Los Tigres del Norte en ‘Y nos vinimos de mojados’

 

La plataforma Netflix estrenó el documental Los Tigres del Norte at Folsom Prison. El filme gira en torno a un concierto realizado cinco décadas después del concierto que Johnny Cash brindó a los reos de aquel entonces en la misma prisión californiana. A través de canciones, paneos y entrevistas con un puñado de reas y convictos nos acercamos por encimita al mundo carcelario. El buen observador llegará a cuestionar las causas del porqué entre todos los reos predominan latinos y afromaericanos de recursos insuficientes para soñar también el American Dream. Si algo caracteriza a los Tigres del Norte es que desde sus inicios tomaron partido por la comunidad más vulnerable de la sociedad: la Migrante. A propósito del documental, El BeiSMan publica el siguiente fragmento del libro …y nos vinimos de mojados donde intersecan el inmigrante y los Tigres del Norte.

 

(fragmento)

 

La solidaridad hacia “el mojado” no es propia sólo de los compositores mexicanos. Leonardo “Flaco” Jiménez, de origen tejano, es sin duda el acordeonista que más se ha acercado a esa veta. Su versatilidad le ha permitido participar en grupos de blues, rock y bluegrass, y regresar siempre más vital a su Tex-mex (también llamada “norteña”). Ya desde su primera grabación, con el grupo Los Caminantes, en los años cincuenta, se deja ver el virtuosismo y los intereses temáticos del “Flaco”. Y a partir de esa década ha sabido volver con su acordeón a las bodas y bailes populares y trabajar constantemente sobre el tema de la migración: “Desde Laredo a San Antonio/ he venido a casarme con mi Chencha./ Y no he podido, por ser mojado/ pues para todo me exigen la licencia”.

En las últimas décadas, Los Tigres del Norte ha sido el grupo que mejor se ha sabido insertar en esta tradición. De la misma manera que en 1933 Pedro Rocha y Lupe Martínez cantaron el corrido “Contrabandistas tequileros”, y al igual que los Hermanos Bañuelos grabaron en 1929 “El deportado”, Los Tigres del Norte, cinco décadas más tarde, vuelven a esos mismos temas. En lo que toca al tema del narcotráfico, Los Tigres del Norte interpretaron “La banda del carro rojo” en los setenta o más recientemente “Jefe de jefes”. Al respecto recordemos que la frontera norte de México desde principios del Siglo XX ha sido signo de pesos con doble raya. A causa del puritanismo estadounidense, introducir alcohol en la época de la Prohibición dejaba muchas ganancias, de la misma manera que en la actualidad las deja el narcotráfico. La droga en tiempos recientes —como el alcohol en 1929— es por lo general para el estadounidense que la trafica un negocio y a la vez un pecado; para el mexicano involucrado es sólo un negocio.

El narcotráfico por un lado y el cruce y la vida del inmigrante por el otro, son los dos rieles por los que se han deslizado las interpretaciones de Los Tigres del Norte. “Vivan los mojados” representa la legitimación de un término que, como ya dijimos al comienzo, era completamente peyorativo y ahora señal de identidad. Si “Flaco” Jiménez y Eulalio González “Piporro” reivindican el término mojado, sin duda Los Tigres del Norte se encargan de volverlo continental: “Vivan todos los mojados/ los que ya van emigrar…” En otra canción, Los Tigres distinguen entre el mexicano saqueador y aquel que se ve obligado a emigrar; enfaticemos: a la gran mayoría de los mexicanos les hubiese gustado quedarse allá, y por eso se siguen sintiendo ligados a Huejuquilla, a Moroleón, a Iguala… “Mientras los ricos se van para el extranjero/ para esconder su dinero y por Europa pasear/ Los campesinos que venimos de mojados/casi todo se lo enviamos/ a los que quedan allá”. Esto no es una falsa impresión, pues mientras la clase política y empresarial mexicana quiere asegurar su capital en bancos extranjeros, los inmigrantes saben que la subsistencia de su familia, de su pueblo natal y, por ende, de su patria depende de ellos. Los pudientes que nacieron en México —o en cualquier parte del mundo— han borrado de su memoria el concepto de patria; por eso buscan asegurar sus capitales en los Estados Unidos o en Suiza. En cambio, el inmigrante cree en México y le preocupa no sólo su familia sino la comunidad que quedó de aquel lado. Eso explica el hecho de que tan sólo en Chicago haya por lo menos ciento cincuenta clubes sociales de oriundos cuya función primordial es el envío de recursos para la construcción de caminos, escuelas y otros servicios de carácter público.

