Zugunruhe de Kelly Martínez-Grandal
katakana editors, Miami, 2020, 148 páginas, $12.00, ISBN-13: 978-1734185089
“Zugunruhe es una palabra alemana”, escribe Kelly Martínez-Grandal para explicar por qué la eligió el título de su más reciente poemario (Katakana Editores, 2020). Dice que los animales, especialmente, las aves “experimentan zugunruhe” cuando se acerca su ciclo migratorio y la ansiedad física se apodera de ellos. Al adaptarla al español, zugunruhe sería un teatrasílabo, verso menor de cuatro sílabas, muy común en la poesía desde el siglo XV y al que los románticos apelaron repetidamente en el XIX. Inventar una historia poética para zugunruhe no es descabellado. Inventar una historia en español para la palabra le hace honor a todos los temas y formas que explora la cubana Martínez-Grandal en este poemario bilingüe, traducido por la imprescindible Margaret Randall.
El verso libre es el gran protagonista métrico del conjunto. Aunque se devela por momentos cómo la autora emplea a su antojo las estructuras más convencionales, colocando aquí y allá los versos menos usados en la poesía, para redundar en el dolor y la extrañeza de la voz poética. En “La lengua de los gusanos”, por ejemplo, decasílabos se alternan con eneasílabos para enfatizar la sorpresa ante el destino propio:
Mira que venir a morirse aquí,
lejos del sol, lejos de casa,
con tanta comida en lata
y leyes para los nacimientos,
y leyes para los matrimonios
y leyes para los entierros.
La primera estrofa del poema bien resume los dos temas principales que habitan todo el libro: migración y muerte o, para decirlo con más precisión, la muerte durante la migración. En su declaración inicial, la autora se pregunta: “¿Acaso se emigra si algo en nosotros no corre peligro de muerte?” Y con su interrogante abre otras, porque en Zugunruhe se puede encontrar también mucho lirismo sobre cómo muere un poco cada migrante el día que sale para siempre de su país:
La Habana susurra en mí, siempre en mí,
fantasma incómodo.
Despacio me aprieta el cráneo,
Reina de Agua,
reclama mi cabeza.
Los versos finales de “Tuétano” hablan precisamente de esa pérdida de la patria, y lo hacen desde otra de las perspectivas recurrentes del libro: alusiones a la religión yoruba. “Olokún”, “Santa Cachita, Madre de Dios”, en el poema “Balsero”, las referencias a Lydia Cabrera y su Itinerarios del insomnio tejen esta línea temática que también atraviesa el libro.
Cuba y Venezuela son las dos patrias perdidas por la autora, migrante ella misma desde la infancia. Varios poemas develan este recorrido, principalmente “República del Rajatabla”, “¿Quién como yo, extranjera?”, “Guarimbero,” y otros que insisten en abordar la premura de adaptarse a lo nuevo, la expulsión política y sentimental, la duda ante dios. Acaso sobran las notas al pie que la edición contiene en algunas páginas, porque estos poemas, por momentos narrativos y por momentos muy metafóricos, contienen sus propias aclaraciones tanto en sus versiones originales como en las traducciones que les sirven de espejo.
Podría decirse que la lista de miradas que atraviesan estos versos (muerte, migración, religión) se completa con cierta propensión a la autorreferencialidad: “Gajes del oficio”, “Estirpe” y “Villancico” vuelven sobre la figura poética y reconstruyen la imagen más tradicional de quien escribe, alejándola de dios y poniéndola con los pies en la tierra. El misticismo romántico que suele acompañar a la descripción del vate iluminado ha sido sustituido en esto versos por el pragmatismo de la mujer migrante: “Ser poeta no es estar en la luna, / tampoco morder el polvo de la soledad”.
Las influencias que develan estas posturas de Martínez-Grandal son infinitamente latinoamericanas, incluso en su forma de citar referencias clásicas. Detrás de su “Piedras de sal” es inevitable que se asome la “Piedra de sol”, de Octavio Paz. Pero si el poeta mexicano lamenta sus pérdidas y escribe: “…he olvidado tu nombre, Melusina, / Laura, Isabel, Perséfona, María, / tienes todos los rostros y ninguno, / eres todas las horas y ninguna…”, Martínez-Grandal riposta:
Habrá que zarpar de nuevo
con otras velas en este barco,
sin islas que recuerden a Ítaca,
aguas
con ballenas menos blancas.
Habrá que construir un mar.
Donde la voz poética del mexicano expresa cierto clamor, la de la cubana anhela la pérdida de la memoria, que representaría no extrañar el pasado y abrazar el constante peregrinar. Aquí Ítaca no es destino, sino pérdida definitiva; una idea que se expresa constantemente a partir de la imagen de la isla. Y aunque quisiera escribir que la influencia de Virgilio Piñera se muestra en Zugunruhe casi como un lugar común entre los escritores cubanos nacidos después de su muerte en 1979, incluida Martínez-Grandal, en el libro se descubre más apegado a voces de mujeres poetas dispersas por el sur. La cubana escribe: “En la foto me parezco a Norma Jean,” y acepta, otra vez, su impaciencia ante Dios; pero, otra vez también, se niega a hacerlo desde el melodrama: “No voy a tomarme un frasco de pastillas / antes de cumplir 40”. Sus versos recuerdan, quizás más por rebeldía que por coincidencia, a los de la peruana-venezolana Martha Kornblith cuando escribía, en 1994, sus Oraciones para un Dios ausente:
Me dices que me ponga en el lugar
de la que me hubiera gustado ser.
Yo te digo que una actriz de cine
famosa para vivir y ser amada por miles
que es como volar por encima de una playa
y saber que aquella gente me mira y me llama.
Eso es morir.
O suicidarse.
Kelly Martínez-Grandal revierte el olvido de Paz, el dolor de Kornblith y de toda la poesía latinoamericana, y lo hace escribiendo sobre la muerte. A pesar de que la migración y el fin de la vida son un tema común en este libro, como las aves que padecen zugunruhe, la voz poética elige la experiencia, el viaje, apuesta por la supervivencia.
El trabajo de Randall al verter estos sentimientos al inglés es encomiable. El ritmo que logra en todas sus traducciones hace pensar que algo de este idioma se ha colado también en las estructuras lingüísticas de la poeta que escribe en español. En definitiva, la historia de Kelly Martínez-Grandal así lo avalaría. Como las aves, ha seguido su viaje migratorio y vive, hace años, en Miami. Es también autora del poemario Medulla Oblongata (2017) y su trabajo ha sido publicado en varias antologías y revistas de Venezuela y Estados Unidos.
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