LET IT FLOW: El Festival de Cine de Rotterdam y La Razón


Approaching the elephant.

 

Así, recordaré un dicho que todos conocen: Donde no hay hechos, lo mejor es fingirlos. Por eso indudablemente tan pronto se enseña este verso a los niños: Pasar por loco a tiempo es el colmo de la sabiduría.
—Erasmo de Rotterdam

 

 

Hay un festival de cine del que siempre saco conclusiones. Conclusiones sobre la situación del mundo, sobre las distintas comunidades que lo pueblan, y sobre el pulso del universo en general. Incluso —admitiendo tal vez algún desliz en la interpretación de los signos—, tengo la seguridad de llevarme una idea más o menos clara acerca del futuro. Al menos del próximo. Es cierto que es el único festival al que voy, y casi el único que conozco, pero esta circunstancia no empaña en ningún grado la exactitud de mi juicio. El otro día le escuché gritar a una camarera que nada era sin medida, y esta, según creo, es la medida justa. También podría decir que es un sitio donde uno puede ver un buen número de películas. Pero evitaré esa clase de apreciaciones con la misma celeridad con la que estrecho la mano del que tiene psoriasis.

El festival al que me refiero es el de Rotterdam.

También podría haber llamado al artículo “El misterio y la razón”, “The clean & the bright” o “Enjoy yourselves”. Pero creo que el título elegido condensa los aspectos más importantes de lo que intentaré transmitir.

Había una idea, o más bien un espíritu, que circulaba, incansable y fantasmal, por los pasillos y las salas del festival, y que al cabo de unos días alcanzó, con la contundencia de la fiebre, la mirada de los allí congregados. Después de dedicarle unas cuántas horas de reflexión a lo que veía a mi alrededor, descubrí que lo que contaminaba el ánimo del público era un tema que, de una forma u otra, estaba presente en casi todas las película: La Razón.                      

Esto me recuerda a una frase que aparecía, convenientemente agazapada junto al margen, en el primer número del EEM: “Lo peor es creer que se tiene razón por haberla tenido”; y que desde allí aún se ríe y nos recuerda lo dicho. O no… no nos lo recuerda. Somos nosotros quienes, cada cierto tiempo, nos vemos deslizados hacia aquel rincón.

Pero bueno, volviendo al tema de las películas y la razón. En esta oportunidad logré ver unas veintipocas películas, de las cuales cuatro o cinco, como siempre sucede, serán justamente ignoradas. Lo curioso es que las restantes diecinueve abordarán, desde distintos ángulos, la misma inquietud. Ni felices ni desgraciadas parecían decirnos “Mira, fíjate por dónde…”, con una distancia similar a la que se utiliza en los documentales sobre animales.

A modo de ejemplo podría enumerar: un experimento educacional: una escuela de enseñanza libre inaugurada con el propósito de acoger a niños que han tenido problemas en otros centros y reconducirlos, una mesa donde un grupo de mujeres que trabajan como dominatrix comentan anécdotas surgidas durante el ejercicio de su profesión; las circunstancias que derivaron en el caos que hoy domina Afganistán —las insólitas iniciativas de los principales organismos de inteligencia mundial—, la trepidante búsqueda de diversión por parte de un grupo de mujeres; personas que intentan acercarse a nosotros a través de Internet —y que en ocasiones lo logra—, los puntos de vista de alumnos y profesores israelíes y palestinos cuyas escuelas están en las zona de mayor conflicto, y otra serie de propuestas de variado argumento, pero cuyo punto de convergencia podríamos situarla en esa zona amplia y muy sensible que llamamos Razón.

Esto nos conduce, a su vez, al aspecto más relevante, a mi entender, de las películas que vi: el enfoque.

En muchas de las historias las iniciativas fracasaban —los profesores de la escuela abierta claudicaban, los conflictos no se resolvían sino que empeoraban, la diversión terminaba en muerte, la relación inocente en abuso—. No obstante, uno no tenía la impresión de estar presenciando un fracaso. Los proyectos no se apoyaban en el resultado, ni argumentalmente ni a nivel emocional. Desde el público, el desenlace, que desde el arco dramático era negativo —los personajes empezaban mejor de lo que acababan— se vivía simplemente como una posibilidad constructiva. Como si el traspié fuera una posibilidad natural, y casi esperable, dentro del curso vital; un paso en falso dentro de un todo mayor.

Esto no negaba la desilusión de quienes veían alejarse a sus objetivos, pero había un grado de alivio en la aceptación de la derrota.

