Ni Bárbaras ni Malinches

 

Ni Bárbaras ni Malinches: Antología de narradoras en Estados Unidos, editor Fernando Olszanski
Chicago: Ars Communis Editorial, 2017, 172 páginas, $22.00, ISBN-13: 978-0997289022

 

Me pregunto por qué algunas personas encontramos placer en escribir y, por el momento, me contesto que el motivo no importa tanto. Lo valioso de escribir reside en lo trascendente, en las velas que uno enciende en el prójimo. Magia hay en el proceso: se observa la realidad, se analiza su esencia y la esencia de su esencia, se prende una luz, se está a solas para poder estar con todos, y se está con todos para poder estar a solas, y entonces, de pronto, estalla el volcán, escupiendo materia en todas direcciones. Una de sus piedras cae en un río, que luego se convierte en cascada. La piedra baja chocando con peñas hasta posarse en una orilla. Se coge la piedra para esculpirla con el cincel. Todavía está caliente, pero por sus fisuras brota eso. ¿Qué es? No sé. Parece una especie de líquido que aceita las manos y las conecta a la mente, no a la propia, sino a la universal. Ahora las manos no pueden parar de escribir. Ahora escribir es su función natural, una función que más que labor es espectáculo.

Mayor es la fiesta cuando diversas personas agarran la piedra, se impregnan de eso, y dejan fluir todo lo que son y todo lo que han visto para hablar de un mismo tema desde la individualidad de lo colectivo, que a su vez revela la colectividad de lo individual. Y es precisamente ésa la fiesta que ofrece Ni Bárbaras ni Malinches, una fiesta a la que es importante asistir porque ahí se fecunda la conciencia con las múltiples realidades que componen lo que representa ser una inmigrante latina en Estados Unidos. Con 172 páginas, y publicada por Ars Communis Editorial, la antología Ni Bárbaras ni Malinches reúne a quince autoras hispanas que viven en Estados Unidos, y que hablan de temas tan variados como el impacto que tiene en la vida adulta la crianza que nos dieron en la niñez, la asimilación y adopción cultural, las preocupaciones de las relaciones sentimentales a distancia, la homosexualidad, el narcotráfico, la prostitución, lo autodestructivo del machismo, el suicidio, la soledad, y hasta la violenta competencia intelectual dentro de las universidades.

Por lo particular de sus temas y estilo, considero oportuno escribir de los cuentos “A solas con mamá”, ‘Eremita”, “Sobrevivientes” y “Un cero a la izquierda”. Estas narraciones proponen, a mi parecer, situaciones que están llenas de una riqueza temática donde se observan a las minorías dentro de las mismas minorías, se ejecuta con excelencia la herramienta literaria de la alegoría para hacer una crítica al machismo, o se saca de los escombros a una de las realidades más lamentables de la sociedad, la prostitución, para hacernos cavilar sobre una de las tantas rutas que llevan a ella.

Escrito por la cubana Teresa Dovalpage, “A solas con mamá”es la historia de una mujer lesbiana que vive en Nueva York. El cuento muestra un diálogo entre ella y su madre acerca de su homosexualidad. Ella le dice que estando en Estados Unidos salió del clóset, liberándose de lo que siempre tuvo que ocultar. De manera explícita dice que en Nueva York halló mucho más comprensión hacia las personas como ella, y lo compara con la crítica y exclusión que le hacían en Cuba. Esa liberalidad empática e incluyente que ella ve en este país es algo que valora, de manera que implícitamente nos habla de su asimilación y adopción cultural. Por otro lado, ese personaje tiene un romance a larga distancia con Maiviz, que vive en Cuba. La protagonista viaja a la isla para casarse con ella; sin embargo, tiene dudas de que su pareja pueda estar fingiendo el romance para que la saque de la isla. Es interesante ver esa realidad en la que la autora nos hace pensar, pues el beneficio que da el tener una pareja con ciudadanía americana puede generar desconfianza en el que ya es ciudadano. El estilo del cuento es otro logro, ya que la autora pone un guión para abrir el diálogo de la madre, pero únicamente escribe puntos suspensivos. No sería lo mismo si en la estructura del cuento la madre sólo escuchara sin proponer diálogo, puesto que la presencia constante de esos puntos suspensivos evoca a una madre sin autoridad sobre su hija. Ese diálogo mudo es el de una hija que ya se ha rebelado ante la crítica de su homosexualidad por parte de su madre; es una manera de animar a los que ocultan su orientación sexual a que acaben con esa represión.

