José Revueltas: el hombre y su cruz

 

El Apando y Otros relatos, José Revueltas
Alianza Tres/ ERA, 1987,ISBN 13: 9788420631585

Fragmento de una carta del escritor José Revueltas dirigida a su hermano Silvestre, el gran músico mexicano (compositor de Sensemayá):

“…entender que el artista hoy en esta sombría etapa de la historia no puede ser sino un sacrificado, un ser que llora todas las lágrimas que no quiere que lloren los demás, y que mientras más cerca del Hombre esté el arte, es más arte.”

Era 1938 cuando escribió esta carta. Podría decirse que era una declaración de los principios que regirían su vida. En aquel entonces, el joven José Revueltas contaba apenas con 24 años de edad. Había escrito sólamente una novela, El quebranto, que nunca llegaría a publicarse, pero ya su destino estaba enmarcado hacia el rumbo dramático que él mismo se había señalado.

Proveniente de una modesta familia del estado de Durango, de una pequeña población llamada Santiago Papasquiaro, Revueltas había descubierto desde muy temprana edad sus dos grandes pasiones: la literatura y la política. Dotado de un genio precoz extraordinario, a los 14 años organizó una huelga para obtener mejores salarios en el taller donde trabajaba.

Era una época dura en México, cuando cualquier actividad revolucionaria era ferozmente reprimida. En un país desangrado por las luchas intestinas, a causa de la guerra entre Cristeros y las fuerzas del gobierno, el obrero estaba siendo manipulado para servir a los intereses de una casta que se entronizaba en el poder. Por actos como éstos, considerados subversivos, y por pertenecer al naciente Partido Comunista Mexicano, el adolescente Revueltas llegaría a ser  recluido en dos ocasiones en el tristemente famoso penal del Pacífico, las Islas Marías.

Causa indignación imaginar al joven artista alternando con criminales de la peor calaña. De ésta y de muchas otras injusticias para el escritor sería responsable el gobierno mexicano. Pero si algún efecto tuvo la prisión sobre Revueltas, no fue nunca el doblegarlo. Antes bien, supo siempre sacar provecho de las adversidades: de aquella ingrata experiencia  obtendría material para la que sería su novela  Los Muros de Agua , publicada por primera vez en 1941.

Esta actitud rebelde y obstinadamente digna la mantendría Revueltas a lo largo de toda su vida, y se vería reflejada en su obra, asombrosamente rica y uniforme. Padecería el acoso y la persecución no sólamente de aquellos que no comulgaban con sus ideas, sino hasta de sus propios correligionarios. Varias veces sería expulsado del Partido Comunista, por su crítica irreductible de los males donde quiera que los encontrase, aún dentro de la izquierda.

La apasionada lucidez con que vivió su militancia politica, la humildad con que escuchaba la critica a veces feroz de sus adversarios, los examina Octavio Paz en el prólogo que antecede a este libro: “Revueltas vivió el marxismo como cristiano, y por eso lo vivió, en el sentido unamunesco, como agonía, duda y negación… Revueltas estuvo en constante diálogo —o más exactamente en permanente disputa— con sus ideas filosóficas, estéticas y políticas”.

Esta es una excelente síntesis del pensamiento de Revueltas: una constante contradicción, una eterna paradoja. El hombre que, como Cristo, aceptaba sin reproches los sacrificios que su ideal le demandaba no vacilaría en utilizar los procedimientos de la filosofía para desalojar a Dios de la Historia. Revueltas decía no creer en nada más que en el Hombre, con todas sus dudas, sus flaquezas y sus miserias. Teórico marxista, en su análisis de la historia situaba al Hombre en el epicentro de la acción, como el único motor capaz de transformar y mejorar a las sociedades. Sólo el Hombre, a fin de cuentas, puede y debe responder por su  destino.

Fuertemente impregnados de un simbolismo religioso, los cuentos y novelas de Revueltas nos enfrentan a un hombre en lucha constante consigo mismo. La fatalidad, su fiel compañera, es un razgo característico en sus narraciones. Los mismos títulos de sus libros, tan hermosos como aterradores, evocan esos laberintos del alma sondeados por místicos, poetas y psicólogos:  El luto humano, Los motivos de Caín, Dios en la Tierra, Material de los sueños, Los dïas terrenales, El cuadrante de la soledad, En algún valle de lágrimas, Los errores.

