La madre Dolores de La Villita y su trabajo con los desamparados en Chicago

 
Dolores Castañeda, la Madre Dolores, quien por los últimos siete años ha ayudado a los desamparados de Pilsen y La Villita.

 

(Nota: A la activista Dolores Castañeda, de La Villita, los desamparados la han bautizado con el nombre de Madre Dolores por su ayuda y compasión con ellos. Ella en los últimos siete años los ha visitado en los viaductos, parques y espacios abandonados de La Villita y Pilsen para llevarles comida, ropa y cobijas cada miércoles y domingo por la noche.)

 

Castañeda, de 54 años, es pequeña de estatura y de facciones trigueñas y de habla suave. Llegó a Chicago en 1983 y es originaria de Salvatierra, Guanajuato, México. Estudió en la Universidad de Querétaro.

El número de desamparados que viven en la calle o en los albergues es cuestión de quien lo dice. Por ejemplo, la Coalición de Chicago para los Desamparados indica que había 82,212 desamparados en el 2015. De este número, según esta coalición, aproximadamente 67,582 vivían con otros familiares.

Sin embargo, el Departamento de Servicios a la Familias de la ciudad hizo un conteo el 26 de enero de 2017 y resultaron 5,657 desamparados y de esa cifra 4,096 estaban en albergues y solo 1,561 vivían en las calles.

De los que vivían en albergues, 491 eran hispanos y de los que vivían en las calles solo 93 eran latinos.

Castañeda calcula que hay entre 50 a 60 desamparados que viven en las calles de Pilsen y La Villita.

Un domingo en diciembre acompañé a Castaneda y a tres de sus asistentes voluntarios —Luis Teno, Verónica García y Sabina Ponce— a llevarles comida a un grupo de desamparados durmiendo a la intemperie en la Avenida Western. Aparte de tomar notas, fotografíe a los desamparados con su permiso.

Al pedirle su opinión a Luis Teno, quién manejó el Chevy Taho 2005 para transportar al grupo y la comida; Teno contestó: “Ella es un ángel de Dios y la mandó para cuidar a sus hijos desamparados, ella es como la Madre Teresa de Calcuta”. Tres días después me reuní con Castañeda, activista excepcional, para entrevistarla en el Café Catedral de La Villita. (Creo que todos podíamos aprender algo de esta mujer inmigrante.)


Dolores Castañeda entregando un caldo de pollo a un desamparado en diciembre de 2017.

Zavala: Entiendo que querías ser maestra en México. ¿Estudiaste educación?

Castañeda: Me gradué de la Universidad de Querétaro, en México, y aquí trabajé en educación especial pero mi sueño siempre fue seguir una maestría o un doctorado, pero no podía porque tenía a mi familia, pero ahora que ya todos se están graduando recién entré a la Universidad de Illinois en Chicago para seguir mi maestría en Salud Pública.

Zavala: ¿Por qué te interesó ayudar a los desamparados ya que hay muchos? Uno los puede ayudar un día, pero el problema persiste.

Castañeda: A mí lo que me llama la atención de los desamparados es que yo no los ayudo, ellos me ayudan a mí y yo siento esa empatía, ese amor por ellos, en cada uno de ellos veo a mi familia. En cada rostro veo el rostro de mi hermano, de mi hermana. Entonces, para mí no es molestia ayudarlos dos veces a la semana y ver sus problemas y tratar de ayudarlos en lo posible porque tienen ya muchos retos viviendo en las calles. Lo que quiero es que la gente se concientice de que son seres humanos y de que en un momento de sus vidas fueron familias que tuvieron un hogar, una familia, pero por cosas de la vida terminaron en las calles. Pero muchas veces los etiquetamos como alcohólicos, drogadictos y muchas veces hasta les ponen apodos inadecuados, pero yo sé que todos tienen una historia y se que todos tienen una familia.

Zavala: Siento que tu trabajo con los desamparados tiene algo de carácter religioso. ¿Quisiste ser ministra religiosa?

