Los Obama y los Trump.
Mientras la mitad del país se arranca las vestiduras por la partida de Obama y el trauma –aun fresco– de ver a Donald Trump ascender a la presidencia, la otra mitad se regocija con la toma de posesión del magnate neoyorquino como si se tratara de la llegada de El Mesías.
En los últimos días de su presidencia, los Obama nuevamente le dieron al mundo una lección en elegancia, clase y humildad, mientras el mundo esperaba, con los dedos cruzados, ver un rescoldo de sosiego en la actitud prepotente y divisionista del ahora Presidente Donald Trump. En su discurso de aceptación, lejos de unificar al país, después de una de las campañas electorales más contenciosas de la historia, hizo alusión a un país dilapidado, destruído, donde impera la criminalidad y la pobreza. Donde el establishment ha sido el único ganador (como si él no se hubiera servido de ese mismo plato con cuchara de arrocero), a costa de los sacrificios de la clase trabajadora. Lejos de hacer eco a sus predecesores quienes brindaron mensajes de unidad, esperanza, buena vecindad y servicio, dibujó una imagen post-apocalíptica del estado actual de la nación.
Parecería que existen dos países completamente diferentes habitando el territorio americano. Uno tolerante, incluyente y generoso, y otro intolerante, racista y egoísta. Y aquí hago un paréntesis porque no voy a abordar el tema religioso, pues todos aquellos que votaron por Trump por razones religiosas son, en mi humilde opinión, incapaces de ver más allá de su ministerio. Mientras que los demócratas aceptaron su derrota y una transición pacífica del poder, y recomendaron ‘darle el beneficio de la duda’, me pregunto ¿por qué habría de extenderle esa cortesía? ¿No fue el mismo Trump el primero en disputar la legitimidad de la presidencia de Obama al cuestionar su lugar de nacimiento? ¿Es ese el ejemplo de una transición pacífica? ¿No fueron los republicanos en el Congreso los primeros en decir que ‘harían todo lo posible por impedirle a Obama tener éxito’? ¿Y ahora quieren que me quede sentadita viendo como Bane hace de las suyas?
El último año ha sido uno plagado de incoherencias en donde los valores que uno busca en un líder, como la honestidad y la decencia, fueron desplazados por el cinismo y la charlatanería. ¡¿Qué importa ahora?! Todo lo que era completamente absurdo en un candidato a la presidencia, se volvió ‘normal’ y ahora hay que ‘aceptar’ su visión de que vivimos en un país horrible y deprimente, aunque él no tenga ni la menor idea de lo que es ser mujer, pobre, enfermo, minoría y/o miembro de la comunidad LGBT. La ‘carnicería americana’ que describió Trump en su primer discurso como Presidente más parece una profecía. Espero estar equivocada.
Porque eso sí, haga lo que haga Donald Trump, cuando se vaya, va a decir que dejó al país mejor de lo que lo encontró, aunque lo veamos transmitiendo desde un bunker antibombas. ¡Suerte con su Mesías! Y ahora sí, ¡Dios nos guarde!
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Carolina A. Herrera nació en Monterrey, Nuevo León y se crió en la Ciudad de México. Es Licenciada en Ciencias Jurídicas por la Universidad Regiomontana (1989). Estuvo asimilada al Servicio Exterior Mexicano en los Consulados Generales de Chicago (1991-1997) y Houston (1997- 2000) como representante del IMSS. Desde el término de su comisión se ha dedicado a la traducción, interpretación y la capacitación de intérpretes. Miembro de la Mesa Directiva de El BeiSMan. Vive en Aurora, Illinois con sus hijos y Chester, su perro. #Mujer que piensa, es su primera novela. Síguela en twitter @blondieflowers