Poemas de Miroslava Rosales


 

Poemas pertenecientes al libro Las descargas eléctricas

 

El muchacho y el baile

 

Conocí a un muchacho que en principio me supo a miel y claridad en un baile de viernes

Él venía de un país de aceitunos y almendras y anís

de un caos insospechado en forma de corazón

y en mi paladar parecía el trópico sin cercos eléctricos

pero podía ser una mañana de otoño con esos sus ojos que tantas veces me dieron júbilo de

orquesta

era el milagro de la gruta más remota

pescador de hundimientos y perlas

y

en su bolso traía la partitura de la lluvia

y la extendía como un horizonte para salvarme del duelo

me había convertido en un jardín extenso de margaritas cuyo centro lo habitaba como un

gobernante admirado

creí que carecía de cactus

                                      —lamentable error—

                                                                    de precipicios

y me adentré a su llanto de niño

así dando ofrendas de leche purificada y mariposas

 

Sabía que no me podría pertenecer

que siempre la distancia nos acabaría el incendio

sus besos no serían exclusivamente para las aletas de mis sueños ni de mi idioma

más bien serían arcoíris repartido

 

Y me enamoré de ese muchacho que arrastraba las palabras a mi corazón con una agilidad de

ladrón muy avanzado

y caí en sus vendavales

—siempre volviendo como ondas sísmicas—

y bebí poco a poco de su egoísmo

y le enseñé a bailar en pareja

                                           a dar giros de belleza en la tormenta más pronunciada

                                           a volar como una cometa en octubre sin temor a los cables de alta

                                   tensión

pero él siempre fue un extranjero dentro de mis ondulaciones

un extranjero que hoy regresa al continente de su soledad

 

∴ 

 

El baile en solitario

Y una gota de plomo hierve en mi corazón
Pere Gimferrer, Oda a Venecia ante el mar de los teatros

usted no sabe cuánto pesa
un corazón solitario
Jorge Eduardo Eleison, Campidoglio

 

Una vez me escribiste:

                                 “Dime la verdad

                                 ¿estoy bailando solo?”

 

Pues hoy

              yo bailo sola en la cúspide de los desatinos y el ocaso de los tambores y las panderetas

              seca como una fuente clausurada

              herida de tu ofrenda de silencio

 

              Yo bailo sola bajo un pino bajo un arcoíris maltrecho

              Mis vísceras serán repartidas allí

              en ese sitio

              donde también un pino es panteón

 

              (Soy un ángel de felpa a la orilla de un precipicio una nota perdida en la lluvia una brasa indomable

              murmullo sin raíces un islote en tinta negra

              ya sin saber mi nombre plagado del adiós)

 

Me tendí tantas veces junto a ti

parecía la noche sedienta de luciérnagas alcoholizadas y pólvora

la noche la acentuada noche sedienta de nísperos

Te llevaba —con mis latidos— a un horizonte de agua

al menos eso me decías

te arrullaba

                 con mi aroma a mandarina y con mis sueños de tigres de bengala de mi menta te daba para tus días de aviones caídos y reportes de la muerte

 

Hoy en cambio

                      bailo en este café con una tristeza subterránea en forma de culebra repta por mis rincones en busca de la última esperanza

                      Sé que llegará a mi corazón y lo engullirá

                      como a un ratoncito

 

Pronuncio tu nombre desde mi dolor de violín destrozado a martillazos

y

acumulo sollozos de acordeones y jardines sin delicias

 

Hoy

       yo bailo sola

                          en este continente de cocodrilos

 

 ∴

 

Una despedida en tres actos

 

1. 

El aeropuerto

El roce de tus manos amorosas y tu beso en mi frente como el padre silencioso que despide a

su hija porque la guerra ha iniciado

y que sabe de su inminente fractura ante el huracán

 

No sabíamos

si este horizonte del trópico sería nuevamente compartido como un pan de maíz

si esta lluvia te devolvería a mi refugio volcánico

 

Despertábamos los caballos de nuestros cuerpos con cada caricia

Vos dado al equilibrio a las cuadrículas a la corrección de los trayectos

a la contemplación de los acantilados y las hormigas

y yo al viento marino

                               al arrebato

a la fuerza de las olas más dignas de un surfista experimentado

 

Me veo regresando en el taxi

ya solo con tu voz y tu aroma de pino concentrado en mis poros

La lluvia se adentra a mis palpitaciones y la inquietud se expande (hoy es la llaga)

El cielo El cielo abre sus ojos de la tristeza

 

Hoy sabes tan distante como un avión al otro lado del Atlántico

 

 

 2.

En el bulevar

te despido con un racimo de tempestades y un sol sin más canto

 

El “adiós” cae en la cárcava de tu silencio

 

 

 3.