Castañeda: Yo pongo todo en Dios, yo sé que los dos mandamientos más importantes son “amarás a Dios con todo tu corazón y a tus hermanos como a ti mismo”. Pero para amar a nuestros semejantes tenemos que amarnos a nosotros mismos y creo que Dios nos regaló ese amor para darlo a los demás. Yo le pregunto a Dios cada día: “¿Qué quieres que yo haga?” Y yo siempre le he dicho “quiero ser los ojos, la voz, las manos de la gente que no tiene esa oportunidad o que tiene miedo de expresar sus derechos”. Creo que mi fe viene de México; de niña siempre estaba pidiéndole a Dios por la gente.

Zavala: ¿Cuánto tiempo tienes haciendo este trabajo y cuéntame de la primera vez que encontraste a un desamparado en la calle?

Castañeda: A mí me ha llamado la atención los desamparados ya por siete años y ya en México yo hacía algo de esto. Pero cuando vine aquí a Chicago empecé a ver por todos lados a muchas personas sin hogar, pero sin embargo lo que más me captó la atención es que este señor estaba casi a media calle y el tráfico pasaba alrededor de él. Entonces, yo me acerqué y eso me causó mucha impotencia no poder moverlo. Entonces, cada persona que pasaba a mi lado yo le decía “me ayuda a moverlo al lado” y decían “oh, yo no toco a esa persona”. Y luego le pedía a otra persona que me ayudara a moverlo y decían “oh, no, está alcoholizado, está drogado, yo no me expongo”. Hasta que pasó un señor y le dije “por favor ayúdeme a moverlo a la banqueta simplemente no quiero que lo machuque un carro”. Y me ayudó y me acerqué al señor y sí era un desamparado, pero estaba enfermo, no se podía mover. Como que le estaba dando un ataque y llamé a una ambulancia.

Zavala: ¿Cómo ves que siendo esta una sociedad tan rica aún haya personas durmiendo en las calles?

Castañeda: Ya cuando regreso a mi casa de visitar a los desamparados y llevarles comida, llego a mi casa que está caliente, y hay cobijas y me hago una taza de té y pienso en ellos y me digo: “¿Cómo es posible que nosotros nos acostemos tan tranquilos y estás personas se están muriendo de frío o muriéndose en las calles?” Y eso me impresiona en el sentido de como dijo la Madre Teresa: “Dios no quiere que pase eso, nosotros lo permitimos porque no ayudamos a nuestros semejantes. Si nosotros viéramos ojo con ojo a esas personas, no como extraños que nos van atacar, con miedo, y si nos acercáramos a esas personas y les habláramos, esas personas tienen su historia y quieren ser escuchados. A mí no me sorprende que esté pasando esto con el clima político que estamos viviendo. Somos el punto de ataque y estas personas son las mas vulnerables. Y lo que se me hace injusto es que un señor de la calle, por ejemplo, vivía en un callejón y lo mordió una rata. Entonces cuando fui al siguiente día estaba con el pie hinchado y yo le dije vamos al hospital y él dijo: “no porque no me van atender porque no tengo identificación”. Entonces este señor nunca fue al doctor y murió. Ellos (los desamparados) van a los hospitales a ver si los atienden, pero les piden una dirección fija y si no la tienen, simplemente les dicen “no te podemos meter al sistema; por lo tanto, no te podemos atender”.


Un inmigrante desamparado cena comida traída por la activista Dolores Castañeda y un grupo de voluntarios.

Zavala: ¿Cuándo pasó esto?

Castañeda: Hace como un año y ese señor era joven, tenía muchas ganas de salir de las calles. Era el líder del grupo, él me hablaba de un teléfono público para avisarme que alguien estaba enfermo, o que golpearon a algún desamparado o mandaba hablar para que fuera adonde estaban ellos. Y en verdad fue una gran pérdida porque él era un líder.

Zavala: Entiendo que muchas de estas personas que viven en la calle te llaman Madre Dolores. ¿Cómo reaccionas a eso?

