Poemas de Margarita Hernández Contreras

Cuando me les vaya

 

Como la niñita que fui

elegida, llamada por la música.

Fui en pos de ella siguiendo una marimba

deleitando a extraños con mi baile

sin saberme extraviada, lejos de mi madre.

 

Hoy, mujer, a mí la música me ancla.

 

La música es cámara alta y luminosa de paredes

color amarillo tenue donde caben Chopin

y Los Alegres de Terán.

 

Del otro lado de las ventanas el cielo es azul

y en sus marcos algunas aves oscuras trinan

e imponen los recuerdos y las ausencias

que quiero olvidar.

 

Como los amigos que me dedican su indiferencia.

Mujer de pocos amigos para empezar. Hablo

de amigos que marcan y sanan el alma:

Alejandro, José María, Gerardo,

Héctor Manuel, Luis, Carlos Fernando.

¿Quiénes más?

Nadie más.

 

¿Dónde están, dónde han quedado?

¿En qué resquicio de la vida se han arraigado

lejos de mí, sin mí?

 

Tienen que saberlo: fueron, son sangre

con la que se dibuja mi alma triste.

Si no lo saben, o si se hacen,

niños, desde aquí se los grito:

Sin ustedes, mis despeñaderos

no tienen fondo, y mi soledad

es inmensa como la de Dios

que gracias a ella me favorece.

 

El dolor de no tenerlos es grande.

Hay días en que camino a casa,

escucho alguna canción

y de golpe se me viene alguno de ustedes

y recuerdo su belleza y juventud,

su inteligencia y su chispa

y se me acrecienta el dolor de su ausencia

y las lágrimas se me desbordan.

 

Sí, tanto así los quiero.

Por años me sentí huérfana y mustia

pero su presencia le dio luz a mi vida,

mi risa se volvió cantarina por ustedes

por ustedes fui parlanchina y linda.

Con ustedes he aprendido tanto: de Marx y de Engels;

de Silvio y de Pablo; del amor; de ajedrez;

del cuerpo de la mujer; de la coquetería tal vez;

de los pájaros en jaulas, de las orquídeas,

hasta de la homosexualidad,

y de lo supernatural, del mundo espírita;

de mi ciudad; de mi país; de los hijos

y claro de la palabra y de libros libros libros

y claro, de los versos y de la música música música.

 

Ahora que me aproximo a mi sexta década,

Con cuánta vida siguen dentro de mí

Qué grande es la luz con que iluminan mi corazón.

 

Sostengo charlas con ustedes, incluso si me hacen enojar

o cuando les caigo mal, aunque yo siga siendo

como me saben: altamente dulce y querible.

 

Cuando se acerque mi hora,

supongo que los escucharé

así sea en mi imaginación

de anciana loca y agónica.

Los llamaré a gritos: ¡Alito, Pulis,

Gerito! ¡Torito! ¡Luis! ¡Carlos!

Los amo, bola de cabrones, los amo.

Lo saben, han sido agua y vida en mi camino.

 

Cántenme Alma de Acero

y luego, Las Golondrinas

total, ya me voy.

 

 

¿Dónde putos están?

 

“Afirmaciones positivas” por doquier

y yo me las quiero creer a pie juntillas

a ojos cerrados con las manos pegadas

como en plegaria, como en oración.

Así fui de niña, devota y crédula

Y allí está todavía esa niña

asomándose al mundo

con sus ojillos negros vivarachos

pegada al cristal de una ventana

cubierta por cortina de blanco encaje

 

Indecisa, frágil, aleteando cual mariposa

queriendo estrenar alas y volar

la niña que aún soy se asusta

le da la espalda a la ventana

y vuelve a engarzarse en su fe

con las cuentas de su rosario

a pedir con ceguera e insistencia

a escuchar las necedades de su corazón

las necesidades de su cuerpo quebrantado

y en esa fe encuentra consuelo casi siempre

excepto en días como hoy, en que su pesar

se carga cual roca que obstruye su paso

su caminar

excepto en días como hoy, en que su bastón

no es apoyo sino estorbo

recordatorio

de otros años y días de mejor agüero

 

Pide perdón mi niña

perdón por su desánimo

por su depresión, por su tristeza

por su pesarosa angustia

de no poder con la vida.

 

Y se levanta y va en pos de la fe y la esperanza

esas que casi a diario la levitan y la sostienen

¿Dónde putos están?

 

 

La llovizna

 

Llovizna breve

Minúsculas gotitas la plasman en el cristal de mi ventana

Llovizna, casi desapercibida

Un cielo gris claro

El día de seguro húmedo allá afuera

Húmedo y tal vez pegajoso. Es junio

El asfalto indeciso

Apenas oscurecido

Pero seco bajo los árboles

La tarde no termina de definirse

Lluviosa o casi veraniega

A mí me alegra tanta indecisión

Es como la de mi alma

 

 

¡Lluvia, lluvia!

 

Todo el día

Este cielo opaco y gris

Me alegra —no sé por qué

 

Cómo fue que me hermané

Con días mojados y grises

La gente reniega

Y yo apago el radio

Para escucharla mejor

Vivaracha, insistente

Con su mensaje que no descifro

Se cansa y a ratos cesa de caer

En este julio de verano

Imagino el agradecimiento de la tierra

Del césped y de los árboles

Alegres pero sosegados

Como mi alma con la lluvia

 

A veces creo que nací un día lluvioso

De aquel agosto

Pero dice mi madre que no

No obstante, si no fue

Debí haber nacido bajo el signo de la lluvia

La lluvia y yo no nos hablamos

Pero nos entendemos

Y nos queremos

 

Hoy me empapó

Entré al local

El pelo chorreando

La ropa fría por la lluvia

Y yo nostálgica rememorando

Experiencias de mi pasado

Con la lluvia

 

¡Lluvia, lluvia!

Todo el día te me has regalado

y yo te lo agradezco

 

Margarita Hernández Contreras, guadalajareña, vive en el área de Dallas. Es traductora profesional del inglés al español. Para comentarios: mhc819@gmail.com