El bulevar

Henos aquí de nuevo con este llanto sin acueductos y caballos que se ahogan en su soledad y

mariposas envinagradas

 

Aquí nosotros repitiendo el bordado de los truenos

 

Aquí como un crepúsculo acariciando una sucia ciudad —que se sabe cruel, inútil para la esperanza—

 

Aquí en el bulevar

así como horas carbonizadas

y gaviotas sin isla

y un mar escandalosamente destructivo

 

¿Adónde pararán las cenizas de este amor despojado de estrellas y timbales y flautas en forma de agua?

 

Te abrazo

y sé que ya no volverás a este continente de mordazas y látigos de sangre

 

No concluiremos el monumento al delirio por la penumbra que hoy cubre el centro de nuestros sueños

 

La despedida abre sus fauces y la orquesta de nuestros corazones se detiene

 

 ∴

 

La venida de lo incierto

 

Pequeño

pero estoy para abrirte el libro de los astros carbonizados y las anémonas de mar

que muy pronto tendrás que descifrar con tu lengua

con tus pequeños dedos aún limpios

con tus lágrimas

la sinfonía de victoria que hayas aprendido en la infancia será sepultada en el momento menos

esperado

todo aquello que te acobija será destruido

y ya no habrá más mano que la tuya para desenterrar los miles de muertos detrás de ti

para que descubras las ruinas que ocultan la bestialidad

 

Pequeño cosmos

cómo he podido traerte

a este silencio que solo es interrumpido por los tiroteos en las calles

los aullidos

las protestas

las miles de detonaciones por segundo y

las sirenas de las ambulancias y las alarmas de los almacenes y los lamentos de las mujeres de

blanco que besan la última palabra de sus hijos después de una fiesta que solo era víspera de

una tormenta de navajas sin vencimiento

hay tantas partículas de miedo diseminándose por la atmósfera en esta ciudad erosionada

olvidada de una mano tierna que la eleve una mano que acaricie su cuerpo sin belleza

(son bonsáis los decapitados en las plazas y nadie se asusta

las mujeres abren sus piernas a los lobos y nadie las recuerda)

 

Pequeño estoy aquí

con mis manos a punto de caer a un pozo de escorpiones

con mi cabello sin la vistosidad de los peces y los arcoíris

he caminado tanto sobre la herrumbre y los sótanos que mi voz ya no es de la textura del cielo

ni de la plata ni de un manantial turquesa

no entono la esperanza

ni tengo monedas en mi corazón para darte de ofrenda

ni los girasoles tejen mis sueños con delicadeza

apenas puedo contarte esto que sabrás muy bien cuando crezcas cuando al fin puedas entrar a

lo incierto

porque afuera solo encontrarás una estación de escarcha para tus pies

una estación donde tendrás que aprender a dormir a levantarte

                                                                                            a entrar a ascensores ilusorios

a ser un habitante más con un código de fabricación tu refugio

                                                                                           y volver cada día tan rígido como acero a

                                                                                           tu refugio

 

Amor pequeño

entre mis brazos balbuceas

y te pareces tanto a un gorrión envuelto de claridad a pesar de tanta sangre

tanto lamento que se extiende como células malignas

y aun así

sos la hierba verdísima de un extenso patio que ha recibido tantas veces la lluvia

 

te arrullo

te beso como las olas a las piedras sobre la arena negra

pero no durará mucho tiempo mi cuido

y entonces

del paraíso solo quedarán los huesos en la alcantarilla de la memoria

 

 

 

Miroslava Rosales nació en San Salvador, El Salvador, el 14 de diciembre de 1985. Estudia la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato, México. Es integrante de la red de centroamericanistas O ISTMO (Brasil: Universidad Federal de Pernambuco) y editora de la revista mexicana Cuadrivio. Perteneció al extinto taller literario El Perro Muerto. Su trabajo aparece en las antologías Nuevas voces femeninas de El Salvador (Editorial de la Universidad de El Salvador,2009), Una madrugada del siglo XXI (2010), Las perlas de la mañana siguiente (2012), Ventanas de libertad (Secretaría de Cultura, 2014), The Theatre under my Skin. Contemporary Salvadoran Poetry (Teatro bajo mi piel. Poesía salvadoreña contemporánea) (Kalina Editorial, 2014), Resistencia en la tierra. Antología de poesía social y política de nuevos poetas de España y América (Chile: Ocean Sur, 2014), Segundo índice antológico de la poesía salvadoreña (Índole editores/Kalina editores, 2014); y en revistas de Estados Unidos, Irlanda, Nueva Zelanda, Marruecos, España, Canadá, México, Colombia, Perú, Venezuela, Argentina y Centroamérica. Ha participado en congresos en México, Guatemala, El Salvador y Honduras y publicado fotografías en revistas como Azahares, de la Universidad de Arkansas-Fort Smith.