¿Por qué leer?

 

Abordaré la respuesta a partir de una frase que le escuché a Carmen Ollé, poeta peruana, durante una conferencia que dictó hace unos meses en la Universidad de DePaul en Chicago: “No concibo la vida sin leer”. Al pronunciarla, lo primero que pensé fue: “ni yo tampoco”. Desde luego, la afirmación de la poeta era mucho más seria; para ella, como para muchos de nosotros, leer es como respirar. Sin libros, la vida no tendría sentido. ¿Qué pasaría si me quedara ciega, como el maestro Borges? ¿Aprendería Braille? Posiblemente. ¿Escucharía audiolibros? Posiblemente. ¿Contrataría a alguien para que me leyera todas las noches à la Kate Winslet en El lector? Si tuviera la voz de Morgan Freeman, seguro. Lo que me quedó claro es que perder la vista no me angustia tanto como la posibilidad de no poder escaparme a otras realidades, o de conocer otros mundos, o de estremecerme con la poesía. En el peor de los casos, siempre está la música (y ahora no quiero pensar en la posibilidad de quedarme sorda).

¿Por qué leer? Leer es algo que, a diferencia del lenguaje hablado, se debe enseñar y, en general, la mayoría aprendemos —sin muchos contratiempos— a decodificar la palabra escrita y nos permite “funcionar” en la sociedad. Es decir, todo ser humano puede aprender a leer, después de todo, es una de las actividades fundamentales que nos distingue de los animales. ¿Qué diferencia hay entre un analfabeta y alguien que no lee? Según Mark Twain ninguna[1]. Entonces, no sólo se trata de leer, sino de leer bien.

Gracias al internet y a las redes sociales, la lectura se ha hecho muy accesible; basta con oprimir un botón. Sin embargo, la abundancia de contenido es tan apabullante que lejos de ayudar, aturde. El plagio se ha convertido en un método y todo el mundo ahora es “experto” en algo. En un artículo publicado por The NewYorker, Amanda Petrusich[2] advierte que “el consumo saludable del internet exige ser curado. Aunque la lectura offline en forma amplia y expansiva continúa siendo crucial, la avalancha actual de información que circula en internet significa que debemos ser sensatos a la hora de decidir lo que dejamos entrar”. Leer críticamente es, pues, una actividad que requiere capacidad de discernimiento, selectividad. Y la única forma de adquirir esta capacidad es leyendo bien.

Esto me lleva a la pregunta que se hiciera Italo Calvino, “¿Por qué leer los clásicos?” Una de las múltiples definiciones que ofrece el autor italiano es la siguiente:

 “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizá́ndose con el inconsciente colectivo o individual.”

Insisto, ¿por qué leer los clásicos? Para contestar la pregunta debo aludir a mi experiencia. ¿Qué libros me marcaron? ¿A qué libro o libros recurro cuando necesito el sosiego de un libro que me conoce? Fácil. Cien años de soledad. La saga de los Buendía fue mi transición hacia el mundo de los adultos —y aquí cito a Ángela Vicario—; “fue mi autor”. Cuando releo Cien años de soledad me ocurre algo que me pasaba cuando estudiaba la carrera, a mil kilómetros de casa. Al regresar durante las vacaciones, encontraba que mi madre había retapizado los sillones de la sala o pintado una pared, o cambiado alguno de sus múltiples adornitos por otro. ¡Un día llegué y encontré mi recámara en otro cuarto! Los tonos rosados de la infancia habían quedado atrás. Lejos de sentirme incómoda, me alegraba descubrir estos detalles, algunos nuevos, otros olvidados. Lo mismo me pasa cuando regreso a Cien años; me recibe con los brazos abiertos, pero me doy cuenta de que algo ha cambiado. Supongo que Gabo es igual que mi madre… se la pasa redecorando Macondo. Yo continúo creciendo.

Lewis Carroll, Lovecraft, King, García-Márquez, Austen, entre otros, me abrieron las puertas a otros mundos, épocas, estilos de vida, personas, sociedades; me mostraron otras realidades, algunas terroríficas, otras encantadoras, pero, sobre todo, me enseñaron la condición humana. Alguien que no lee bien tiene una visión muy limitada del mundo y con frecuencia, esta “condición” se convierte en la intolerancia que conduce al racismo, la misoginia y la homofobia. Alguien que no lee bien es incapaz de distinguir entre una opinión y un hecho, y, aunque todos tenemos derecho a la primera, los “lectores subdesarrollados” ignoran que no tienen derecho a fabricar lo segundo. He podido identificar dos categorías de este tipo de lector: el lector náufrago, que sólo lee para sobrevivir, y el lector zombi que consume lecturas fáciles de atrapar para saciar un hambre visceral.  

Los lectores “subdesarrollados” son un peligro. Incapaces de ver más allá de la propaganda alimentada por sus pares, llevaron a Trump a la presidencia. Alberto Ruy Sánchez dice que “el problema de un gobernante que no lea, por ejemplo, no es que no tenga cultura acumulada sino que le será más difícil leer su realidad y tomar mejores decisiones”[3]. Trump no lee, Peña Nieto no lee. Dos presidentes electos legítimamente que “no dan pie con bola”. ¿Por qué será? ¿Será porque sus votantes no tienen la capacidad de tomar una decisión informada? ¿Por qué? ¿Será porque no saben leer bien? Aunque no todos los que votaron por Trump son lectores náufragos o lectores zombis, un seguidor de Trump, por lo menos en este país, es sinónimo de idiota. Buena razón para aplicarse con la lectura. Curiosamente, la lectura ha aumentado en los tiempos de Trump gracias al alud de noticias falsas que circulan. La gente comienza a entender que debe informarse y leer bien, para poder distinguir si hay verdad en las mentiras y tomar decisiones basadas en hechos, no opiniones o falacias. Parecería que vivimos en 1984… pero el de Orwell. ¡Qué daría por regresar a los ochentas! La década en la que aprendí a leer bien, pues me dedicaría a leer mucho más.

Leer bien, leer con dedicación y deseo de aprender, nos permite entendernos mejor a nosotros mismos y a los demás. Leer bien crea empatía y nos ayuda a comprender mejor el mundo que nos rodea. Leer bien nos lleva a tomar mejores decisiones. Leer bien nos hace mejores personas. 

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[1] “The man who does not read has no advantage over the man who cannot read”. Aunque la cita se le atribuye a Mark Twain, no hay evidencia concreta sobre la misma. La primera vez que se le atribuyó fue en 1945 en una publicación relacionada al campo de la enfermería.

[2] Petrusich, Amanda (2018), The Library of Congress Quits Twitter. Recuperado de: https://www.newyorker.com/culture/cultural-comment/the-library-of-congress-quits-twitter

[3] Ruy Sánchez, Alberto. Mi biblioteca es un jardín de símbolos. Recuperado de: https://cultura.nexos.com.mx/?p=14195

 

Carolina A. Herrera. Escritora. Su primera novela, #Mujer que piensa (El BeiSMan PrESs), fue publicada en el 2016. Es parte de Ni Barbaras, Ni Malinches, antología de escritoras latinoamericanas en Estados Unidos (Ars Comunis Editorial, 2017). Su historia es parte del Vol. 4 de la serie Today’s Inspired LatinaLife Stories of Success in the Face of Adversity (Mayo 2018). Es miembro del Consejo Editorial de El BeiSMan punto com y contribuye con regularidad a la revista. Oradora de Tedx. Vive en Naperville, Illinois.