Poemas de Alma Cervantes


Pintura de Alejandro Barrón 

 

El Botón Rosado

 

Somos huérfanos cariño,
sin patria,
sin casa,
sin miedo,
absolutos en la soledad
de la orfandad,
hartos de aeropuertos
de aviones que no van
a ninguna parte…
Y a la hora de hacer
el cuerpo,
te acomodas a mí
del modo como un feto
se acomoda al vientre
de su madre…

Pero yo no soy tu madre cariño,
yo soy como un mula que patea
fuerte,
que muerde tu nuca para
decirte al oído —te amo
de un modo sucio,
osado,
prohibido…

Las noches nos ven
con lástima,
jirones de luces neón
alumbran tu corazón
de huérfano primario,
cardinal, envejeciendo…

—¿quieres una madre?,
te pregunto y te acerco
mi minúsculo pecho pálido
mi pezón abierto para ti,
(botón rosado,
tizón que quema tu lengua
de hombre Edipo)

Y rodamos mundo abajo,
mundo adentro,
y nadie dice nada,
porque todos somos
huérfanos en alguna
hora del día…

 

 ∴

 

Peripecias

 

Tengo un culo poético bilingüe y suave,
va de la ternura
al norte mismo de la rabia

En los días de luna llena
le gusta salir a pasear
en bicicleta con sus amigos literatos,
siempre va al frente
y los amigos callan,
porque mi culo dispara poesía en prosa
las más bellas peripecias del amor,
por qué siempre el amor
y los poetas lo celebran
entre chasquidos de dulce líbido
y soledad violenta…

 

 ∴

 

La Casa Azul
 

Hay una casa azul,
blanca, café
que aguarda en silencio
mis pasos,
el entrar corriendo,
el golpe fuerte al cerrar
la puerta…

Hay una calle,
estrecha
y ancha a la vez,
por donde caben
mis pasos,
mis giros de muchacha
simple,
mi primer beso,
mi primer golpe volteándome
violentamente el rostro,
hecha de risas,
y susurros,
me espera… 

Yo sé que me esperan
porque dejé el libro
entreabierto, a medio
terminar,
olvidé cerrar bien
la llave del lavatorio
su goteo insistente
me espera,
me habla
me recuerda tembloroso
en su aburrido caer,
y me espera,
mi habitación humilde,
callada, empolvada,
mi almohada aún
conserva la forma
de mi cabeza de antes,
recuerda mi forma antigua,
me extraña quizá…

Están todos reunidos
en el centro,
esperando por mi,
para ver mi mueca
que se desfigura
en un grito ahogado.
Está mi viejo olor
sentado al frente,
se confunde con
el dulce olor a guayabas
maduras que han caído
del árbol,
está la niña que fui,
me duele verla,
¡no quiero verla!
pero está ahí,
con sus uñas nuevas,
limpias de carne,
con su vestido
amarillo,
parece un gorrión
golpeado, pero sonríe,
sus ojos curiosos
me esperan,
¡no quiero verla!

Y está la muerte,
silenciosa,
expectante,
reflejándose en
las ventanas,
en los espejos,
en el sueño intranquilo…

Desde afuera observo,
no puedo entrar,
una maraña de recuerdos
se agolpan en el pecho,
no soy la misma,
la casa no sabe
de mi miopía,
ni de la dislexia emocional,
la casa no sabe aún
de mi pacto absurdo
con la locura.

La casa en su cotidiano
existir almacena
nos almacena
a todos, unidos
e inocentes,
está Juan,
Carlos, Hugo,
Santiago, ahí
estoy yo,
dulcemente trenzados,
nos volvemos una cadena
de sangre y risas,
de comidas caseras,
y ganas de vivir,
la casa nos incuba,
como vientre de madre
protectora… 

No sabe aún que repelemos
cualquier roce entre nosotros,
que nos miramos de lejos
y ajenos,
ajenos,
ajenos, absurdamente ajenos,
sin sangre en las venas,
sin ombligo,
soberbios, temblorosos
en la rabia contra todo,
no hay nada entre nosotros,
celebramos ¿que celebramos?
celebramos nuestra individualidad,
nuestra independencia emocional,
la poca sangre,
los celos,
nuestra soledad,
nuestros miedos,
la muerte también la celebramos,
moriremos cada uno
en nuestro sitio,
la casa no sabe nada,
porque está protegida
contra nosotros mismos,
la hemos guardado intacta,
llena de gracia por
aquellos días. 

Somos la lluvia que moja
las ventanas,
las hojas que caen
de los árboles en octubre,
el primer hervor de la leche
sobre el fuego,
las primeras ganas de
volar,
la lujuria nueva tumbado
la infancia,
la risa chimuela comiendo
dulces,
la larga cabellera jugando
adolescente,
primitiva,
recién lavada…

somos la casa azul,
blanca, café,
que me espera amorosa
llena de horrores,
y silbidos,
—volveremos a vernos le digo,
no me atrevo a llegar,
y ella espera paciente
como una madre.

 

 ∴

 

Bajo El Signo De Eva

 

La hija que ayer fue quimera
aroma de café por las mañanas,
pequeña mano agitándose
diciendo —¡Goodbye, mom!
vestido ampón, dulce de leche…

Ahora la hija crece como ciprés
hacia el cielo, hacia la vida,
ahora muestra los colmillos
primarios, los afiló en la teta
de la madre que huele a calostro.

La hija se basta sola para cortar
la única manzana en su huerto
ahora camina con ese andar
de yegua, zancas y piernas
adiestradas,
tumba las palabras de la madre
de un golpe con sus patas traseras,
camina sobre su jardín
y se caga con cierto desenfado
sobre la almohada
de sus progenitores.

A la hora de dormir vuelve a ser
esa pequeña mano agitándose
diciendo —¡Goodnight, mom!
y su cuerpo que ahora huele
a inciensos y lirios
vuelve a su forma inicial,
aún no sabe de la fiereza
del amor, del hambre
y su lucidez,
no sabe de la vergüenza,
ni de un dios displicente,
jamás a aullado de soledad,
ni ha estado demasiado
cerca al deseo.

La hija, pequeña Lilith
encubada en los días
que olvidará, un día
se levantará y sentirá algo
en su entrepierna y no sabrá
si es su pecho el que late
o su absuelta vulva,
algún día se levantará
del pequeño sueño párvulo
y será ese pedazo de carne
fresca, incrédula, inquisitiva
que aprende a ser feliz
bajo el signo de Eva.

 

Alma Cervantes, “La Cervantes”, es escritora, promotora y provocadora textual… Ha participado en diversas actividades culturales y tiene un par de libros inéditos.