En el centro de los horrores

 

Mandíbula de Mónica Ojeda
Editorial Candaya, Barcelona, 2018. 288 páginas, $25.74, ISBN 13: 978-8415934493

 

Si no estuviera cargada de un profundo horror y, sobre todo, un recorrido durísimo por la compleja crueldad de la naturaleza humana, la novela Mandíbula (Editorial Candaya, 2018) de Mónica Ojeda, sería con toda seguridad, una fábula sobre la vida, el desarraigo y la soledad. Pero Ojeda no se prodiga en exceso con temas existencialistas comunes y toma la sabia decisión de convertir el enrarecido ambiente de un colegio elitesco, en un micro universo en que el miedo y la salvaje repercusión del bien y del mal construyen algo más venenoso y duro de digerir. La novela de Ojeda no es sencilla de leer y quizás, ese es su mayor valor: el recorrido de la escritora por los entresijos de la mente, es una reflexión sobre los espacios retorcidos y ponzoñosos que habitan en nuestra mente, que se enlazan con ideas más primitivas y al final, crean un caldo de cultivo ideal para los horrores que se esconden bajo la identidad colectiva.

Para Ojeda, la simbiosis entre los espacios y la conducta temible de sus personajes, crean un todo siniestro que se extiende como un hálito ponzoñoso a través de la historia.  Mandíbula, muestra la visión de los personajes desde la oscuridad absoluta —psicológica y la real— hasta evadir cualquier explicación sencilla a la vez que analiza, desde la periferia, el miedo a las pequeñas cosas y a los sucesos inexplicables desde cierta angustia existencial latente. Al final, todos los que habitan los lóbregos lugares que Ojeda describe, se convierten en rehenes de sus propios dolores y símbolos de todos los temibles y espectrales sufrimientos de quienes le rodean. El miedo convertido en un vehículo de expresión de pulsiones invisibles.

Ojeda combina saltos temporales, argumentales y vínculos inesperados entre diferentes momentos y circunstancias para crear algo más profundo y extraño de una típica historia de horror. Lo hace, además, con toda la habilidad para narrar desde las primeras líneas, algo tan alejado de la estructura de las novelas tradicionales del género, que resulta casi imposible definir o detallar de manera clara lo que ocurre al fondo de lo que oculta la narración. Clara, una profesora de un colegio regentado por el Opus Dei, sufre de una rara condición psiquiátrica que le empuja a secuestrar a Fernanda, una de sus alumnas. Pero el hilo narrativo que las une, no es el poder, el dominio o el control de un acto desesperado con tintes delictivos.

Mandíbula no es sólo una novela sobre el miedo convertido en una herramienta para diseccionar el pensamiento y la naturaleza del hombre hasta sus lugares más oscuros. Podría serlo y de hecho, en algunas partes lo es. Sin embargo la escritora, que notoriamente está más interesada en crear un género atípico que responda a siniestras preguntas existenciales, crea alrededor de una historia laberíntica, algo más extraño, duro de digerir y confuso. Con una intimidad emocional sorprendente, Ojeda analiza la visión sobre lo que nos aterra y a la vez nos conmueve, moviendo las historias de sus personajes como fragmentos a punto de derrumbarse violenta sobre apetitos inconfesables, secretos retorcidos, pero sobre todo, la lógica comprensión de su dimensión como noción intelectual como parte de algo mucho más amplio y maligno. Para Ojeda, su novela no existe como entidad literaria sino además, es capaz de interactuar con el lector de maneras sensoriales imprevisibles. La autora toma la arriesgada decisión de rebasar los límites habituales de lo cognoscitivo y crear algo más poderoso, que la lleva a reflexionar sobre un cierto tipo de metaficción que se sujeta a una realidad escindida y temible. No es suficiente contar la historia desde la noción del útero creativo —la noción de lo que envuelve, crea y sustenta lo que ocurre— sino que además, la dota de una poderosa visión sobre el reflejo de los símbolos que utiliza. El resultado es un recorrido de enorme poder metafórico, que se analiza desde lo extravagante, lo osado y lo desconcertante. Desde el miedo a la inocencia, para Ojeda la naturaleza humana es un crisol de experiencias que se construyen a través de cierta pulsión existencial poderosa, en la que lo maligno es el núcleo punzante de algo más doloroso.