Las diez narraciones que integran El Apando y Otros relatos habían aparecido originalmente en varias colecciones diseminadas a lo largo de décadas, algunas publicadas en ERA. Las más antiguas se remontan hasta  1944, cuando aparece Dios en la Tierra. Es una magnífica selección que reúne los cuentos que han tenido mayor aceptación entre sus críticos y lectores.

El Apando, relato que abre y da pie al volumen, fue escrito durante la estancia del autor en el llamado Palacio Negro, la cárcel de Lecumberri, en la Ciudad de México, donde se encontraba detenido por los sucesos del 2 de octubre de 1968. Es una obra maestra de la narración corta y, tal vez, el mejor ejemplo de la intensidad que alcanza la prosa en manos de Revueltas.

La atmósfera desquiciante, la violencia, la degradación física de los hombres que pueblan el penal, son descritos con un lenguaje descarnado, desprovisto de humor, pero terriblemente humano. El autor nos conduce, fascinados, a los abismos de una situación espeluznante. El apando, la celda de castigo, es el marco claustrofóbico dentro del cual giran las misérrimas vidas de tres delincuentes comunes: Albino, Polonio y el Carajo.

La lucha de estos tres individuos por procurarse la droga (heroína) en la cárcel, y los métodos de que se valen (arriesgando a sus propios seres queridos) nos muestran la rabia y la bajeza que se alberga en el corazón del hombre, y la desesperanza que lo precipita al máximo grado de abyección. Sus captores, “los monos” que los vigilan en el penal, no aparecen menos envilecidos. El clímax del relato, con el estallido de la violencia, nos deja fríos y sin aliento.

Hay en esta pequeña parábola un alarido de denuncia. El hombre es el perro del hombre, y mordemos a propios y extraños cuando la vida deja de tener un significado. ¿Qué importa que nos llegue la muerte, si la vida es un infierno?, parecen decirnos estos tres personajes.

En Dios en la Tierra, otro de sus cuentos más duros y representativos, la misma naturaleza se convierte en protagonista. Se narra la llegada de un cuerpo militar de federales sedientos y hambrientos a un poblado dominado por los Cristeros, y la venganza que toman éstos sobre el profesor de una escuelita, el único habitante que les había brindado algún cobijo y agua.

La narración comienza con esta visión desoladora:

“La población estaba cerrada con odio y con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado lápidas enormes, sin dimensión de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios…” más adelante, ya casi al final, nos dice:  “…este odio venía de lo más lejano y lo más bárbaro. Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia…”.

¿Se comprende ahora cuando hablamos de la pasión del escritor? Revueltas era totalmente incapaz de escribir una línea que no sintiera profundamente. Pero no se piense ni por un instante que en el artista escaseaban el sentido del humor y la gracia. Todo lo contrario. Si no, léanse los cuentos El lenguaje de nadie y Sinfonía pastoral que, si bien pintan situaciones dramáticas, lo hacen con el humor sarcástico, y a veces tan tierno, propio de José Revueltas.

Una de las mejores semblanzas del escritor nos la brinda su hermana Rosaura, la gran actriz, protagonista del filme La sal de la Tierra, en su libro Los Revueltas:  “José se parecía mucho a Silvestre. Era un ser humano limpio, honesto y confiado como un niño. No conoció la envidia ni el rencor; pero sí la indignación y el desaliento. Tenía un inagotable sentido del humor”.

A propósito de La sal de la Tierra (Salt of the Earth, 1954): cabe mencionar que esta película se ha vuelto una leyenda. Producida en la peor época del McCarthismo, basada en un episodio real, describe una huelga de mineros, casi todos de origen mexicano. Prohibida en Estados Unidos por su temática “comunista”, fue aclamada en China y en donde quiera que fue exhibida. El director y sus colaboradores estaban en la “lista negra” del gobierno y Rosaura fue expulsada del país. Ella, al igual que todos sus hermanos, demostró ser talentosa, valiente e indomable.

José Revueltas cayó nuevamente preso en 1968, por su activa participación en el Movimiento Estudiantil que culminó con la masacre en Tlatelolco. Sagaz observador, el gran pensador supo aquilatar la enorme importancia de aquel acontecimiento y fue, por su conciencia, su guía intelectual. Es legendaria su actitud ante el juez que lo condenó. Con ironía lo conminó a achacarle a él toda la culpa, y le exigió liberar a los jóvenes. Durante su estancia en la cárcel participó en huelgas de hambre que debilitaron grandemente su ya desgastado organismo.

