Otro julio sangriento


Intentando detener la confrontación en Baton Rouge, Louisiana. Foto: Max Becherer/AP
 

Otro julio sangriento. Hace un año, en julio de 2015, fueron nueve las personas negras asesinadas por un blanco en un crimen racista en una iglesia de Charleston, Carolina del Sur. Barack Obama acudió al templo de la tragedia y preguntaba si el horror de Charleston serviría para —al fin— poner sobre la mesa un debate franco y constructivo sobre asuntos como las armas y el racismo en Estados Unidos.

Pasaron los días y los meses y otros varios episodios de típico racismo siguieron ocurriendo —negros (desarmados) abatidos a tiros por policías blancos—; pero igual, cómo olvidar los asesinatos masivos en cines y escuelas. Las armas no sólo crean psicosis, cultivan asesinos en una sociedad que se resiste a su restricción, una sociedad con unos legisladores que se voltean a otro lado cuando se les indica que las armas pueden ser fácilmente adquiridas y usadas por cualquier psicópata. Si de por sí, quienes se supone están preparados para usarlas, las autoridades policiacas, suelen usarlas movidos por un atávico miedo, un miedo que activa el odio ancestral, el odio del racismo, este racismo tan incrustado en buena parte de los blancos estadunidenses.

Hoy, un año después de lo ocurrido en Charleston, el racismo se revirtió y un ciudadano negro —Micah Xavier Johnson— disparó contra decenas de policías en las calles de Dallas buscando matar oficiales blancos cuando sucedía una manifestación, una protesta pacífica contra el asesinato de dos hombres negros a manos de la policía en otros puntos del país, en respuesta —según anunció Johnson a viva voz durante la balacera— a las sucesivas muertes de esos ciudadanos negros, desarmados, a manos de policías blancos. Mató a cinco e hirió a seis antes de morir por la explosión de una bomba que la policía le acercó hasta donde estaba pertrechado con un arsenal, en un edificio de estacionamientos, mediante un robot.

Hoy, un año después de la tragedia de Charleston donde había expuesto su esperanza de un debate constructivo sobre armas y racismo, Obama expresó: “Nos preguntamos si alguna vez la brecha entre razas en Estados Unidos puede ser cerrada”; la esperanza de hace un año en voz de Obama hoy parece marchita: “nos preguntamos si alguna vez”… es un punto angustiante: Los fantasmas del pasado en torno al racismo nunca se han ido, los demonios del presente desencadenan revanchas y enfrentamientos que pasan del pacifismo y la resignación a trágicas acciones de consecuencias impredecibles, como esta de Dallas …y el esperado debate no llega.

Con todo Obama expuso a través del luto por los policías de Dallas sus convicciones sobre esta realidad estadunidense, la de las armas y el odio racial que no disminuye. El martes 12 Barack Obama vino a Dallas a participar en una ceremonia en honor de los cinco oficiales asesinados el jueves 7 por el francotirador Johnson, un veterano de 25 años que sirvió en Afganistán.

Obama pidió la reconciliación racial, la comprensión mutua entre policías y ciudadanos. “El tiroteo expuso las más profundas grietas de la democracia del país”, dijo el primer mandatario según el reporte de la AP. Obama hizo énfasis en el compromiso de los oficiales muertos, e insistió en que el país “no se encuentra tan dividido” como parece después de lo sucedido en Dallas. “No tenemos en nuestras calles soldados sino policías, servidores públicos”, dijo el presidente.

Obama subrayó lo injusto de medir a todos los policías con la misma vara, pero también reconoció que los afroamericanos enfrentan disparidades en el sistema de justicia criminal y que las familias negras viven bajo el estigma de que sus niños son percibidos como delincuentes por la policía.

En eso estriba precisamente el tiroteo de Dallas, y el primer mandatario no esquivó el punto clave de lo que este país enfrenta de manera aguda en los últimos años, el racismo y sus consecuencias. Hoy seguimos viviendo en medio de una fractura social. En respuesta a la brutalidad policiaca la comunidad negra y con ellos muchos estadunidenses hombro con hombro salen a las calles crispando la tensión racial; mientras que el desatendido asunto de las armas cada vez más propicia escenarios de campos de batalla como el de Dallas.

El esperado debate no llega por razones bien conocidas por todos: los republicanos en el Congreso se niegan —una y otra vez— a limitar la venta de armas. La percepción aquí, hoy por hoy, es que nos hemos quedado en vilo: los discursos luctuosos y los mensajes de buena voluntad el viento los dispersará, las banderas a media asta volverán a ondear en la cúspide y en el aire que las mueve se queda la tensión, la fatal realidad de que en cualquier momento otra matanza racial sucederá… y más grave: ahora salta la pesada duda: ¿tendrá contraataque?

 


 Iesha Evans confronta a la policía en Baton Rouge, Louisiana. Foto: Jonathan Bachman/Reuters

Raúl Caballero García. Escritor y periodista regiomontano, para comentarios: caballeror52@gmail.com