Sin Color: Crisia Regalado y David Aquino
La voz de Crisia es cristalina, transparente, etérea. Es una voz que fluye, sube, baja, se arrastra y acaricia la sensibilidad de quien la escucha. Cautiva, libera. Es la sonoridad de la poesía. Es el susurro de un serafín tenaz. Es un registro inolvidable, afectivo. Crisia lleva el canto desde siempre; nació con él: “soy cantante de corazón”, me dice sonriendo. El cosquilleo musical recorre su cuerpo, exalta su creatividad.
Comenzó a cantar desde antes de sus primeros recuerdos. Tarareaba las canciones populares que sus padres salvadoreños escuchaban en South LA: las cumbias de Aniceto Molina y los boleros de Charlie Zaa. A temprana edad, y antes del auge del smart phone, sus padres se dieron cuenta del talento de su hija pues la escuchaban cantar intuitivamente en la iglesia y le regalaron una máquina de Karaoke para que explorara su diáfana voz. Enamorada del canto, desde su banca en la iglesia le hacía eco a los coros y en casa interpretaba las composiciones musicales de Shakira, Maná y Lola Beltrán. La música y el canto con mariachi también pasaron a ser parte de su repertorio. El canto dejó de ser un acto de devoción para convertirse en pasión desmedida.
A los diez años, su madre buscó inscribirla en el coro de la iglesia y porque “era muy chiquita” no le permitieron cantar en el coro. En aquel tiempo, una oportunidad para aprender a cantar ópera “me cayó del cielo”, comenta Crisia con modestia. “Mi madre le preguntó a sus amistades en dónde podría encontrar clases de canto”. Y después de andar preguntando en el sur angelino, dieron con el maestro Antonio Espinal —inmigrante mexicano—, que la instruyó en las técnicas vocales de la ópera durante cinco años. No es que Crisia y su familia fueran pudientes; al contrario son de origen muy humilde, pero ella se las ingenió para tomar clases y, además, intercambiar horas de babysitter mientras miraba al instructor impartir otras clases y así continuaba aprendiendo. La partida repentina del maestro Espinal la dejó sumida en una orfandad sin dirección, pero la vena artística y la ansiedad creativa la llevaron a continuar buscando, y un día volvió a encontrarse con David en la iglesia de Santa Cecilia.
Quizá tal vez sea por su voz angelical, pero hay algo sacro en el camino musical de Crisia. En una iglesia la privaron de formar parte del coro y en una iglesia volvió a cruzarse en el camino con David Aquino, músico y compositor. Asistían a la primaria cuando David y Crisia se conocieron por primera vez. Ella cursaba el séptimo grado y él, octavo. Cierto día, David comenzó a buscar una vocalista que lo acompañara para un show de talento; y si en la escuela había alguien que anduviera por los pasillos, aulas y el comedor experimentando con la voz, pues esa era Crisia. Para la audición tocaron una rola de reggae, pero el intento solo quedó en eso. El jurado debió haber escuchado con espanto la fusión de María Callas con Bob Marley y los mandaron desangelados a su casa. Crisia regresó a sus clases de ópera y David continuó arreglando para otros grupos.
Tres años después y de vuelta a la la iglesia de Santa Cecilia, santa de los músicos, Crisia estaba en su clase de confirmación, pero como no le gustaba estar sola, a lo lejos distinguió a David y se acercó a platicar. Conversaron sobre música: ella asistía a una secundaría de arte donde estudiaba jazz vocal; él además de estudiar tocaba en grupos de reggae, ska, rock. Y para ganar dinero, quería formar un grupo de cumbia. Crisia, por su parte, no sabía qué iba a ser de ella, pero sí sabía que quería cantar. Intercambiaron textos, David le mandaba riffs de guitarra de los acordes que estaba arreglando y le pidió a Crisia que compusiera la letra. Ella no sabía cómo, pero “no sabía decir que no”. Así que le pidió ayuda a mamá con el primer verso de una cumbia: “‘Causó un dolor en mi corazón…’ o algo así y a partir de ahí no paró y nació la primera cumbia”.
Y también así nació Sin Color, dúo integrado por Crisia Regalado y David Aquino, jóvenes creadores de talento desbordante pero no avasallador. Ella vive en su canto, su voz cimbra, despierta la alegría de la vida. Él es hacedor de sonidos, sublima el oído. El mudo musical es vasto y variado como para casarse con uno o dos géneros; de ahí que este compositor talentoso, navegue del rock al pop, de la cumbia al reggae, de la bossa nova al disco y al indie. Crea y recrea melodías. Sin color es el reflejo de la diversidad y complejidad de una juventud talentosa e insatisfecha con el mundo actual de las cosas y asimismo ha comenzado a ofrecer una narrativa musical desde la resiliencia. El dúo amalgama géneros musicales diversos con frescura y la pasión por el idioma español enaltecen su música. Después de tres años experimentando en estudio, Sin color produjo independientemente su primer álbum, Frutas, 2017, aunque anteriormente ya habían grabado modestamente los clásicos demos de cajón.
El nombre del dúo nace de una canción de Crisia: “El amor puede ser amargo sin color”. Y esa idea refleja la misión del dúo: “cantar de todo”, que un género no predomine sobre otro, que los estilos se fusionen; que la música libere y transforme al ser humano. Asimismo, el nombre del dúo nos lleva a reflexionar sobre el viento que sopla en nuestros tiempos políticos de intolerancia. De ahí que en Sin Color se puede esperar de todo y el resultado es seductor.
David y Crisia, jóvenes músicos que bien podrían ser los hijos de la tía de la Veintiséis o la prima del barrio de Pilsen. Su origen es humilde como el de miles de migrantes o sus hijos; sin embargo la adversidad no los ha detenido. Ambos han escuchado la pulsión de su corazón y han desatado su vena creadora. Estos jóvenes millenials nos invitan a bailar con su música, pero también a reconciliar la tradición con la modernidad. Nos incitan a observarnos en las otras, en los otros y a armonizar en la diversidad. Recién han cumplido la mayoría de edad y con su talento y actitud ya nos están proponiendo una nueva manera de ver y vivir el mundo.
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Franky Piña es gestora cultural, activista por los derechos de la comunidad transgénero, escritora apasionada del arte y directora editorial en El BeiSMan. En Chicago, cofunda revistas literarias como Fe de erratas, zorros y erizos, Tropel y Contratiempo. Es coautora del libro Rudy Lozano: His Life, His People (1991). Participó en la antología Se habla español: Voces latinas en USA (2000) y Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago (1999). Editó los catálogos de arte: Marcos Raya: Fetishizing the Imaginary (2004), The Art of Gabriel Villa (2007), René Arceo: Between the Instinctive and the Rational (2010), Alfonso Piloto Nieves Ruiz: Sculpture (2014), Barberena: Master Prints (2016) y Raya: The Fetish of Pain (2017). Actualmente, Piña es copartícipe de La Proyecta: Visibilidad a las desparramadas y sujetas trascendentes de la historia, un espacio de experimentación escritural que exhibe y propulsa el trabajo de las mujeres en el arte, la cultura y la política.