Los pasillos del Walmart son una locura. No hay Clorox, no hay elementos de limpieza. Me paso al otro pasillo a buscar papel higiénico, los estantes están vacíos. Al final del pasillo dos mujeres, una mayor de cabellos blancos y otra mujer más joven y corpulenta, con varios rollos en su carro, luchan por el último paquete de papel higiénico. Otra mujer se acerca a calmarlas. Al verse filmadas por un tipo curioso que parece disfrutar la escena, la mujer joven se va, furiosa, diciendo cosas inteligibles. Esta película ya la he visto. Hay que esperar unos días para que empiecen las roturas de cajeros automáticos y los saqueos en los supermercados. La película es, como se pueden imaginar, de terror.
Alguien me pregunta en el wassap si creo en alguna de las teorías de conspiración que andan dando vueltas, yo pienso en ese video de un murciélago hervido en la sopa de una linda chica china que parece deleitarse con el asqueroso animal en la boca. Digo que no, al menos por ahora pienso eso, que el virus no se escapó de ningún laboratorio militar de China, ni de Estados Unidos, ni de Rusia. Veo más videos de gente comiendo sopa de murciélagos. Eso me lleva a ver otros animales que la gente come: sesos de mono, tarántulas, gusanos, perros, gatos. De repente alguien fabrica un meme de Trump tirando rollos de papeles higiénicos en Puerto Rico. Cierro la computadora y me pongo a leer a Antonio Dal Maseto, sus cuentos son de una sencillez conmovedora. Por accidente vuelco lo poco que queda en el vaso de mi gin and tonic, algo que bebo bastante seguido estos días. Es una buena excusa para servirme otro vaso. Busco las toallas de papel para limpiar el derrame, pero al ver el rollo ya con pocas toallas pienso en que debería ser cuidadoso con él, quizás deba darles otro uso muy pronto.
En la televisión aparece Trump dando nuevas medidas para combatir esta peste, la llama el virus chino, dice que la enfermedad es extranjera. Yo soy extranjero, todos mis amigos son extranjeros, mi hijo es extranjero, me acuesto solo con mujeres extranjeras, escribo en una lengua extranjera. Pienso, al fin de cuentas, todos somos extranjeros en el mundo. Somos aliens en este país, me pregunto si la criatura de la película El octavo pasajero necesitaba papel higiénico.
Alguien postea en el facebook sobre la muerte de varios médicos muertos en Italia, que se contagiaron atendiendo a los enfermos del Coronavirus, ahora recuerdo que alguien, un funcionario del gobierno lo llama el Kung-flu, en clara alusión racista, alguien seguramente totalmente alineado con el presidente. Busco en internet y recuerdo el primer médico chino muerto en la trinchera de la lucha por salvar vidas dentro de esta pandemia. No siempre los médicos me caen bien, muchos son traficantes de salud, pero éstos arriesgan la vida, al igual que las enfermeras y todos lo que trabajan en un hospital. Internamente doy gracias por tanta gente valiente. Gracias a ellos, a su sacrificio, vamos a sobrevivir a esta hecatombe. Recuerdo que entre todas la medicinas que compré para esta cuarentena, me olvidé de uno importante. No compré un anti diarréico. ¡Qué boludo!
Apago todo, la computadora, el teléfono, la televisión, la radio. No quiero saber nada por un rato. Me digo que no voy a entrar en la locura, que estaré en cuarentena pero seguiré escribiendo lo que yo quiera, no lo que manda el status quo. Saco a mi perro a caminar, aquí en Indiana la cosa está muy tranquila, vivo en un barrio de gente retirada. A mis cincuenta soy uno de los más jóvenes, eso me hace sentir estúpidamente bien. Mi perro se detiene, husmea, recorre el lugar con su hocico. Conozco ese ritual, es la hora de defecar. Se para, se posiciona, se arquea, y hace el esfuerzo necesario para expeler sus excrementos. Hace un montón. Casi tres veces más de lo normal. Hace una montaña. Esa masa está humeante por el frío que hace desde hace varios días. Me pregunto si he sido negligente y no he sacado al perro a pasear desde hace mucho tiempo. Me quedo mirando esa pequeña montaña y me alegro de que el perro no necesite papel higiénico. Reconozco que no tengo lo suficiente para todo este tiempo en cuarentena. Me pregunto si la próxima vez que vaya al súper tendré que pelearme con alguna abuela para obtener los últimos rollos. Me molesta tener que pensar tanto en el papel higiénico. La situación ya me está cansado, pero no dejo de aceptar, de que todo esto, el virus, la escasez, el manejo de los medios, la gente inadaptada, la enfermedad en sí, no es más que una reverenda cagada. Es hora de buscar alternativas, miro los árboles, la primavera está llegando y los árboles pronto se llenarán de hojas. La naturaleza siempre proveerá. Amén.
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