Ya sé lo que me van a decir: first world problems, que mis lamentos resultan triviales frente a la situación por la que otros están pasando. Lo acepto. Escribo y me lamento desde el privilegio, pero igualmente siento la necesidad de expresar mi rabia, mi frustración. La segunda etapa del duelo es la ira y es ahí donde me encuentro ahora mismo, viviendo un duelo por el que iba a ser el semestre perfecto, la recta final para mí en el MFA de escritura creativa en Iowa. Duelo por todos los eventos y lecturas canceladas, en especial mi participación en el festival literario Mission Creek y la lectura de graduación en Prairie Lights. Duelo por los talleres de escritura del MFA, por el seminario de Cuento en el Writer’s Workshop, por la defensa de mi tesis creativa. ¡What the hell, coronavirus! Y es aquí donde el duelo se manifiesta en rabia, porque mi paso por la ciudad de la literatura no fue un smooth sailing. Todo lo contrario. Luego de tener que enfrentar —entre otras dificultades— una horrible experiencia de acoso, la falta de empatía de la gente de mi programa (sobre todo de la administración) mientras vivía esa experiencia, el elitismo que me encontré en el MFA, la indiferencia con respecto a la literatura Latinx tanto en inglés como en español, una alerta de tornado y un polar vortex. Luego de tres semestres de esto (por supuesto que hubo cosas buenas durante ese tiempo, eventos de lectura y presentaciones que nunca olvidaré, gente que me apoyó y tendió la mano a quienes tampoco olvidaré, pero este es el momento del duelo, del desahogo y me doy permiso a enforcarme en lo negativo, en lo turbio), se suponía que mi último semestre en la Universidad de Iowa iba a ser el semestre de la reconciliación, del enlightenment, de disfrutar tanto de la ciudad y sus múltiples eventos literarios así como de los talleres del MFA y de las oportunidades brindadas. Pero va a ser que no, dijo el coronavirus. Y así, de la noche a la mañana, me he visto arrebatada del closure que iba a representar el semestre de primavera del 2020, de poner en orden los agravios, de sentirme compensada por todo lo malo, todo lo feo que me tocó pasar en Iowa. De lo que debía ser un broche oro-rosa para una experiencia que tuvo demasiados grises. No es justo. No es justo, no es justo, no es justo. Quiero escribir esta frase tantas veces como el número de días que me tocó pasar en Iowa —ese estado tan frío, tan plano— lejos de mi esposo, de mi casa, de mis montañas y mis lagos de Tennessee. No, no es justo y simpatizo con todos aquellos autores que de la noche a la mañana vieron esfumarse sus presentaciones de libros, sus paneles en la conferencia del AWP, sus talleres, sus eventos. No es justo y no sientan remordimiento ni pena de expresar su rabia. Los entiendo y acompaño en la frustración. Ya pasaré por el resto de las etapas de mi duelo hasta llegar al momento de la aceptación. Probablemente va a ser más rápido de lo que pienso y que en unas semanas miraré con otros ojos todo esto. Pero por ahora me regodeo en la rabia y no pido perdón por la frivolidad de mis pesares. Elijo vivir mi duelo a plenitud. Son los días de la rabia y los invito a que les demos su espacio, a que los reconozcamos sin vergüenza y a nuestra manera. Nuestra sensación de pérdida por los eventos literarios cancelados y por el semestre académico interrumpido es más que válida. Todo aquello era importante para nosotros y trabajamos y sacrificamos mucho para lograrlo, para vivirlo. Por eso aquellas pérdidas merecen nuestra ira y nuestro lamento. Merecen este tiempo de duelo.
Antiguo Capitolio de Iowa
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