Castañeda: Pues para mí es un privilegio tener tantos hijos pues no me molesta y sí me gusta que me llamen “Madre Dolores” para que ellos sientan el calor y apoyo de una madre. Por ejemplo, el otro día un señor estaba bien enfermo y era el cumpleaños de su mamá en México que cumplía como noventa años de edad y me dijo que me quería pedir un favor que si podía hacer una llamada a su mamá en México. Le llamamos de mi celular y él estaba que no podía hablar de lo enfermo que estaba y la mamá le dijo: “¿cómo estás mi hijo? Se nota que estas enfermo” y el le respondió: “sí, mamá, estoy un poco enfermo pero aquí estoy en mi cama, ahorita ya me comí una sopita de pollo, algo calientito, tomé mi medicina pero ya voy a estar mejor”, y la señora lloraba y decía: “¡Ay qué bueno!”, y el señor decía:  “Aquí estoy con toda mi familia, no te preocupes” y el señor lloraba. Luego me dijo que le tenía que decir eso a su mama. “¿Cómo le iba a decir que estoy llorando cuando mi mamá tiene 90 años? No le podía decir que vivo en las calles, estoy viviendo una situación difícil”.

Zavala: Para hacer este trabajo, ¿usas fondos propios para comprar la comida, la medicina, las cobijas?

Castañeda: Sí, lo hago tratando de economizar. Hago comidas que rinden, como pollo con arroz y algo de fruta. Los domingos voy a pasar comida en la 24 y California y una señora va a tiendas y le regalan comida orgánica. Entonces, ella me da comida y con esa comida yo cocino los domingos y de ahí ya no tengo que gastar más. Nos donan esa comida. La medicina sí la compro yo, como Tylenol o cosas para el estómago que se pueden conseguir sin receta. Pero la comunidad me ha apoyado mucho. Si necesito comida y cobijas, la gente me da comida y cobijas. Las cobijas siempre las necesitan porque ellos se mojan bajo la lluvia y la nieve. Como usted vio el domingo pasado, una señora se ofreció para hacerles una sopa de pollo. Y cuando la gente se ofrece a cocinar, les digo que está muy bien.

Zavala: ¿Tiene una idea de cuántos desamparados hay en La Villita y en Pilsen?

Castañeda: Pues son como 50 o 60, pero hay más que esos. A algunos sitios no vamos, están escondidos entre las vías del tren en lo oscuro y ahí, en verdad, no nos queremos meter. Como ellos no nos conocen o no saben quién va, nos arriesgamos a que nos pase algo. Yo trato de ir a lugares con luz visible para que ellos nos puedan ver y nosotros verlos a ellos. Lo que pasa con ellos es que muchas veces los atacan y los golpean. Como un señor hace apenas unos dos meses ya había empezado a trabajar en un restaurante y estaba guardando dinero para rentar un apartamento y lo robaron y lo golpearon tanto que terminó en un hospital en coma.

Zavala: ¿Dolores has pensado en llevar un registro de todas las personas que ustedes ayudan?

Castañeda: Sí, he tratado de que ellos me den su nombre verdadero y en donde tienen familia aquí en Chicago y en México y en qué parte, pero todavía es difícil para ellos por el miedo a los agentes de inmigración y lo único que he tratado de solucionar es que ellos tengan ni nombre y teléfono con ellos y cuando haya una emergencia me llamen pero a veces se les pierde y a veces me han llamado porque es el único teléfono que encuentran con mi nombre y voy.

Zavala: ¿No tienes miedo de contraer una enfermedad?

Castañeda: Yo siempre sé que Dios está conmigo. Le digo: “quédate conmigo y no te separes de mí”. Y Él está conmigo, no puedo tener miedo. Y eso es lo que me da mucho apoyo y, la verdad, de ellos he recibido muchas bendiciones. Oramos juntos cuando ellos quieren. Yo nunca les impongo ninguna religión. No les digo esta u otra religión es la mejor. Yo solo les hablo de un Padre bondadoso y generoso. Y también lo que de ellos me llama la atención es que siempre hablan de cosas positivas y nunca dicen: “mira cómo ando” o “mira estoy enfermo”. Al contrario, dicen “gracias a Dios por lo que tengo”. Dan bendiciones por lo que tienen cuando veo que en plena Navidad están viviendo en la calle.

 
Dolores Castañeda y una ayudante en un campamento de los sin hogar en el área de Pilsen.

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Si desea hacer una donación o quiere ayudar a Dolores Castañeda con su misión, puede contactarla en el (773) 698-9974 y su correo electrónico es dolorescastaneda1@gmail.com.

 

Antonio Zavala, autor del libro Pale Yellow Moon, escritor y periodista. Cubre noticias sobre los movimientos sociales de la comunidades hispana en el área de Chicago.