Mandíbula es una combinación equilibrada de tonos, registros y texturas narrativas que logra confluir en un punto asombroso de pura y oscura belleza. Hay algo neurótico, obsesivo y despiadado en la forma como los personajes se perciben a sí mismos y a los que le rodean, como sostienen y elaboran algo más profundo a medida que los infinitos detalles sobre los horrores deslumbrantes que atraviesan se hacen más vívidos. Ojeda se permite la concepción del mal desde lo originario y avanza a pasos angustiosos hacia una contemplativa percepción sobre lo que define a los matices de la oscuridad intuitiva. 

Pudiera parecer que por momentos Mandíbula carece de orden y sentido, que se deconstruye como una gran maraña de singulares reflexiones y quizás, ese es su mayor mérito. Es evidente que a la escritora no le importa ponderar ni tampoco pontificar sobre la percepción y la profundidad de sus crueles intenciones sobre el mundo que analiza a la distancia, sino que busca construir un diorama intelectual sobre el complejo universo emocional de la mujer y lo hace, a través de un ligero matiz siniestro que se agradece por su contundencia. Las protagonistas de Ojeda son poderosas, sucumben a la lujuria, el erotismo, la violencia, el horror, pero jamás lo hacen de manera sencilla o por razones evidentes. Hay una persistente disposición de la autora en crear un ámbito casi invisible para la voluntad de sus personajes, una percepción sobre el motor y propósito de sus acciones que se expresa a través de ideas complejas sobre lo tópico

Con una habilidad sorprendente, Ojeda dosifica el terror y lo sobrenatural para crear un panorama casi irreal que se expresa en escenas por momentos surreales que se sustentan sobre una noción persistente sobre el horror. Obliga a sus personajes a dudar de sus propias mentes, a analizar los entornos desde el miedo y la fragilidad. Y de vuelta, les permite retomar su fortaleza, asumir sus errores, construir una belleza lírica que conmueve en ocasiones hasta las lágrimas.

Por supuesto, Ojeda también rinde homenaje al poder duradero e inquietante de los cuentos de hadas. La escritora está consciente que no sólo se trata de símbolos de la percepción colectiva sobre la mujer y sus dolores, sino, además, una construcción elemental sobre nuestras alegorías personales. Con un pulso rápido, certero, inteligente, Ojeda convierte a Mandíbula en una carta de amor al género del terror entrecruzado con lo femenino, que crea una versión del miedo lleno de extrañas compulsiones y temibles tachaduras, que construyen una noción sobre la mujer a piezas, inexacta, imperfecta, radiante de pura vitalidad. No hay límites en esa descripción compulsiva sobre todos los pequeños horrores que embargan a lo femenino: toma el trabajo de fabulistas como Angela Carter, Kelly Link y Helen Oyeyemi para mezclar esa percepción sobre el entorno literario y combinarlo con ciencia ficción, la teoría homosexual y el horror. La escritora parece debatirse entre todo tipo de preguntas y análisis sobre lo que la mujer puede ser, lo que la historia ha hecho con su identidad y, sobre todo, con el horror convertido en una pieza de orfebrería en la que la palabra es una pieza motriz para elaborar una percepción sobre lo urbano, lo íntimo y lo persistente de la memoria. El libro avanza entre todo tipo de pequeños ensayos disfrazados de ficción, internaliza sus pequeños fallos y dolores para finalmente, convertirlos en algo más poderoso, íntimo y quebradizo. Una obra de arte de buen gusto e inteligencia conceptual.

Las fábulas macabras de Ojeda representan por tanto a un tipo de mujer que pocas veces se muestra en la literatura. A mitad de camino entre la aseveración perpetua de lo emocional —todas las mujeres están al borde del miedo, de la angustia, de todo tipo de dolores intelectuales— y algo más sensorial, Mandíbula mira y analiza lo femenino desde sus bordes y aristas más incómodos. La resolución desordenada, la mujer fragmentada y rebelde, el temor que se manifiesta a través de fábulas incompletas, crea una tensión extraordinaria que convierte al libro en una reflexión sobre cómo el mundo percibe a las mujeres, pero antes de eso, cómo las mujeres perciben el mundo; un péndulo que evoca poder, fuerza y temible belleza.

Como en los viejos mitos, las mujeres de Ojeda están cercadas por bosques, torres y hechizos. Y también por advertencias, moralejas en forma de acertijos, el miedo como una expresión última de aterradoras experiencias. Un sótano de terribles secretos que Ojeda revela con una delicadeza tan sutil que asombra por poderosa belleza.