El segundo cuento de esta reseña es “Sobrevivientes”. La violenta competencia intelectual que existe dentro de la academia es el tema que nos entrega la peruana Jennifer Thorndike, quien, en mi opinión, creó una obra fascinante. La autora analiza cómo esa misma institución es la que atiza dicha rivalidad. La protagonista es una estudiante de doctorado que está en medio de la lucha por encontrar una tesis que sea aprobada. Ella tiene un conflicto con su compañera Alessa, pues la envidia por ser la mejor estudiante. Calvicie, estrés, gastritis y montones de mal café son el peaje que le demanda su grado doctoral. La mujer dice que ha habido tres suicidios en su universidad, cosa que la universidad lamenta con hipocresía, puesto que es esta misma la que fomenta esa brutal competencia, la que “engendra monstruos capaces de humillar para sobresalir […] hay que ser un aparato de producción, un cuerpo convertido en máquina”, critica Thorndike a través de su personaje. La autora además le da a la mujer una mascota que personifica toda su frustración, llevando su situación al colmo de lo grotesco. Finalmente Alessa se quiebra emocionalmente por el estrés académico, emborrachándose hasta terminar en el hospital. Por tal motivo había dejado de dar su clase a los estudiantes que tenía a cargo. Algunos de sus estudiantes “reclamaban por su nota, otros hablaban de que una ‘F’ no les permitiría tener ‘’A. Necesitamos la ‘A’ para poder competir, para valer más”, dice la protagonista criticando ese individualismo extremo que insensibiliza.

El tercer cuento fue escrito por la colombiana Martha Cecilia Rivera y se titula “Eremita”. El personaje del cuento comienza diciendo que el viento le arrebató de las manos a su novia. A raíz de eso él desarrolló un recelo hacia el aire en movimiento. Luego explica las cosas que tiene que hacer para prevenir que el viento le cause algún daño. Es un hombre egocéntrico y superficial que está en búsqueda de otra novia, una que sea atractiva para que los hombres sientan envidia. También sabe el carácter que su novia debe tener. En sus propias palabras, tiene que ser “muda para que no interrumpa mis pensamientos con esas inevitables necesidades femeninas de comunicación, análisis, admisiones de culpa, promesas y diálogos. Ciega para que no mire a ningún otro hombre. Sorda para que no los escuche. Impecable. Perfecta”. El convencido hombre continua alargando su lista de requisitos. Esta vez dice que su novia no puede tener vida propia, ni tampoco puede cuestionarlo ni contradecirlo. Debe ser fiel, característica que según él no existe en una mujer. En resumen, quiere una novia eremita. La encuentra después de tanto buscarla; su nombre es Susana. Al final va con ella a caminar por la playa, pero el viento regresa para dejarlo en la misma situación de antes. Hasta este punto yo no veía algo especial en el cuento; sin embargo, la manera en que finaliza la narración cambió toda mi comprensión: “allá va Susana por el aire, allá va Susana, mi novia inflable”.

