Pasolini en un aula de Chicago


El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasoloni.

En la primavera de 2004, La pasión de Cristo, de Mel Gibson, llenó las salas de los cines estadounidenses. Mis alumnos del Colegio San Agustín me preguntaban si ya había visto el filme. No podían dejar de describir (y tal vez sentir) los latigazos recibidos por el personaje bíblico. Una injuria tras otra en su camino al Gólgota. El énfasis en los clavos y en lo punzante de la corona. Y ya en el madero, lo que quedaba de sangre.

Un estudiante me dijo que había ido al cine en grupo con el pastor de su iglesia; otro aseguraba que el supervisor de su oficina había recortado la hora del almuerzo para que asistieran a la proyección en una sala cercana. No tenían duda. Se trataba de la mejor representación del viacrucis, acaso porque era la única versión que habían visto en cine, o por los diálogos en arameo y hebreo antiguo, o por la sangre derramada. Todo eso constataba que “así habían sucedido las cosas el Viernes Santo”.

Al mostrar las últimas doce horas de la vida de Cristo (con alguna salpicada del “Sermón de la montaña”), Mel Gibson buscó descontextualizar la trama de los Evangelios. No estaban en esa representación ni la simpleza poética de los diálogos ni la dimension ética del personaje central, nada de poner la otra mejilla ni de amar al enemigo. Como un cruzado medieval, Gibson parecía decirnos: “Si otros hicieron sufrir y crucificar al dios hecho carne, entonces todo lo que les hagamos ahora se justifica”.

El filme de Gibson se estrenaría el Miércoles de Ceniza, fecha de silencio y reflexión en la muerte propia, pues “polvo eres y polvo te convertirás”. Se acercaba el primer aniversario de la invasión en Irak; seguían los bombardeos sobre aquellas ciudades; Hussein se escondía en alguna madriguera; y, en vez de reflexión y silencio, La pasión de Cristo cumplía una función ideologizadora. En el mundo de la política nada es casual.  

Hay muchas otras representaciones cinematográficas de la historia más contada: Jesús de Nazaret, de Franco Zeffirelli; Jesucristo superestrella, de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice; La última tentación, de Martin Scorsese, etc. Cada Viernes Santo, mi padre se sentaba frente al televisor para mirar El mártir del calvario, con el actor Enrique Rambal (nunca mencionó el nombre del director) y exigía de la presencia de sus hijos cuando Cristo desde la cruz estaba a punto de pronunciar “Las siete palabras”.

¿Por qué no nos llamaba cuando Jesús decía que las flores del campo, sin tener que hilar ni trabajar, lucían más bellas que Salomón o que las aves, sin necesidad de sembrar, recibían su alimento cada día? ¿No había una fascinación por el Cristo que muere y se dejaba de lado al Cristo que iba de aldea en aldea cuestionando a la gente?

En aquel 2004, les prometí a mis estudiantes del Colegio San Agustín que veríamos fragmentos de otra representación cinematográfica de la vida y muerte de Jesús. Me refería al Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Passolini, que ya había visto un par de veces.

Hay películas sobre el Cristo hechas solo para el gusto de los católicos; otras para el gusto de los cristianos de todas las denominaciones. La de Pasolini simplemente tiene las exigencias del arte: contar una historia accesible a laicos y religiosos.

Lo primero que me seguía sorprendiendo de la película de Pasolini eran los rostros de María, José, los Tres Reyes y las decenas de judíos seguidores de Jesús. Eran reales, tan reales como la gente que acostumbrada a ver en mi pueblo, caras curtidas por el sol, huesos cansados, sonrisas melladas. Ojos despiertos, en cada uno de ellos había unos ojos vivos. También me sorprendía la imagen del Jesús adulto, el que se presenta ante el Bautista. Este Jesús en muy poco se parecía al Hijo del Hombre que un pintor anónimo plasmó en una iglesia bisantina en el siglo III, impresión que se fue reproduciendo en el imaginario a lo largo de los siglos y que, desde luego, habitaba mi memoria.

El Cristo de Pasolini apenas rebasa los veinte años; es frágil y austero. Es un Cristo que crece mientras cuenta una parábola o lanza paradojas, mientras camina por el desierto o habla desde la parte alta de un templo.

Durante la proyección en mi clase, tuve que parar la película en varios momentos para referirme a las figuras literarias que iba soltando el Nazareno. Un tropo, una metáfora… Sobresale un encadenado de close ups en las que Jesús declara que “no vino a traer la paz sino la guerra”, que “quien pierda su vida, la recobrará” o que “bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia”.

El de Pasolini es un Cristo vivo, que a la postre es crucificado. Para este director italiano es tan importante el Cristo que va de aldea en aldea como el Cristo que muere y trasciende su muerte. La alegría de la vida y el misterio de la muerte.

El Evangelio según San Mateo es hija del Neorealismo Italiano, tanto como Pasolini es discípulo de Roberto Rosellini.

Las películas del Neorealismo Italiano tienen un estilo: tomas largas, ausencia de estudios y uso de actores no profesionales. Además, están permeadas por un atributo que sólo podría definir como búsqueda espiritual. En sus encuadres miramos a los seres como son, sin adornos ni añadiduras. Rosellini, De Sica y Visconti rodaban sus películas en espacios devastados por la guerra; y muchos de sus actores eran gente del pueblo (pescadores, lustrabotas, monjes); y en gran parte de sus secuencias vemos la forma en que el trabajo diario se vuelve vivencia y rito, un acto lleno de sentido y, por qué no, de dios.

La Italia de la post-guerra puso en el cauce de la vida a los cineastas del Neorealismo. No tenían otra opción: era necesario darle un sentido social y artístico a cada una de sus obras. Y no dieron la espalda a sus tradiciones literarias, incluyendo la cristiana. Y si en Juglar de Dios, Rosellini llevó a la pantalla la vida de San Francisco, uno de sus discípulos replicaría la aventura a partir del Evangelio según San Mateo.

El arco narrativo no es lo único que emociona de la película de Pasolini: Jesús entra en conflicto con los rabinos, estos le tienden una trampa y lo sentencian al muerte. En realidad, como una cuerda de violin, toda la película mantiene un grado de tensión: sus imágenes, los diálogos, la banda sonora. El conflicto de Jesús consigo mismo es tan marcado como el de Jesús con los rabinos.

Mientras se proyectaba la película en una pared de aquel salón del Colegio San Agustín, algunos estudiantes bostezaban. Dos se quejaron del blanco y negro. Otros porque tenía subtítulos. Y otros más salieron al baño y no regresaron.

Tal vez los alumnos que se fueron a casa temprano tenían razón, pues el tema de mi clase era la literatura latinoamericana y no el Evangelio según San Mateo, una obra maestra de la literatura y el cine.

 


Pier Paolo Pasolini

RDR. Llegó a Chicago a finales de 1986. Desde 1992 se ha dedicado a la publicación de revistas culturales: Fe de erratas, Zorros y erizos, Tropel, Contratiempo El BeiSMan. En la actualidad es director del Colectivo El Pozo y es autor de la novela De zorros y erizos.  Ars Communis Editorial publicó su colección de cuentos Bidrioz.