La chica a quien su ligue en internet la convence de hacer un vídeo porno para sacarse un dinerillo, superado el resquemor, parece entenderle. El tipo obeso que se grababa a diario con la cámara de su ordenador, festejaba la claridad y la limpieza del supermercado con verdadero éxtasis. Ese tipo de situaciones, fácilmente transformables en dramas moralizantes, con personajes devastados por las circunstancias, manejadas desde esa perspectiva más apacible, me inspiran cierto optimismo. Quizá es que confío más en la perspectiva que en la justicia; no lo sé. Lo cierto es que las historias fluían con liviandad, sobrevolando los hechos narrados con una paciencia para mí novedosa, más cercana a las enseñanzas de Job que a la rigidez de los conceptos moralizantes que regían las historias de mi juventud. Si esto es solo un lento cultivo cuya única salida es una magnífica y sangrienta explosión, no lo sabemos. El tejido entre Víctima y Victimario se ha vuelto, en estos tiempos, sumamente complejo.

¿Acaso, somos sinceros cuando nos mostramos consternados ante la lamentable torpeza de los departamentos de inteligencia de las principales potencias? ¿Acaso nosotros, perfectamente humanos, no tenemos espejos? Vale que nos dediquemos a otra cosa, pero en cualquier caso, ¿tan seguros estamos de que lo haríamos mejor? Tiendo a creer que somos demasiado indulgentes con nosotros mismos.

Como decía, las historias parecían observar, con empatía y resignación, hacia el Gran Disparate que las rodeaba y del que formaban parte. Las decisiones de los personajes, finalmente, encontraban su justificación; y lo hacían en el corazón de su propia existencia. Así, las razones verbales y morales se convertían en algo subsidiario, anecdótico. El fantasma de Kant cruzó varias veces la sala oscura, velozmente, arrastrado por un caballo blanco, el pié enganchado a unas cadenas de acero.

En las pocas películas donde el mal jugaba un papel protagónico, lo hacía desde una posición ampliamente conjugada: yo delinco, tu delinques, el delinque, nosotros delinquimos, y así.

En principio, esta forma de presentarlo parece expiatoria; pero solo si la interpretamos cínicamente. No evita el castigo, solo la culpa.

Ante el concierto de tantas aberraciones recientes, este es, sin duda el mejor enfoque. Da igual que para recoger el hilo de calamidades haya que remontarse siglos, décadas, o al principio de los tiempos.

Alguien que hiciera un juicio rápido y ligero podría encontrar aquí el peligro de que a este desorden lo siguieran prescripciones como las de Gustave Le Bon una vez concluida la primera guerra mundial, pero en este caso la irracionalidad e histeria que él detectaba en las masas se harían extensivas a todo el género humano, y ya no cabría la menor esperanza de que un líder carismático nos sacara de este guiso.

Confucio nos recomendaba: “Cuando veas a un hombre bueno trata de imitarlo, cuando veas a un hombre malo examínate a ti mismo”. Una consciencia de este tipo podría estar pergeñándose. Me encanta citar a Confucio. Su nombre parece cargado de ironía, pero sus palabras suenan nítidas y transparentes.

Cuando nos asomamos al espíritu humano con voluntad crítica, lo que vemos no es muy alentador; pero podría ser peor. Cualquier conclusión más extrema termina diluyéndose en la insustancialidad de lo miope o de lo cínico.

El otro día leí una frase que aún no he podido vencer, pese a mi empeño. Decía que “A los hombres les importa un bledo la felicidad, buscan el placer. Buscan incluso el placer contra su interés, contra sus convicciones y su fe, contra su felicidad”. Aunque esto fuera cierto solo un 65%… con hombrecillos así es complicado.

 


Me quedo contigo.

 

Onanismo letrado

Los males son como las bacterias. Los atacas por un lado y se trasladan a otro. Cambian de forma, y hasta de naturaleza. Con el tiempo llegan a nutrirse del pesticida, al que saborean con mandíbulas anchas y glotonas. En otros casos matan al bicho al tiempo que dañan la salud del buen granjero. Un niño, personaje de Philip K. Dick, había llegado a la conclusión de que cuando matas al mal, este se introduce en tu cuerpo.

Asimismo, ¿no es ridículo juzgar negativamente los hábitos de toda una generación? ¿No parece una idea surgida de una mente insensata? ¿Cómo una mente joven y llena de vida va a recibir semejante diagnóstico?

