Sería en el año 1980 cuando Juan Gabriel se hospedó en un hotelito de mi pueblo. Acaso estaba allí, como de paso, para cantar en la feria de San Juan de Río. Quizás estaba por ofrecer un concierto en la ciudad de Querétaro. No sé. La cosa es que alrededor de la una de la tarde, cuando las calles de Tequis se quedan vacías, el joven poeta entró a la tienda de mi madre. Le preguntó por los tipos de quesos y compró algo. De inmediato supe que se trataba de alguien importante. Lo rodeaba un aire de príncipe tranquilo, de aristócrata de pueblo. Pagó, se despidió con una sonrisa y se fue hacia el puesto de artesanías. Tan pronto se perdió de nuestra vista, mi madre me aclaró: “Es Juan Gabriel”.
¿Qué es lo que hace grande a un compositor de canciones? Primero que nada, lo que se le exige a cualquier artista: franqueza. Sin esa franqueza lo que queda es la parte mental. En la canción, más que en los otros géneros, lo mental ha de subordinarse al corazón. El poeta podrá adquirir la mejor técnica y podrá tener todos los maestros habidos en la historia. Pero sin franqueza, la técnica flaquea. Y esa franqueza ningún maestro la puede enseñar. Juan Gabriel era franco.
El género de la canción demanda por lo menos un buen verso, una línea contundente. Los demás versos pueden rayar en el lugar común. El giro lo ofrece un verso; allí podemos vislumbrar una verdad. Las canciones de Juan Gabriel nos envuelven como el mar que juega con nosotros en la orilla. Y todo quedaría en un juego de agua, si no fuese por que de pronto nos sorprende una línea: “Y como en todo lo que hay vida existe muerte, yo no quiero ser la muerte para ti”. En esta paradoja, el joven Juan Gabriel opta por no ser parte de la vida del ser amado, pues ser parte de la vida de alguien es participar ineludiblemente de su muerte.
En otra canción el protagonista espera el regreso del ser amado y busca que la ciudad no cambie, que todo permanezca como antes, “para que tú al volver no encuentres nada extraño”. En un giro no ausente de humor el cantautor se detiene y se dice a sí mismo: “Se me olvidada que ya habíamos terminado”. ¿Es posible que luego de un rompimiento amoroso busquemos no mover las cosas? Claro que sí, y no solo las de la casa sino también las de la ciudad. De nuevo la paradoja: ya no hay vuelta atrás pero una parte nuestra continúa esperando.
Componer canciones pide conocer las contradicciones del ser humano. Y desde joven, Juan Gabriel supo mostrarnos con gracia esas contradicciones.
Hay una canción en la que Juan Gabriel afirma que la costumbre es más fuerte que el amor. Manifiesto mi desacuerdo con ese verso. El mejor ejemplo es el Divo mismo. Sus canciones no se han vuelto costumbre por la fuerza del amor.
∴
Raúl Dorantes. Llegó a Chicago a finales de 1986. Desde 1992 se ha dedicado a la publicación de revistas culturales: Fe de erratas, Zorros y erizos, Tropel, Contratiempo y El BeiSMan. En la actualidad es director del Colectivo El Pozo y es autor de la novela De zorros y erizos. Ars Communis Editorial publicó su colección de cuentos Bidrioz.