Dos mil millas de distancia separan a Nathaly de su hija Izabella, de Los Ángeles a Pilsen, madre e hija se han visto forzadas a tomar la difícil decisión de separarse por unos meses para poder asegurar la salud y el bienestar de ambas. “Ha sido una decisión complicada y difícil porque iba a estar lejos de mi única hija” —indica Nathaly—, “sin embargo fue la mejor opción en el momento porque cuando empezó la pandemia no era posible para mí el no trabajar, no teníamos dinero extra, nosotros vivimos de cheque a cheque y no podíamos darnos el lujo de no pagar la renta o biles”. Con el influjo de paquetes y horas extras en la oficina postal en la que Nathaly trabaja, sus horas de trabajo aumentaron exponencialmente y con el cierre de las escuelas y guarderías para prevenir la propagación del virus, se presentaba un gran problema: quién vería y cuidaría de su hija mientras ella trabajaba. “Todo estaba cerrado” —Nathaly indica—, “no había lugares dónde la cuidaran, además estaba el peligro de contagiarme y contagiar a mi hija porque todo el día tenía que estar con distintos clientes, no tenía opciones”. Para ellas la solución se presentó a millas de distancia en forma de la hermana de Nathaly quien al tener la facilidad de trabajar desde casa y cumplir el confinamiento podía cuidar, ayudar con las clases a distancia y velar por la salud de Izabella. “Sin la ayuda de mi hermana hubiera sido imposible la situación, no hubiera sabido qué hacer. Ella ha velado por Izabella, la ha cuidado y por eso mi hija tiene salud, terminó satisfactoriamente la escuela y sé que está protegida” —comparte Nathaly.
Al igual que ellas, millones de familias latinas han experimentado las dificultades que trae un contexto de emergencia sanitaria global como el actual. Un contexto en el que el cierre de escuelas y guarderías, el cese indefinido de trabajos, la escasez de pruebas y la falta de comunicación clara por parte del gobierno dificultan las posibilidades de supervivencia, poniendo en riesgo el bienestar común y afectando de manera desproporcionada a personas en situación de vulnerabilidad. Ante esta situación de emergencia, las redes de cuidados y las acciones solidarias surgieron de manera desinteresada y con fuerza llenando los espacios que con urgencia necesitaban tanto reacción como acción. Familiares, juntas vecinales, voluntarios, activistas, la comunidad en general se unió y organizó en redes solidarias y afectivas para garantizar las tareas de cuidado desde una economía popular. Familiares cercanos y lejanos velaron por el bienestar de les niñes y se embarcaron en la tarea de ayudar con la educación a distancia, tarea nada fácil hay que agregar. Vecinos brindaron asistencia a las personas mayores y en situación de riesgo de su comunidad comprando despensa e insumos necesarios, así evitando que se expongan y contagien. Grupos de mujeres se organizaron preparando platos de comida caliente y ofreciéndolos entre las personas necesitadas de su barrio. Además de los múltiples actos que van desde coser cientos de mascarillas caseras para regalar entre las personas de la comunidad, así como recaudar fondos para diferentes causas y ofrecer sus servicios de manera gratuita que van desde cortes de cabello hasta servicios psicológicos. En tiempos donde se tiene que estar más alejados uno del otro, nuestras comunidades, en especial las mujeres de nuestras comunidades se organizan en tareas autogestionadas, fortalecen conexiones afectivas y tejen redes solidarias más fuertes. Ellas reaccionan como modo de resistencia frente a la falta de acción de los sectores públicos y cubren labores y cuidados, que invisibilizados en otras situaciones, se perfilan como tareas indispensables y fundamentales para la supervivencia de la comunidad.
