Al caminar entre las callejuelas empedradas de Alcalá de Henares, comunidad de Madrid, España me enfrento a casas de tabique rojo y un despejado cielo azul, de más de un centenar de años, y no puedo dejar de pensar en esa otra casa literaria, The House on Mango Street de Sandra Cisneros, que cumple treinta años de haber sido publicada este 2014. Es un placer para mí poder compartir algunas reflexiones sobre cómo me ha afectado ese pilar de la literatura chicana, latina. Libro que no sólo llega al corazón, te arrulla y arropa sino que ha servido de modelo y sobre todo amigo y compañero a jóvenes chicanos, chicanas, latinos, latinas en Estados Unidos; jóvenes y grandes que nos enfrentamos al laberinto cultural, racial, social y lingüístico que es ese, tan contradictorio y amado, país nuestro.
Recuerdo que cuando tuve la oportunidad de conocer a Sandra Cisneros en la ciudad de Kansas, MO, el 16 de abril de 2009 no dejó de sorprenderme la sencillez de sus palabras y la forma tan casual de entablar conversación con su público. Una de las anécdotas que nos contó fue de cuando era niña y solía ir a las bibliotecas. Ella se maravillaba con los libros que había allí y deseaba, muy en el fondo de su alma, que algún día, un libro suyo formara parte de éstas. Ese sueño se cumplió y nos ha deleitado a muchos con sus acertadas observaciones de la cultura latina de Estados Unidos, nos ha hecho sentir en casa, a muchos de nosotros, por lo menos así lo he experimentado yo. En ocasiones, he percibido también un sentimiento de alienación en mi propio país, Estados Unidos, y libros como The House on Mango Street nos permiten darnos cuenta que somos parte importante de la sociedad. The House on Mango Street toca de una manera tan accesible temas como los recuerdos de niñez en las calles de Chicago; el pelo, sus texturas y aromas; el papel de las mujeres fuertes en la sociedad latina y por supuesto la familia, entre muchos más.
Personalmente, The House on Mango Street me dio la bienvenida a Estados Unidos. Yo llegué en agosto de 1997 directamente de un bosque de niebla, tropical, en el estado de Veracruz, México, a las Green Mountains de Vermont. Ingenuamente creí que ese verdor duraría todo el año pero rápidamente aprendí sobre la escasez de la luz en los subsecuentes meses y la fragilidad del calor. The House on Mango Street era uno de los libros que debía enseñar en la escuela donde comenzaría a dar clases, a unas semanas después de haber llegado. Después de haber llegado a mi nuevo mundo, país, ciudad, trabajo, sociedad, batallaba para tratar de entender cómo funcionar, cuál era mi papel y lugar. De pronto, como lo he comentado en varias ocasiones, se me agregó una capa más a mi diversidad sin yo haberla solicitado, me convertí de un día para otro en una mujer de color. ¿Qué significaba eso? Si yo venía de un país donde todos éramos mexicanos y, aunque siempre, había tenido la consciencia de que mi madre es una mujer indígena, no había tenido la necesidad de usar la etiqueta de mujer de color, minoría. Pensé en las implicaciones históricas de esta categoría agregada a mi diversidad, las implicaciones raciales y sobre todo las políticas. La lectura de The House on Mango Street me facilitó ese proceso de reflexión y me dio una mejor perspectiva de mi lugar y función en mi nueva sociedad.
Me senté a revisar todos los materiales que debía enseñar y quedé prendida de ese libro con portada en tonos azules, rojos y morados, con tres mujeres morenas en ésta, todas unidas entre sí por un hilo, que yo quiero pensar, de seda y que culminaba en un velo que cubría a una de ellas. Un libro fácil de leer, con capítulos cortos que permitirían enfocarme en discusiones sobre la cultura latina con mis estudiantes. De lo que no me di cuenta, en ese momento, era de cuánto me invitaba a reflexionar a mí. Entablé un diálogo con The House on Mango Street, sin saberlo, e hice mías esas imágenes, esos recuerdos, sonidos y sabores que brincaban de las páginas del libro y me llamaban. Fue como si en un abrir y cerrar de ojos, a través de la lectura del libro, entendiera y sobre todo me sintiera parte de Estados Unidos. Fue un curso relámpago y lo abracé.
Súbitamente era la que venía montada en una bicicleta con sus amiguitas o era quien se recostaba en la cama y absorbía el aroma de la cabellera materna. O pensaba en las múltiples ocasiones en que me había mudado de casa, como la había hecho recientemente al llegar a Vermont. Pude sentir la preocupación de la autora, Sandra Cisneros, por dejar un mensaje significativo a los que leyeran esas páginas o por lo menos, así me sucedió a mí. Un mensaje que iba acompañado de imágenes morenas, del barrio, con primos y primas, autos viejos y sobre todo con un gran poder que me decía al oído que estaba bien ser quien era. Así lo sentí en 1997, así lo enseñé ese otoño, así lo he creído todos estos años, The House on Mango Street un pedacito de nuestros corazones, de nuestros recuerdos de niñez, encapsulados en las páginas. ¡Felices treinta años!
Junio de 2014, Alcalá de Henares, Madrid, España.
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Xanath Caraza es una viajera, educadora, poeta y cuentista. Es la autora de Corazón Pintado (2012), Conjuro (2012), Lo que trae la marea/What the Tide Brings (2013) y Noche de colibríes (2014). Escribe en La Bloga y la columna “US Latino Poets en español”. Su próximo libro es Sílabas de viento/Syllables of Wind.
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