Rita Bustos (1953 – 2015)

 
Rita Bustos.

 

Una mujer de todas partes

 

Hay que ser Rita Bustos para tirarse al suelo frente a los camiones carentes de mecánicos y de choferes hispanos cuando la población hispanohablante crece y merece atención bilingüe y representación proporcional en los trabajos. Hay que ser Rita Bustos para encadenarse al muro de una oficina y forzar a su director a responder por los altos cobros de sus servicios a la clientela migrante. Claro, el burócrata se escapa por la puerta trasera ordenando a los empleados que cierren la oficina a la hora fijada, pero desconoce a Rita, quien se queda allí y se orina en el piso y llegan los medios de comunicación a reportar el incidente que, a la postre, redunda en beneficio de los usuarios. En 1987 me la presenta Hilda Frontani durante el cierre de campaña del Alcalde Harold Washington. “Ponte listo —me dice en el carro—, te voy a presentar gente que puede ser importante en tu vida”. A partir de entonces encuentro a Rita haciendo colectas para una revista que no es de ella, oponiéndose a la desaparición de un centro comunitario insalvable (y que salva), marchando a favor de una legalización incondicional para todos y condenando a grito abierto las acciones de un dictador latinoamericano. Rita no es, pues, de las mujeres que piden permiso, no se agacha ante nadie; es, como dice en una presentación donde funge como maestra de ceremonias, Rita Bustos. ¿Quién lo duda? La imagen que pregona la derecha, de que los activistas son resentidos y antisociales, palidece ante el carácter jovial y la trayectoria de Rita. Seguramente no la vieron reír en las celebraciones que no siempre fueron de triunfos. No la oyeron cantar en las peñas y tertulias de Chicago. Es la mujer fuerte en el exilio. A la misma la enfermedad le cuesta llevársela. Imposible encasillarla en unas cuantas palabras. Acaso el poema de Otto René Castillo hable más sobre ella.

 

Vámonos patria a caminar

Para que los pasos no me lloren,
para que las palabras no me sangren:
canto.
Para tu rostro fronterizo del alma
que me ha nacido entre las manos:
canto.
Para decir que me has crecido clara
en los huesos más amargos de la voz:
canto.
Para que nadie diga: ¡tierra mía!,
con toda la decisión de la nostalgia:
canto.
Por lo que no debe morir, tu pueblo:
canto…
Canto tu nombre, alegre como un violín de surcos,
porque viene al encuentro de mi dolor humano.

 

 

Ricardo Enrique Murillo. Escritor y maratonista de Huejuquilla, Jalisco. Reside en Nueva York huejumexico@yahoo.com.mx 

 

 


Rita Bustos y Carlos Arango

Una historia de lucha y resistencia

 

Celebramos el cumpleaños de Rita Bustos en el hospital Rush en el pabellón de enfermos terminales. Ella sonreía y disfrutaba esos últimos alientos de vida y peleaba porque la compañía de luz amenazaba con cortarle los servicios de electricidad en su casa. La trabajadora social envió cartas y añadió que haría llamadas para que no se la cortaran el martes en que la compañía se presentaría a su casa.

El 22 de mayo Rita cumplió 62 años. Era viernes. El jueves 28 por la mañana temprano dejó de respirar. Rita, mujer grande, combativa. Un día en la década de 1970 arribó de Sudamérica. La acompañaban su esposo, sus padres y Michelle su hija. Traían una bolsa de sueños para ahorrar dinero y poder regresar al Uruguay cuando terminara la dictadura.

La familia llegó a vivir al oeste de Pilsen. Nos conocimos en las clases de historia del Instituto del Progreso Latino. Ya en el aula leímos fragmentos de Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano; ese otro escritor que también partió. Es oportuno recordar que dicho libro, publicado en 1971, fue un regalo del presidente Hugo Chávez al presidente Barack Obama. De regreso al salón de clases con Rita, también leímos algunos capítulos de la América Ocupada, de Rudy Acuña. Este autor, por su parte, inspiró las luchas del Movimiento Chicano y de los inmigrantes.

Rita Bustos fue una mujer de no poco talento. Era una gran conversadora. Cantaba y tenía una voz maravillosa. Fue organizadora y llegó a convertirse en la voz de un segmento de la gente más jodida. Ya entrada en años, también incursionó en la pintura. Esta destreza la exploró durante el tiempo que vivió en Miami. Sus pinturas llegaron a enriquecer las texturas de las paredes del restaurante El ñandú, una experiencia culinaria en la que se había embarcado con su esposo, Miguel Bustos. Este lugar se dio a conocer por las peñas que se realizaban los jueves por la noche. Muchos músicos latinoamericanos pasaron por el simbólico escenario de El ñandú. Quizá uno de los más recordados el chileno Nelson Sosa.

Pero El ñandú de la época de Rita Bustos no solo abría sus puertas al talento local. Desde su escenario miniatura escuchamos grandes conciertos. Ahí cantó Gabino Palomares, María Eva y también el Grupo Zazhil; todos ellos eran de la Ciudad de México.

Rita asistió a cursos de capacitación organizativa junto con otros líderes históricos que hicieron de Pilsen una trinchera política, tales como Humberto Salinas, Víctor M. Cortés, Noé Márquez, Arturo Jáuregui. Rita trabajó como organizadora en la Alianza de Viviendas y Negocios de Pilsen, del que Arturo Vázquez fuera presidente. Vázquez tenía mucha claridad en los asuntos de desarrollo comunitario en comunidades marginadas.

