; para eso, Obama se hubiese tenido que enfrentar a las corporaciones, al uno por ciento, a los 400 poderosos del planeta.

El ocho de noviembre ganó Trump y ahora empezamos a tocar fondo. Este golpe en la frente es quizás la última llamada para que despertemos. No hay de otra: la presidencia de Trump nos pide estar despiertos y completamente atentos. Atentos cuando estamos en el aula o aceptamos un trabajo. Atentos cuando nos enamoramos o nos deja un ser querido. Atentos cuando comemos el pan diario o vamos a la casilla electoral. Atentos cuando en las horas de descanso nos invade la dicha o nos sacude el peor de los vacíos.

No es tiempo para distracciones. Si prendemos el televisor antes hay que preguntarnos si ese aparato nos acerca o nos aleja de nosotros mismos. No digo que veamos o no veamos la televisión sino que antes nos hagamos esa pregunta. Lo mismo al navegar por el Internet o al asistir a un espectáculo.

Ya sabemos que el declive económico de la mayoría de los hogares estadounidenses ha sido propiciado por la doctrina neoliberal, impulsada tanto por demócratas como por republicanos. Las administraciones de ambos partidos jamás denunciaron el neoliberalismo y al sector beneficiado: las multinacionales. Más bien, culparon en el ámbito local a los inmigrantes y, en su ámbito externo, al mundo musulmán. El problema real era (y es) la división económica nacional y planetaria, pero hicieron creer a muchos que se trataba de una división étnica o religiosa. Donald Trump supo hacer leña de los árboles caídos.

El daño ya está hecho y se vislumbra un daño mayor. Trump ganó con el 48 por ciento del voto. ¿Cómo convencer a esos ciudadanos que los responsables de esta debacle son las corporaciones y no los inmigrantes ni otras minorías? ¿Qué hacer cuando esos ciudadanos vean que no van a retornar las plantas de producción a territorio estadounidense? ¿Será que los CEOs van a preferir pagar $10 por hora a un trabajador de Chicago en vez de medio centavo por hora a un obrero de México o El Salvador? Todo parece indicar que el sistema económico seguirá resquebrajándose y que Trump seguirá culpando a los inmigrantes, las minorías y los musulmanes. ¿Qué hacer frente a eso?

Estar atentos es estar con nosotros y los otros. Las demandas de los afroamericanos deben ser nuestras. Nuestra también las de los indios que se oponen a la construcción de un oleoducto en Standing Rock. Las de los zapatistas. Las de los LGBTQ. Las de los migrantes que cruzan el Mediterráneo. Las del pueblo palestino. Las de las organizaciones que cuidan del medio ambiente.

Y lo más dificil: tenemos que conectar con muchos que fueron engañados por Trump.

“El siglo XX será profundamente espiritual, o no será”, decía el poeta Antonin Artaud. No lo fue y ahora el planeta nos empieza a pasar la factura. Este siglo XXI tendrá que serlo. De lo contrario, junto con el agua, dejará de correr el tiempo. Estamos, ya lo dije, ante una situación inédita. Vienen días de movilizaciones. Vienen días en que el trabajo interior nos ha de llevar a cuestionar nuestro modo de vida y nuestros privilegios. Vienen días en que cada uno de nosotros ha de dar un giro.

 


Unidad estudiantil en University of Illinois at Chicago.

Raúl Dorantes. Llegó a Chicago a finales de 1986. Desde 1992 se ha dedicado a la publicación de revistas culturales: Fe de erratas, Zorros y erizos, Tropel, Contratiempo El BeiSMan. En la actualidad es director del Colectivo El Pozo y es autor de la novela De zorros y erizos.  Ars Communis Editorial publicó su colección de cuentos Bidrioz.