‘Sur de Yakima’ de Juan Vitulli

Sur de Yakima de Juan Vitulli
Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2019. 171 páginas, $22, ISBN-13: 978-9500531986

 

Hay historias que son dignas de escucharse en un bar, en un lugar semivacío, en un entorno contaminado de alcohol añejo que habita las paredes y de un humo de cigarrillo que ha tardado años en penetrar las maderas del lugar. Donde una música de fondo no tapa la conversación que ocurre sin distracciones ni melancolías falsas. Las narraciones de Sur de Yakima, libro de relatos de Juan Vitulli, transmiten esa sensación de necesidad de aislamiento, para escuchar en detalles tan necesarios como conflictivos, unas historias cargadas de niveles densos de ansiedad pero indefectiblemente compenetradas entre los personajes.

La narración nos lleva mayormente por el Midwest norteamericano, mostrándonos ciudades sombrías y en decadencia, con personajes que observan ávidamente lo que les rodea, quizás, porque no les queda otra cosa que hacer. Algunos personajes caminan por la ciudad, porque se encuentran en esa vorágine reflexiva que los acomete en los momentos de duda, de arrepentimiento, o de autodescubrirse como una parte indiferente del paisaje humano: “Cuando caminás por esta ciudad sos un ejemplo viviente, palpable de las decisiones que no tendrías que haber tomado” (177). Los personajes de Vitulli se construyen a partir de una psicología torturada por la búsqueda constante por descubrir cosas que a veces es mejor dejar ocultas, pero el humano es en esencia un ser sediento de dilemas, y mientras esos dilemas existan, el torturado seguirá viviendo.

Vitulli también se da el gusto de jugar con las ambivalencias naturales del ser migrante, que encuentra las contradicciones de su propia psiquis en las dualidades de esta nueva sociedad que va construyendo día a día para poder asirse al tan esquivo arraigo: “Claro que eso fue solo una fantasía, pero te aseguro que ese olor a cosa no muerta pero no del todo viva está ahí, flotando y no sé muy bien cómo es que aquí se lo impregnan” (181). Los juegos de matices se presentan en todas las narraciones y obligan al lector a estar presente durante la lectura, porque los detalles, las descripciones, la cadencia de la narración son tan importantes como la historia misma.

Casi todos los relatos de Sur de Yakima están narrados en primera persona, lo que ayuda a sentir el texto de manera más íntima, más personal, más cercano a esa voz que narra como si fuera un eco distante, pero no por eso menos efectivo. Hay tramos más descriptivos, donde el relato en tercera persona es efectivo certero. Los relatos son fluidos con una narración en tensa calma, con personajes que dudan, que buscan, que sufren el desconocimiento, pero que seducen en cada línea y que convencen en ese mundo a medio hacer, ese mundo diferente, porque es el mundo de aquellos que habitan el desarraigo.

Sur de Yakima es un libro para leerlo a tragos lentos, casi en sorbos, porque así es cuando se disfruta mejor. Sin dudas el punto más alto de la obra se registra en el relato que da el nombre al libro y que está ubicado al final del índice, pero todos los cuentos mantienen una uniformidad narrativa y un muy buen nivel de interacción con el lector. Sur de Yakima tiene una línea narrativa tensa, casi en el límite con la ansiedad, y ese contagio hace al lector también partícipe del juego literario del autor. Un buen libro.