Rita también trabajo con las familias del este de Pilsen, que incluía las calles Ruble, Desplaines, Jefferson, Union y la Dieciocho. Desde entonces el área ya estaba amenazada por los especuladores del desarrollo urbano. Fenómeno global que ahora se le conoce como removimiento urbano, desplazamiento o gentrificatión. Rita logró unificar a los vecinos para limpiar las calles participó en la creación del parque Jefferson Park e, incluso, en una campaña logró que 200 trabajadores retuvieran su empleo en el este de Pilsen.

Rita era muy receptiva y aprendió mucho de la gente con la que hablaba mientras organizaba en el barrio. La invitaban a pasar a sus casas y le invitaban café, tortillas, pero su trabajo como organizadora se amplió y ella se convirtió en confidente de muchos residentes de Pilsen. Los sábados llegaba con una campanita al área de Pilsen donde trabajaba las calles y los residentes salían a limpiar los callejones, las aceras. Hasta cierto punto, retomaban las tradiciones de nuestros países de origen de mantener limpias las aceras: “pobres pero limpios; pobres pero dignos”, decían.

A Pilsen también le llegaron los tiempos electorales por primera vez en la década de 1980. Finalmente se tendrían candidatos mexicanos en la contienda y algunos representantes de las luchas sociales de nuestra comunidad vieron la oportunidad de destacar. Entre ellos se encontraban el abogado Juan Soliz, campeón en la lucha por los derechos de los inmigrantes tanto en Casa Hermandad General de Trabajadores (CASA HGT) como en la Coalición del Medio-Oeste en Defensa del Inmigrante; Rudy Lozano fundador de CASA HGT en Chicago, sindicalista y fundador de la Coalición del Medio-Oeste en Defensa del Inmigrante. Durante esa campaña electoral, Rita Bustos también salió a tocar puertas para que la comunidad pudiera tener a su propio representación y así terminar con la marginación electoral.

Como directora de la Asociación por los derechos Obreros, le tocó vivir varias batallas sociales de enorme dimensión, como fue darle mantenimiento al edificio frente al Jumping Bean. También logro que se le abrieran las puertas a los trabajadores hispanoparlantes en el hospital del condado de Cook. Asimismo participó en detener la construcción del hospital Rush no incluir a trabajadores latinos durante su construcción. Se enfrentó con la administración del Servicio Postal porque no empleaban latinos y lo hizo en conjunto con la Coalición de West Town, bajo la dirección del reverendo Jorge Morales y Peter Eal.

Sin embargo esas no son todas las campañas en las que estuvo involucrada. Participó en el paro organizado contra Greyhound y Peoples Gas. Como quedó registrado en los periódicos para la historia, Rita andaba en muletas y se encadenó a la puerta de Peoples Gas. De esta manera demandó empleos para los latinos y obligó a la policía para que fuera a las instalaciones donde Rita estaba encadenada y romper las cadenas para permitir acceso al edificio. Otra campaña de trascendencia fue cuando los residentes de Pilsen se presentaron a las oficinas de Peoples Gas y pagaron sus facturas con puras monedas de a centavo. Este creó un caos inimaginable porque además las personas alegaban con los cajeros para que contaran bien: penny x penny.

En las luchas por la educación y la representación de nuestra comunidad —en las sala de audiencias públicas de la Junta de Educación de Chicago— un gran grupo de personas de la comunidad estuvo dispuesto a quedarse ahí hasta que la junta escuchara y resolviera las demandas de una comunidad latina. Tenían escuelas sobrepobladas, con menos presupuesto que las escuelas de barrios ricos, no tenían suficiente personal de seguridad. O sea, la comunidad literalmente se encontraba lejos de las manos de Dios y Rita comenzó a cantar la Internacional, ese canto combativo de los socialistas.

“Arriba los pobres del mundo
de pie los esclavos sin pan
y gritemos todos unidos
viva la internacional.”

Latinos, y negros continuaron cantando hasta que los cuerpos policiácos entraron a la asamblea de la junta de educación y arrestaron a los presentes. Los metieron a las perreras de la policía y entre ellos iban Rita, Humberto Salinas y Slim Coleman, director en ese entonces de All Chicago City News.

Ante la injusticia, Rita participó en acciones desafiantes. Enfrentó —con muchos otros activistas— al sistema de inmigración, que siempre ha sido brutal contra nuestra comunidad.

Al verla el 22 de mayo, día de su cumpleaños, me despedí de ella y recordamos todas las cosas que vivimos juntos en Casa Aztlán, en APO, en la Alianza de Viviendas y Negocios de Pilsen. Pero sobre todo recordamos las largas conversaciones que mantuvimos en El ñandú, en La parrillita, en Mannys y muchos lugares más. Recordé el día que CASA HGT organizó un concierto con Daniel Viglieti en el Centro de la Causa. Entonces la hija de Rita, Tania, tenía un día de nacida, pero aun así llegó a escuchar a su paisano en ese maravilloso concierto. Rita se mantuvo toda su vida luchando entre la vida y la muerte. Murió preocupada, pero quiero creer que feliz. Agradezco a Juan Soliz por haberme invitado a apagar la última vela de la vida de esta mujer tan extraordinaria.

 

Carlos Arango. Director ejecutivo de Casa Aztlán, en Chicago.