Las noventa Habanas de Dainerys Machado Vento
Katakana editores, Miami, 2019. 120 páginas, $10, ISBN-13: 978-1734185003
La Habana de Dainerys Machado Vento es un ente vivo: nace, crece, se multiplica y eventualmente morirá, porque para Machado Vento las ciudades son indiferenciables e inseparables de las personas que las habitan, de sus historias de vida y de su situación particular. Así, en Las noventa Habanas (Katakana editores, 2019), La Habana se nos presenta una y distinta como cada personaje de estos cuentos, casi todos protagonizados por mujeres, que hacen de la ciudad una extensión de sus experiencias, expectativas y anhelos.
La ciudad tiene la edad de sus protagonistas. En “El City Hall”, por ejemplo, las promesas de la noche habanera no están en el Tropicana sino en la discoteca del vecindario, mientras que en “Nada 1994”, el Malecón es muro de contención y frontera no de una ciudad, de un país y de un sistema, sino de la rebeldía adolescente. La ciudad también es lenguaje y los personajes de Las noventa Habanas le dan vida a la ciudad a través de sus expresiones y en especial de sus insultos y maldiciones, al ritmo de la prosa hábil de Machado Vento. La ciudad es tan grande o pequeña como las posibilidades de sus habitantes, como la niña que sigue a su abuela “Por una botella de ron”, o la estudiante que se considera una comemierda por haber tomado la guagua atiborrada del mediodía para ir a la playa en “Un bikini verde”. A veces La Habana no es otra cosa salvo la vida con la suegra, como en “Es de familia”; hombres explicándole cosas a las mujeres, como en “Las mañanas del sábado”; o un insulto que te persigue y está listo para ser arrojado en tu contra: El “¿Es que en Cuba no hay sal?” que la suegra mexicana le enrostra a la protagonista de “Pica poquito” duele como si esa sal se la hubieran restregado en las heridas que deja el exilio.
En Las noventa Habanas también está muy presente ese otro barrio de la ciudad, Miami, un barrio que es próxima etapa, un siguiente paso tan natural que negarse a él es casi una herejía o una traición a la habanidad, como se puede leer en “Quédate”.
Los habitantes de Las noventa Habanas viven en una ciudad que es la misma pero diferente, como La Habana de “Mi amiga Mylene”, tan alejada de La Habana que vive Liset, la narradora. A veces el recuerdo es lo que transforma la ciudad, como en “Confesiones de grande”, y a veces el cambio se debe a una mala lectura de la situación como en “Historia de la flaca a la que golpearon por romper el orden natural de las casas y de las cosas”.
La Habana es una y múltiple, en una especie de transformación estática, pues la ciudad sobrevive incólume las diatribas y desvelos de sus habitantes. Los cuentos de Las noventa Habanas están llenos de humor y desparpajo, ingredientes que Machado Vento usa para desvelar todos los sinsabores de la vida de unos personajes que se saben enjaulados; son cuentos cortos muy eficaces, listos para dar el nocaut de Cortázar. Un excelente volumen que vale mucho la pena leer.
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