Foto: Leslie Pérez
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#HistorizameEsta
La toma de la CNDH por colectivas feministas en Ciudad de México volvió a atraer la atención de la opinión pública hacia dicho movimiento. Desde el último tramo del sexenio de Peña Nieto las manifestaciones feministas comenzaron a tener más presencia en el espacio público, pero no fue sino hasta la actual administración que sus protestas adquirieron otro grado de visibilidad. La violencia generada por el narcotráfico que se disparó en el gobierno de Felipe Calderón imposibilitó la discusión de la violencia sistemática que, en nuestro país, se ha venido ejerciendo históricamente sobre los cuerpos femeninos. Sin embargo, el aumento de las cifras de feminicidios y agresiones en el último lustro conllevó a que las féminas tomarán las calles para dar voz a toda esta serie de crímenes que, además de quedar impunes en la gran mayoría de los casos, responden a estructuras culturales normativas que forman parte de la sociedad mexicana.
El hecho de que gran parte de los crímenes cometidos contra las mujeres sean perpetrados por sus propias parejas sentimentales masculinas (llámense novios, esposos o amantes) y de que, aunado al homicidio, se lleve a cabo una serie de torturas, agresiones sexuales y hasta desmembramientos de los cuerpos femeninos (aquí también tendríamos que considerar los ataques de ácido que son tentativas de feminicidio), nos sirve como indicador del alto grado de violencia al que las mujeres están expuestas. Si a ello le agregamos la indiferencia del grueso social y el inadecuado manejo de la información de dichos crímenes, tanto en el ámbito de los medios de comunicación como en el de las propias autoridades que tienen que dar seguimiento y castigo al delito de manera que se responsabiliza a la víctima y se justifica al agresor en nombre de absurdos como “el amor” o la propia “naturaleza masculina”, encontraremos las razones que han motivado a que un cada vez más creciente número de mexicanas se organice bajo la bandera del feminismo, a fin de luchar contra la violencia ejercida de manera constante y desproporcionada sobre sus cuerpos; así como por una política de salud reproductiva que reconozca su derecho para decidir sobre su condición de gestantes, como acontece en otras países del mundo desde hace ya varias décadas (en México ya existen dos regiones que han despenalizado la práctica del aborto, pero se busca que este derecho sea reconocido en todo el país).
Si bien ambas demandas terminan convergiendo en la materialidad del cuerpo femenino y, por lo tanto, en una discusión sobre lo que se concibe acerca de este universo; quisiera retomar el hilo inicial del presente escrito pues, en vista de su inmediatez, me ofrece elementos para bosquejar una radiografía del movimiento feminista mexicano en el contexto de los primeros años de la llamada 4T. Debo admitir que no es difícil explicar la fuerza que, en cuanto a número de simpatizantes y de presencia en el espacio público, ha ganado el movimiento. En vista de que han aumentado las denuncias de los crímenes perpetrados contra las mujeres, así como su grado de sadismo; aunado a un ambiente gubernamental que, si bien ha negado abierta y reiteradamente su apoyo al movimiento, no ha recurrido a métodos conocidos y bien documentados de un excesivo uso de la fuerza por parte del Estado (como en las pasadas administraciones) para reprimir cualquiera de sus manifestaciones, es que podemos entender como el movimiento feminista ha ganado más presencia en México y, pese a las circunstancias derivadas de la pandemia (el encierro recomendado), ha conseguido hacerse presente y tener eco en el resto del país (como se ha visto reflejado en el número de recintos de la CNDH que han sido ocupados en diversos estados o en los que, por lo menos, se han llevado a cabo protestas en este sentido).
Cuando Marcela Alemán se amarro a una de las sillas de la sala de juntas de la CNDH, como un acto de hartazgo por los procesos burocráticos que las autoridades del recinto la forzaban a rehacer para atender el caso de la agresión sexual que había sufrido su hija por parte de la maestra y la psicóloga del pre-escolar donde estudiaba (porque la perversidad no es distintiva del género masculino y el feminismos no es un movimiento que mantenga los ojos cerrados ante cualquier crimen cometido por su propio género y se muestre renuente a cualquier crítica), dudo mucho que hubiera tenido noción alguna de lo que su acto implicaría para el movimiento feminista en México.
La puesta en marcha del Okupa Casa de Refugio Ni Una Menos y la resignificación de una pintura de Francisco I. Madero intervenida por una niña de 10 años (quien también había sido víctima de un abuso sexual) en conjunto con una feminista encapuchada, son acontecimientos que nos invitan a considerar las siguientes cuestiones: por un lado, que parte de la sociedad mexicana y hasta el propio presidente están más inclinados a sentir empatía por materialidades superfluas (puesto que la obra fue realizada por un artista desconocido y no poseía ningún valor histórico), que por la indignación legítima de las víctimas de agresiones físicas y/o sexuales. Por otra parte, que el propio movimiento feminista puede ser utilizado con fines políticos y desde la derecha, puesto que la insistencia de algunas colectivas por condenar a la actual administración (la primera de carácter izquierdista que ha gobernado en México) y su enérgica demanda por la remoción de la actual presidenta de la comisión y conocida luchadora social, Rosario Piedra Ibarra, así parecen indicarlo.
Además, también ha mostrado que el movimiento feminista tendrá que comenzar a ser más autocrítico y, a partir de lo sucedido en la CNDH, tendrá que meditar más las consecuencias de sus actos; pues la tentativa de destrucción de los expedientes de otras víctimas que habían acudido por ayuda a dicha institución fue un desatino que, por fortuna, no se concretó. En ese sentido, los desencuentros entre el frente Ni Una Menos y el Bloque Negro también parecen mostrar la complejidad del movimiento en sí y la diversidad de objetivos (que pueden llegar a oponerse) que las distintas colectivas persiguen. Finalmente, con esta toma de instalaciones se ha reiterado nuevamente que en nuestro país existe una cultura machista sumamente arraigada en la población (hombres y mujeres) y por ello, pese a las justas demandas del movimiento feminista gran parte de la sociedad lo condena al igual que cualquier acto de violencia o vandalismo que sea cometido por dichos grupos (aunque no así cuando actos parecidos son ejercidos por otros movimientos sociales compuestos por hombres o por la mistura de sexos o incluso cuando, en nombre de la justicia, son efectuadas acciones violentas en un medio de transporte) y, en función de ello, acepta y aplaude el uso desproporcionado de la fuerza utilizado por las autoridades para someterlo (como sucedió con el desalojo en Ecatepec donde, hasta el momento, ningún policía ha sido dimitido).
Aunque una buena parte de la sociedad no lo pueda vislumbrar, lo cierto es que el movimiento feminista representa una oposición legítima a la actual administración que, más allá de buscar su destitución (como algunas mujeres lo han llegado ha expresar), parte del reconocimiento del actual gobierno y pugna para que éste reconozca el problema de feminicidios imperante en nuestro país y emprenda, en ese sentido, acciones concretas que ayuden a contrarrestarlo (además de buscar también, a nivel nacional, la despenalización de la practica del aborto, que conllevaría al reconocimiento del derecho de las mujeres de decidir sobre sus propios cuerpos, al tiempo que resignificaría el rol de la maternidad). Considero que en la medida en que las demandas feministas vayan ganando terreno en el campo político y de la praxis, nuestro país se verá beneficiado y podremos construir una sociedad acorde con el nuevo siglo y con los nuevos tiempos políticos que, para nuestra fortuna, han llegado a México.
Foto: Galo Cañas/Cuartoscuro
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