En mayo de 1971, Revueltas fue liberado. En sus memorias, Rosaura rescata momentos de aquellos últimos días del escritor: “A los dos días de que lo dejaran en libertad, José me visitó en mi casa en Cuernavaca, con el fin de descansar un tiempo. Era increíble que hubiera salido de aquel inmundo infierno, lleno de confianza en sí mismo y en la humanidad. Platicamos extensamente sobre sus nuevos proyectos y su propósito de dedicarse por completo a su obra literaria. No iba a desperdiciar ya ni un minuto de su vida; tenía que trabajar al máximo”.

Ya no le fue posible. El 14 de abril de 1976, a la edad de 62 años, descansó para siempre este hombre rebelde. Al menos eso nos dicen las crónicas. Pero todos sabemos que gentes como Revueltas nunca mueren. Son inmortales. O al menos nos sobreviven por muy largo tiempo. Sus vidas se vuelven faros y soportes. Porque la cruz de los condenados de la tierra, que él cargara siempre con esa sonrisa, sigue allí, pesando hoy como en aquellos sus días terrenales.

En esta sombría etapa de la historia  se vuelve necesaria la re-lectura de la obra de Revueltas. El mundo sigue siendo tan alucinante y desquiciado como en aquel lejano 1938. Vemos cómo aquellas grandes utopías que impulsaran sus luchas han muerto, traicionadas. Vemos hoy a su patria inmersa en una absurda guerra del narco interminable, ahogándose en ríos de sangre, impunidad y corrupción. El siglo XX ha quedado marcado como la peor caída del Hombre. Un siglo de genocidios, dos guerras mundiales, un Holocausto y la destrucción de ecosistemas. 

En 1986, a diez años del aniversario luctuoso de José Revueltas, con motivo de la publicación de Las evocaciones requeridas, el último tomo de sus Obras (Ediciones Era) preparadas por su hija Andrea Revueltas y Philippe Cheron, que reunía los apuntes,  las cartas y los manuscritos más privados del artista, inéditos hasta entonces, José Emilio Pacheco escribió en su columna Inventario, de la revista Proceso, estas palabras que resumen la grandeza de su legado:

José Revueltas fue y es indestructible. En este instante resuena el eco de su voz que prohíbe aun el evidente elogio de juzgar esta Obras el verdadero monumento a su autor. No: él decía que ni estatuas ni homenajes significan nada. La única victoria de un escritor se produce en la intimidad al lograr un vínculo silencioso y apasionado con otra conciencia. Hecha con los materiales del habla común, la literatura es la más pública y la más secreta de las artes; sólo actúa, o no, de persona a persona. Al escribir estamos solos como frente a la muerte, pero la lectura es una forma suprema de compañía y libertad. Quien escribe se deja ir para llegar a un ámbito y a un tiempo que ignora y no conocerá nunca; se abandona para ser recobrado.

 

Esta nota fue publicada originalmente  en la revista Hispanic Image, de Chicago, en 1987. En 2017 se le hicieron mínimas correcciones y se le añadieron tres párrafos. HG

 

Humberto Gamboa nació en Durango, en la navidad de 1954, en un pueblito llamado La Purisima, localizado a 50 kilometros de Santiago Papasquiaro, la cuna de los Revueltas. La primera vez que oí de esa familia debe haber sido en 1962, durante una de mis frecuentes vistas a Santiago, donde mi hermano Fidel estudiaba su secundaria. Caminando un día por esas calles con mi madre, descubrí, incrustada en la pared de una casa que lucía pobre y abandonada, una vieja plaquita donde aún podía leerse: “Aquí nacieron los Revueltas, orgullo de México y del Mundo”. En agosto de 1968, cuando me fui a estudiar a la Ciudad de Durango fue cuando realmente caí en cuenta de la enorme importancia de José Revueltas. El Movimiento Estudiantil había llegado a la provincia y Durango estaba, como el resto del pais, convulsionado. Su nombre estaba en boca de los manifestantes y en los diarios. Después de Tlatelolco, muchos jóvenes comenzamos a leer con fervor a José Revueltas. Durante 33 años fue librero (6 en la librería Europa y 27 en Tres Américas) y, al mismo tiempo, durante 10 años se dedicó a escribir reseñas de libros y entrevistas en la revista Tres Américas y en el semanario ¡Exito!