—De vida, sí, pero…

¿No creen que una observación de este tipo da una imagen deslucida, casi decrépita, de quién la emite? Entonces, ¿Por qué es un hábito tan fácil de encontrar entre la gente más instruida, en muchos casos personas consagradas a profesiones donde la reflexión es lo fundamental? ¿Es sincera su preocupación por la ignorancia ajena? A mí me hace dudar bastante la sinceridad de quien arbitra de esa manera. ¿Hay algo más presuntuoso que el acto de criticar la frivolidad o la ignorancia del resto? ¿No sería una paradoja casi grotesca el acusar a los jóvenes de vanidosos por sacarse fotos de forma compulsiva, cuando se hace un alarde tan pomposo de la propia superioridad?

Entiendo que a los ojos de muchas personas (millones de aludidos —lo que hace a la élite que se salva una minoría muy singular—) estas observaciones causen algún resquemor. No los culpo. Me parece apropiado que atribuyan tales licencias a la urgencia de una comunidad que ve como sus muros se resquebrajan. Aunque también hay mucho de darse gusto mutuo en el interior del club, a base de ejercicios de nostalgia compartida, siempre algo lisonjera, y retórica gruñona. Y los jóvenes que se suman a estas proclamas, ¿no son igual de vanidosos al correr con sus méritos bajo el brazo para que los admitan en la extenuada constelación?

Aparte ¿Viviríamos mejor después de estrangular —o restringir— al ego? ¿Existe, acaso, una fuente de mayor placer o padecimiento que la que este nos proporciona? ¿No es la más poderosa de las borracheras? ¿Quién la daría sinceramente en sacrificio? ¿Alguien ha propuesto algo suficientemente bueno como para que queramos sustituirlo? Estoy de acuerdo con la camarera que vociferaba que nada era sin medida, pero hay cosas que solo alcanzan su real sentido en el exceso. Ahí tenemos otro problema.

En cualquier caso, nadie considera seriamente estas sentencias. Por eso son la comidilla habitual de cada vez más libros de auto-ayuda. Los de las baldas superiores, que parecen ir más en serio y están avalados por culturas que nos resultan aún misteriosas.

 

 
Bitter Lake.

 

¿Por qué no?

Nos enamoramos de nuestras causas. Que es más o menos lo mismo que decir que nos enamoramos de nuestras rebeldías; o que estamos unidos irremediable y románticamente a nuestra propia juventud.

Las nuevas generaciones responden a las anteriores, y entre todas construyen una infinita cadena dialéctica que nunca encontrará su síntesis. O sí.

El ¿por qué no? de mi primera juventud era el esplendor yuppie, con una propuesta capaz de tentar varios colmillos si uno era capaz de tenerlos, y la belleza lánguida del grunge, a través de la cual se podía dar algún que otro palo mientras uno se hinchaba el pecho de yodo y sal en las rocas de una playa apartada.

Quizás podamos encontrar la descendencia de aquellas familias en estas dos principales ramas: hipsters —que incluye la rama gay más puesta en temas de moda—, y los freaks, estirpe antigua que la tecnología ha dado un nuevo brillo y protagonismo en la escena general. Los primeros son irónicos y vitalistas. Quizá el símbolo más directo del desconcierto que ha dejado todo lo anterior. Los segundos amplían el horizonte de las posibilidades humanas, como me imagino que la literatura hizo en siglos pasados. Ambas familias se han ramificado, mezclado y creado nuevos derivados. La migración y la ampliación de géneros musicales ha multiplicado la cantidad de estilos.

A lo que iba: da la sensación es que estas dos grandes familias, en Europa las más populares, son menos divergentes, ideológicamente, que sus predecesores. Al menos con respecto a los ascendentes que les he atribuido.

Este me parece un dato de suma importancia. Alguno lo pueden considerar una estandarización de la conducta, una tabula rasa inducida por el capitalismo para equiparar a todo los seres del planeta bajo una única consigna, universal y adecuable a todos: la del consumo, pero esa es una suposición tan arbitraria como la de cualquier teoría conspiratoria, como los que sostienen que Bush estuvo detrás del atentado del 11S o las que inspiran las tramas de House of Cards. Lo importante aquí es la aceptación, la tolerancia.

