El siguiente ensayo es la tercera entrega de la serie “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura” recopilada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una serie de ensayos que establecen un diálogo entre escritoras que viven en México y escritoras que viven en Estados Unidos. El domingo 29 de noviembre (8 pm EST / 7 pm CDMX), conmemorando el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, varias de las autoras se encontrarán por Facebook Live para complementar y continuar la conversación.
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Sin ti me muero.
Sonreíste.
Debemos vivir juntos.
Dudaste.
Quizá no me quieres.
Accediste.
Qué buenota estás, perra.
Algo se agitó y respondiste molesta.
Las palabras anidaron en tu cuerpo.
Sus dedos en tus pechos, sin preguntar.
Sus manos en tus nalgas, aunque estuvieran en medio de una multitud.
No me gusta que me toques en público.
¿Qué no puedo?
Después callaste.
Permaneciste en silencio, aunque leyeras a Simone de Beauvoir y te sintieras una mujer rota.
Habías crecido leyendo a Rosario Castellanos y recordabas su enamoramiento. Las calles de sus pueblos chiapanecos. El silencio de los oprimidos.
Con tus años de estudio, conocías los dolores de otras mujeres y sus luchas. Sin embargo, seguías siendo cómplice. Ajustaste el tiempo con los años falsos de Josefina Vicens y dejaste que tus meses se colmaran de pasmo.
Te enamoraste de él; de sus ojos, de sus pestañas rizadas y de su risa de estampida. Le permitiste acceso a tu cuerpo y devolviste con desesperación sus besos ansiosos. Y el ansia pasó de tu boca a ocupar tu vientre.
Un hermoso bebé crecería en tus entrañas.
El hijo que pariste tenía los ojos grises de su padre. Sus pestañas tan rizadas como las de él. Habrías de protegerlo de la herencia que intoxica. Lo amamantaste, mientras regresabas a tus autoras preferidas. Consultaste a Rosario Castellanos en la lucidez de sus poemas. Encontraste que Josefina Vicens había llenado las páginas de su libro vacío y que la mujer rota había dejado de ser una marioneta deshilachada. Mientras dabas de lactar, transmitías a tu hijo esa nueva fuerza. Habrás de proteger a tu hijo de la sangre de su prole, borrar de sus oídos los no llores como niña y las nalgadas de juego. Llevabas la inquietud por dentro y la costumbre del silencio por fuera.
Los años pasaron y seguiste inmóvil. El niño creció y adquirió tus rasgos.
Entonces te das cuenta de que es momento de partir. Tu hijo, ya un adolescente, se resiste. Habrás de tardar años en disolver las palabras que su padre inscribió en su corazón. Las huellas que tatuó en tu cuerpo. Habrás de llenarte ahora de las voces de mujeres fuertes. Habrás de abrirte a un amor que comparta contigo las palabras. Te acompañas de otras escritoras y muy pronto también de otras mujeres, las que se conmueven con tus textos. Las que son solidarias en la crianza. Las que saben de los pezones agrietados de la lactancia, de las lágrimas y los cólicos. Las que saben de las huellas que dejan las caricias no pedidas y las manos intrusivas. Las que se enamoraron y las que se equivocaron. Las que se pasmaron. Las que aman a sus creaturas y se hermanan a través de la palabra.
La siguiente entrega de la serie será un ensayo por la poeta y novelista mexicana Kyra Galván.