¿Qué decir de ese desenlace irónico? ¿Cómo entender el adjetivo inflable? Su ambigüedad le da la bienvenida a la polisemia, maravillosa rareza del lenguaje que siempre fertiliza el intelecto. Pensé en el hecho de que “mi novia inflable”, como frase suelta, es metáfora; no obstante, esa sola frase convierte el resto del cuento en una original y compleja alegoría. Esa última frase nos dice ‘no, este adjetivo no debe entenderse como una simple metáfora, sino como un epíteto que abre la puerta al alucinante mundo de la alegoría’. Tal fenómeno es fascinante desde el punto de vista literario. Comencé a especular sobre la significación del cuento y supuse que Martha Cecilia Rivera pudo haber querido decir que su personaje tiene serios problemas mentales, quizás esquizofrenia, y que en realidad sus novias eran muñecas inflables. Eso explica el hecho de que ellas se acomodaran a sus peculiares gustos machistas, y el que él hablara del viento de manera prosopopéyica. Sin embargo, no creí que ése fuera su mensaje. Pensé, entonces, que la respuesta estaba en el viento, cuyas descripciones por parte de la autora reflejan mucho más que aire en movimiento. El cuento es una crítica hacia los hombres que esperan, acaso de manera inconsciente, tener mujeres que sean como muñecas inflables: sin autonomía, carácter, autoestima, pensamiento crítico. El hecho de que las novias del personaje salen volando con el primer ventarrón que llega sería el desengaño de éstas al descubrir lo machista que él es. De manera que el viento sería su propio machismo, el cual aleja de su vida a las mujeres. Su machismo es autodestructivo pero él no es capaz de verlo, por lo tanto le es más fácil atribuir su pérdida a ese invisible factor externo.

De los cuatro cuentos escogidos para esta reseña, los tres anteriores proponen situaciones tensas que, en general, no narran sucesos felices o cómicos. Tampoco relatan realidades trágicas de la condición humana donde los personajes tienen una vida lúgubre o precaria. El último cuento, “Un cero a la izquierda”, es la excepción. La española Ana Merino sí plantea como temática las faenas de una mujer que no simplemente pertenece a la clase trabajadora, sino que está en la parte más sombría y vacía de ésta. Su nombre es Emily; su oficio es la prostitución; su prisión, la heroína; sus sonrisas, su mentira. Su madre la llevaba a concursos de belleza para niñas en su pueblo. Allí la peinaban y maquillaban como adulta, y le alimentaban el ego con la toxicidad de las cosas superficiales y postizas que son propias de dichos eventos. Fue creciendo rodeada de los aplausos de espectadores que, después de algunos años, ya no eran los mismos que la veían en los concursos de belleza. Ahora eran hombres ligeros para dar propinas tacañas, hombres libidinosos que le veían mover el cuerpo parcialmente desnudo. Emily pasó de stripper a ser una prostituta adicta a la heroína. La autora también nos habla del dolor que esconden las aparentes sonrisas en el mundo de la prostitución. La parte más interesante del cuento está al final, donde la protagonista comienza a tener reflexiones de carácter existencial: “No sólo soy carne, también hay un mundo de nervios dentro de mí que se quiere explicar y que le duele la existencia que le ha tocado; o la que yo misma me he buscado, ya no sé descifrar exactamente qué me ha llevado a ser este cero redondo, este cero a la izquierda de todas las cosas”. Esta confesión de Emily hace que tratemos de responder su duda, y por ende cavilemos sobre el impacto que tienen a largo plazo las rutinas y los ambientes a los que las niñas y niños son expuestos. ¿Qué tanto peso puede tener en la vida de una persona su apariencia física? ¿Puede la belleza ser una desgracia en cierto casos?

Fernando Olszanski, el editor de Ni Bárbaras ni Malinches, afirma en la presentación del libro que la alta calidad literaria se encarga de observar, describir y evaluar la vida de manera acertada. Efectivamente, las autoras vistas en esta antología han meditado sobre las idiosincracias de las inmigrantes latinas en este país. A cualquier persona que viva en Estados Unidos, y que hable español, le es beneficioso leer este libro porque ayuda a entender al prójimo, que es también comprenderse a sí mismo. El comprender despierta la empatía, cualidad fundamental para la buena convivencia.

 

Soy Santiago Monsalve Torres. Nací el 5 de noviembre de 1991 en Medellín, Colombia. Crecí con mis abuelos paternos, tías y tíos. Ni mi padre ni mi madre estuvieron conmigo por razones complejas. Por lo que algunos llamarían serendipia, a los 19 años conocí a Ivan Velasco —peruano casado con Alison Snarr. Ivan sintió el llamado de ser mi padre y así lo hizo. Llevo cuatro años viviendo con mis nuevos padres y hermanos en Evanston. Estudié los primeros dos años en St. Augustine College para nivelarme académicamente. Luego me transferí a NEIU para estudiar el programa de Spanish K-12. Pienso graduarme en diciembre del 2019.