Espero que nadie tenga la indelicadeza de remitirme, en mitad este laborioso intento por reforzar los lazos optimistas que hay entre los distintos signos mencionados, a la situación de los afganos, de los chiíes que habitan en la frontera oeste de Pakistán, a los musulmanes de los banlieue parisinos, o a los desahuciados de Madrid. En los tiempos que corren sé que nadie acometerá semejante arrogancia. La gente que antes se veía obligada a mencionarlo, como si de esa forma salvara un aspecto esencial de su conciencia, ahora comprende que no hay nada que salvar, que estamos todos perdonados y que cada uno es víctima y verdugo de la marabunta general. Que nadie matará, robará, dará falsos testimonios, codiciará bienes ajenos, ni cometerá actos impuros, hasta que la situación no sea lo suficientemente merecedora de hacerlo.

Hace tiempo que ya nadie se llena la boca con semejantes defensas. La gente se ha cansado de que el gran Caos nos ponga en ridículo, de que se divierta contradiciéndonos. Quizá existan algunos pocos mal informados que aún creen entender algo sobre Afganistán. A ellos les digo: ¡no saben nada sobre Afganistán! Creen que saben, pero no saben. Ni siquiera lo creen. Saben que hablan por hablar, pero no pueden evitar seguir haciéndolo. Una inercia ancestral vence su voluntad. Viene de la época de las cavernas, cuando se sentían en la obligación de traer las noticias de afuera. A diferencia de lo que por lo general se cree, las mujeres conocen mejor el caos que los hombres. Por eso le temen o se entregan a él sin resistencia. El cometa Kant se está alejando a una velocidad extraordinaria, y en poco tiempo lo tendremos en el polo opuesto de su órbita. Nuestra voluntad está sujeta a imperativos desconocidos e insobornables. A los hombres les importa un bledo la felicidad, buscan el placer. Buscan incluso el placer contra su interés, contra sus convicciones y su fe, contra su felicidad.

Los hedonistas, estetic-lovers, y freakies se unen bajo un mismo signo: el del sexo y el selfie. Lo más importante es que se unen.

Las infinitas combinaciones amatorias entre Tortura y Placer.

Al crítico comprometido y riguroso se le han enredado los brazos y ya nadie lo escucha. Entonces se ha vuelto alcohólico y solo balbucea cosas sin sentido. Esa pérdida lo ha hecho humano. Ahora también se hace selfies. Muestra, sin resistencia, la mejor sonrisa que puede. Sabe que dentro de poco morirá. Entonces callará y descansará. Aún así sigue pensando, con mucha más vanidad que pena real, que deja un mundo mucho peor que el que conoció de joven. Es incapaz de ver en aquello una fantasmagoría.

Sin embargo, a quienes vean en los hábitos predominantes de esta época indicios de declive o degradación podríamos decirle junto con Belloc: “Le ruego no se turbe previendo el incremento de fuerzas en disolución. Se ha equivocado en las horas de la noche; ya es la mañana”. Por supuesto no lo diríamos con esas palabras. La palabra mañana, en ese contexto, suena demasiado solemne para los hijos de Ironía.

Pero a pesar de todo lo anterior hay algo innegable que nos une bajo un mismo signo, motivo de unión y destrucción. La joya más preciada de la humanidad: el Misterio. El gran soberano.

Según recuerdo, en anteriores ediciones del festival abundaban propuestas donde el acento estaba en la austeridad argumental o en la sordidez de algunos personajes y dramas. Durante unos años preponderaron los diálogos lacónicos, herméticos, y las pequeñas historias. En esta edición parecía haber otra premisa. Las historias podían ser grandes en épica o tamaño de los acontecimientos, escarpadas en el tono; pero la mirada era suave.

Rotterdam fue pensada para ser una presa, y los pájaros hacen un agradable ruido marítimo.

Por supuesto que la templanza en el enfoque, las contradicciones expuestas en las historias, y el tratamiento sutil y complejo de los conflictos —atributo de casi todas ellas—, no son mérito de la ciudad, pero pertenecen a la mirada de un observador maduro.

Una parte importante del tiempo se me ha ido en rezongar y dejé sin tocar uno de los temas que más me interesaban, el del misterio y la razón: la fabulosa coreografía que llevan realizando desde el principio de los principios. O como para decirlo en la armónica forma inglesa From the very beginning.

 

¡Ah! PS:

Cuelga la fotos de tus héroes: Marx, Proust, Tesla, Duchamp, Richard Brautigan, o quién sea. La de todos ellos si quieres; pero que sepas que para el espíritu humano son tan importantes como Britney Spears, Bruce LaBruce, Ronaldo, Lady Gaga, o el personaje más perdido de la serie Lost.

 

César Mamán (Montevideo, 1973) es escritor y guionista. Reside en Madrid y dirige la escuela de cine La Chispa en Boadilla del Monte.