‘Para restarse’: el sentido de lo vivido

 

Para restarse de Iván Pérez-Zayas
Disonante, 2018, 51 páginas, $9.95, ISBN 978-1-64131-081-9

 

Uno se asoma a un álbum fotográfico y se ve en imágenes de momentos que quedaron quietos para siempre. Cada imagen es apenas el trazo de un recuerdo, una situación pasada de la que, si acaso se recobra el sentido, es por vía del lenguaje: aquí estoy yo y aquí estás tú, y estábamos en… Pero a veces sucede que uno no se reconoce en sus propias fotografías, que hay un vínculo roto entre la imagen del pasado y la experiencia, el sentido de lo vivido. Como esos sueños en los que era yo, pero no era yo; o eras tú, pero no eras tú. Esta sensación aparece y se multiplica en las imágenes que se dibujan en la cabeza de quien lee los poemas que componen Para restarse.

Como en el caso de quien mira el álbum, Pérez-Zayas trata de reconstruir el sentido roto por la vía del lenguaje. Se fija en la ruptura misma, en las múltiples distancias geográficas, afectivas, que una llamada no es capaz de salvar en el poema “La llamará para dar /(de qué hablar)” (11), o escarba en el recuerdo de dos actores que están a punto de salir a escena: “hay un espacio de tiempo que se encuentra /entre    aquí            y          allá /en ese lugar estabas /de veras” (“En la espera”, 16). Estas distancias entre los personajes que pueblan los poemas, entre ellos y la voz poética que los retrata, expresa un problema contemporáneo: la ruptura cotidiana entre el sujeto y los otros, entre el sujeto y el mundo. Un problema cuyas manifestaciones suelen ser más evidentes (la diáspora, el desarraigo material, la paranoia, el sentirse fuera lugar y de sí mismo) y que también habitan los poemas de Para restarse: “Después de cruzar la frontera, / tuve que acostumbrarme a guiar en el extranjero, / pero navegar a Tijuana es fácil cuando el primer destino / es el estacionamiento de un Costco cualquiera” (“Latrocinio” (40).

Pero si esta poesía apela al lenguaje para dotar de sentido la experiencia del mundo, no lo hace como si aquel fuera un lugar sagrado, una tabla de salvación o el origen olvidado. Los poemas de Pérez-Zayas son conscientes de su provisionalidad, de que el mundo interior está poblado de “aves que hilvanan / una carnada diseñada para capturar dioses /(viejos y nuevos, da igual) / en cajas / con palabras / (viejas y nuevas, da igual)” (17). Los dioses de este mundo simbólico son tan arbitrarios como las palabras-trampa que los atrapan. Esta relación con el lenguaje le permite a Pérez-Zayas moverse por una multiplicidad de registros, que van de la reflexión poética, como en el caso del pasaje citado, a la crítica social: “hay que enseñarle a la gente silla que no se le dejen sentar / encima / que no sean silla / por favor / se los ruego / dejen de ser silla” (“Diente” 27), o a situaciones concretas descritas con una expresión humorística y coloquial: “acabo de ver un tipo / con un gorra de beisbol (…) / con el pinche Pokémon / por debajo sonriendo como un cabrón / suspendido en el vacío fondo negro / y con las manitas esas que flotan / como para decir / ¡cuidao que te agarro por el mango de abajo! / Que bonito es el mundo” (“Tren, 23). Con esa misma familiaridad, Para restarse habla spanglish, va y viene entre el español, inglés y, en ocasiones el portugués. El poemario abunda en referentes de la cultura popular, y el arte contemporáneo, señala múltiples cruces mediante los cuales la cultura articula inquietudes políticas de nuestros días como el género, el lugar de la academia, la diáspora, la identidad, la lengua, entre muchos otros.

Iván Pérez-Zayas, puertorriqueño, amante del cómic, candidato a PhD y residente en la ciudad de Chicago (por ahora, insiste), captura con su lenguaje las fisuras por las cuales se cuela el sentido en el vértigo de los días. Entre las fisuras, se alcanza a ver su epitafio: “sus palabras favoritas / fueron dale /y / ¡wepa!”. Desde el extrañamiento de lo cotidiano y la celebración del lenguaje, este poeta ofrece mucha poesía en los 23 textos que componen su primer poemario.