Este llamado a acción por parte de las mujeres de la comunidad no es exclusivo de este periodo de pandemia, en efecto se ha observado que en periodos de emergencia nacional son las mujeres las que siempre están al frente de la batalla dando la cara y organizándose para garantizar su supervivencia. Las teóricas y activistas Verónica Gago y Natalia Quiroga Díaz, en su artículo “Los comunes en femenino. Cuerpo y poder ante la expropiación de las economías para la vida” indican que en momentos de crisis excepcional, como episodios de “des-cercamiento”, se crean procesos breves e intensos de “feminización” de la economía y de “comunitarización” de saberes y recursos sociales, a partir de mecanismos de gestión popular donde la legitimidad de los cercamientos y el encapsulamiento de lo doméstico se ciernen sobre los ámbitos de la reproducción social y sobre los cuerpos y lugares de poder de las mujeres en particular. En específico, usando el ejemplo de la crisis de 2001 en Argentina, Gago y Quiroga, demuestran cómo las actividades de trabajo doméstico en el espectro de lo privado y femenino (de cuidado, alimentación, etc.), suspendieron la hegemonía capitalista —que equipara mujer y espacio privado, no productivo— y fueron llevadas al marco de la “comunitarización”. Es así como las lógicas de la economía doméstica femenina impactaron sobre la producción y la reproducción de saberes y habilidades en los comedores populares, mediante la repartición de víveres, preparación de alimentos, etc, organizando redes de intercambio que solventaron los problemas de gran parte de la población en un espacio público-político y produciendo una “feminización” de la producción y comprensión de la economía. (3-15)
Esta perspectiva, apunta al papel político y social de la mujer en momentos de crisis y si bien todos necesitamos de cuidados y más en momentos como el actual donde la supervivencia depende de la solidaridad, el cuidado mutuo y la acción comunitaria, no es trabajo de la mujer suplir la demanda ni necesidad que la pandemia genera. Es más, durante este periodo de pandemia además del trabajo comunitario, las mujeres continúan siendo las principales encargadas del trabajo y cuidados no remunerados del hogar. Esta carga no es nueva, sin embargo, el contexto de emergencia agrava la situación en el que las mujeres latinas ya reportaban trabajar 3.5 horas más al día en trabajos domésticos que sus parejas varones según un estudio publicado en enero del 2020 por Oxfam y el Institute for Women’s Policy Research. Si a esta demanda física se le agrega el factor emocional del aislamiento y el temor por el virus, todo resulta en una carga difícil y muchas veces imposible de enfrentar y maniobrar. Por lo tanto, no podemos celebrar plenamente la autogestión y organización de las mujeres de nuestras comunidades y círculos sin antes reconocer socialmente que la responsabilidad del cuidado del hogar no pago recae mayoritariamente en ellas y que debido a la incapacidad del gobierno de promover estrategias específicas de recuperación sanitaria y económica, nuestras comunidades sufren y precisan de la organización comunitaria para subsistir. Los cuidados no deberían ser labor de género ni de clase.
Ya que la pandemia ha agudizado y evidenciado aun más esta división de labores es momento de actuar ante la desigual sobrecarga del trabajo y cuidados no remunerado ejercido por las mujeres dentro del hogar. Asimismo, es indispensable plantear un sistema integral del reconocimiento salarial de las tareas ejercidas por las mujeres, de promover espacios seguros de cuidados para les hijes de madres trabajadoras, así como entender la necesaria corresponsabilidad del cuidado que compete tanto a los varones, la familia, la comunidad y al Estado. Algunas personas hemos empezado a reconocer y cambiar dentro de nuestros propios núcleos patrones aprendidos y ejercidos que refuerzan las divisiones laborales, otras personas de manera más vocal y activa exigen cambios a nivel social y comunitario, sin embargo, es el Estado el que tiene que reconocer la indispensable labor de cuidados que ejercen y que requieren las trabajadoras del hogar, las trabajadoras informales, las que no pueden dejar de trabajar, las domésticas, las migrantes y promover estrategias específicas que promuevan la subsistencia digna de todas. Hasta que esto ocurra, nosotras, las mujeres nos seguiremos organizando, cuidándonos entre nosotres, velando por el bienestar de los nuestros y desarrollando lazos comunitarios y afectivos que garanticen un sobrevivir digno entre todes.
•