Las canciones de Los Tigres relacionadas con el inmigrante, a pesar de que nos narraban una historia triste, siempre lo hacían a ritmo norteño y con una melodía alegre y rápida. Pensemos en “Tres veces mojado”, donde se cuentan las vicisitudes de un inmigrante salvadoreño que cruzó Guatemala y México para llegar a los Estados Unidos, y dejándonos bien claro que los problemas más graves de su travesía los enfrentó en México. O pensemos también en “La jaula de oro”, donde se muestran los conflictos del padre indocumentado al darse cuenta de que su hijo ya no habla español y, aunque quiera regresarse a México, ya no puede porque al hijo no le interesa.

Pero a raíz de que se radicalizaron los operativos tanto del Immigration and Custom Enforcement como del FBI en contra de los indocumentados y de que se reforzó la seguridad en la frontera, en 2004 Los Tigres grabaron una canción en la que desaparece la alegría, pues ese ritmo norteño tan característico en ellos se vuelve una especie de lamento. El tema de esta canción está relacionado con aquellos migrantes que mueren en su intento por cruzar y dejar atrás el desierto, el río o el monte. Nos referimos a la historia de José Pérez León, un mexicano que muere asfixiado en un vagón junto con otros veinte: “así termina la historia/ no hay nada más que contar/ de otro paisano que arriesga la vida/ y que muere como ilegal”.

El gran incremento de las redadas, las deportaciones y las muertes de los inmigrantes en su intento por llegar a los Estados Unidos, además de sensibilizar a Los Tigres, también tocó la inspiración del cantante guatemalteco de balada pop Ricardo Arjona, quien con el grupo norteño Intocable (que anteriormente no había grabado canciones relacionadas con la problemática de los inmigrantes) saca a la luz la canción “Mojado”, pieza que en términos de ritmo y temática se relaciona con la de “José Pérez León”, pues es también un lamento norteño: “si la luna suave se desliza/ sobre la cornisa/ sin permiso alguno/ por qué el mojado precisa/ comprobar con visa/ que no es de Neptuno”.

En una fiesta en la que escuchábamos esta música, un amigo afroamericano que vive en Chicago y habla español, nos preguntó si dichas canciones eran de protesta, o que si de algún modo llamaban a la revolución. Le respondimos que no porque no atentaban en esencia contra el modelo social establecido; por el contrario, el indocumentado sueña con formar parte de este modelo. Este lamento en el que se canta la tragedia de ser indocumentado, es similar al lamento de los negros en las plantaciones. La diferencia es que al esclavo se lo dictaba su sentimiento de opresión al momento de estar trabajando; en cambio, al inmigrante, sea hombre o mujer, se lo dicta la radio al momento de estar cuidando a un bebé en un condominio de Manhattan, pizcando manzana en el estado de Washington, limpiando la cocina en una casa de Atlanta, preparando sushi en un restaurante japonés en Chicago, o cortando el césped en una casa en el condado de Orange.

Como habíamos señalado, muchas de las canciones de Los Tigres del Norte tenían un carácter hiperbólico, pero los tiempos que ahora estamos viviendo los inmigrantes en los Estados Unidos le han dado un carácter profético a algunos de sus versos. Pensemos en las líneas de la “La jaula de oro” que todavía a principios del milenio eran consideradas una exageración y que ahora son una realidad: “casi no salgo a la calle/pues tengo miedo que me hallen/y me puedan deportar”.

Por último, así como el documental Chulas Fronteras transmite la idea de que nuestras fiestas y nuestros ritos se llevan a cabo en el México que nunca abandona el ferry, Los Tigres del Norte sugieren que el cuerpo sí logra cruzar la frontera, pero que el alma se queda en la línea divisoria. “No pude cruzar la raya/ se me atravesó el río Bravo”, aun cuando más adelante en la misma canción se afirme que este inmigrante trabajó en Lousiana. Lo curioso es que en los momentos de mayor añoranza el inmigrante sí logra ser cuerpo y alma. Y dichos momentos se dan en el esparcimiento, nunca en las horas prolongadas del trabajo. Por eso la nostalgia es el sentimiento que ha transportado la frontera de México a otros paralelos: el río Bravo a veces cruza por el barrio East de Los Ángeles, a veces por Queens, en Nueva York, y muchas otras por Pilsen, en Chicago. En pocas palabras, para Los Tigres del Norte, el reencuentro definitivo entre el cuerpo y el alma del inmigrante se da en la muerte: “Y la línea divisoria es la tumba del mojado”.