Maternar de incógnito

El siguiente ensayo es la quinta entrega de la serie Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una colección de textos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.

 

 

El fondo del armario laboral está plagado de partos complicados y cicatrices mal curadas, de pañales y vomitonas, de noches en vela, de visitas a urgencias, de paseos, abrazos y besos, de juegos y horas muertas, de cansancio, de amor, de miedo, de felicidad, de dudas, de tristeza y, sobre todo, de muchísimos silencios.

El azar me lleva a la recién publicada antología A muchas voces. Escrituras desde la maternidad (El Traspatio, 2020). En la entrevista realizada por Adriana Pacheco en Hablemos Escritoras Podcast, las editoras explican que con esta colección de treinta y ocho voces que maternan buscan tanto desmitificar la maternidad como acompañar, porque uno de los hilos comunes que atraviesa el ejercicio de la maternidad es la soledad. La sociedad, dicen, espera que criemos hijes prácticamente solas y con altísimas expectativas. 

La soledad se rodea y se nutre de esos silencios, tanto de los impuestos por el entorno en el que vivimos como de los que nos imponemos a nosotras mismas. La soledad se convierte así en el precio que pagamos la gran mayoría de las madres, y esto se hace todavía más prominente en el mercado laboral estadounidense, la cuna del neoliberalismo. Porque el cuidado de nuestros seres queridos y la crianza de nuestres hijes (junto con el trabajo físico y emocional que estos conllevan) no computan bien a la hora de hacer balanza en términos financieros, y porque estos trabajos recaen en su gran mayoría sobre nuestras espaldas, el gran engranaje productivo estadounidense depende del ninguneo de la maternidad. En un país en el que casi todas las mujeres trabajan y el 86% son madres, ningunear la maternidad significa forzar a la gran mayoría de las madres que queremos y/o tenemos que trabajar a desaparecernos, es decir, a maternar de incógnito y desde el silencio.

Y es que Estados Unidos no es país para madres trabajadoras. La escolarización obligatoria no empieza hasta los seis años, la educación pública a los cinco, y cualquier otro tipo de socialización y educación temprana depende del círculo familiar y del sector privado. Es decir, que si quieres trabajar y tener hijes en este país, normalmente tienes tres opciones: La primera es continuar trabajando y pagar cantidades astronómicas por daycare y preschool, lo que supone muchas veces la mayoría de tu salario; la segunda es dejar de trabajar cuando nacen les hijes para reincorporarte al mercado laboral a tiempo parcial una vez que arranca su escolarización (opción que eligen una gran mayoría de las mujeres de clase media, sobre todo cuando cuentan con parejas que trabajan y traen a casa el salario de una jornada completa); la tercera opción es dejar a les hijes a cargo de la abuela durante la jornada laboral (ay, las abuelas, esas mujeres que maternan al cuadrado y desde otros silencios). También hay una cuarta opción, pero ésta queda al alcance sólo de las más privilegiadas: dejar de trabajar. A las mujeres que disfrutan con su trabajo, tener que dejarlo les puede llegar a suponer un privilegio un tanto dudoso.

Mi madre cuenta que a los cinco años yo ya tenía claro que quería ser madre pero que no me iba a casar nunca. ¿Cómo puede una niña de cinco años tenerlo tan claro? Ahora sé que durante la infancia nos acompaña una inteligencia natural que con los años no hace sino contraerse, a veces hasta llegar a la estupidez, bajo el peso de los silencios. Al final, mi realidad adulta no resultó ser muy diferente de ese intento tan temprano de postular mi independencia. Acabé enamorándome y conviviendo con una mujer. Juntas, apostamos por un proyecto de vida y de familia fuera de las ataduras del patriarcado. Bueno, al menos eso es lo que nos hubiera gustado. Dos mujeres, de momento, no pueden vivir fuera del patriarcado, como mucho, paralelamente. Optamos por salir del armario como lesbianas y criar hijes desde fuera de ese mismo armario. Es decir, somos y siempre hemos sido una familia abiertamente queer que reclama espacio para criar a dos hijes desde el amor, el trabajo y el respeto mutuos, y en la libertad más absoluta posible. 

Con la ingenuidad producto de haber sido criada en España, un país con una sanidad y educación públicas de ámbito nacional y universales, que incluyen guarderías de bajo costo, una escolarización temprana a partir de los tres años, y un tejido social bastante menos deteriorado que el estadounidense, yo asumí que mi reincorporación laboral tras parir a nuestres hijes sería sólo cuestión de meses. ¡Erré garrafalmente! Mis inicios en el maternaje no pudieron ser más diferentes de lo que había imaginado. De las cuatro opciones mencionadas más arriba que tiene la mujer en Estados Unidos para maternar y trabajar, yo pasé por casi todas en el plazo de siete años. 

Lo bueno de crear una familia paralela al patriarcado es que nada se da por sentado dentro de la unidad familiar, lo que te permite contar con una capacidad increíble de maniobra e improvisación. Durante siete años improvisamos de lo lindo y nos fue de maravilla. Bueno, ni todo fue lindo, ni todo fue de maravilla, que conste que aquí no quiero mitificar nada, pero es cierto que vivimos esos años como quisimos vivirlos con personitas que no hicieron sino colorear nuestro mundo con matices imposibles de poner en palabras. Durante esos años nos tocó aprender a habitar ese incómodo lugar que te sitúa al borde de tantas cosas… del colapso, de la tragedia, de la felicidad.

El momento de reincorporarme al mercado laboral llegó al final de ese larguísimo trayecto cuando el pequeño de la casa empezó la escuela a tiempo completo. Lo primero que hice fue actualizar mi currículo, esa carta de presentación que en principio debía de volver a abrirme las puertas del mercado laboral pero que en realidad no hizo otra cosa que mandarme de regreso al armario, esta vez, al laboral. En mi currículo había un tremendo agujero negro que correspondía con los años que había dedicado enteramente a maternar, años que representaban un hueco en mi trayectoria profesional, un vacío inexplicable que invitaba a la duda de toda persona que quisiera contratarme o trabajar conmigo: ¿por qué habrá dejado esta traductora de trabajar?, ¿tendrá que ver con la calidad de su trabajo?, ¿su falta de interés?, ¿a lo mejor no trabaja bien en equipo?, ¿la despidieron o dejó de trabajar voluntariamente?

Desde ese primer currículo como madre he redactado bastantes más: de traductora para Silicon Valley, de traductora literaria, de traductora freelance para nonprofits, de escritora y periodista, de profesional preparada para lanzarse a la enseñanza del español en un Community College, de profesional preparada para dirigir las operaciones de una pequeña editorial… en ninguno de mis currículos hay mención alguna a mis años de maternaje. Con el paso del tiempo y la evolución de los currículos tal vez pueda entreverse por las menciones que hago a las distintas labores que ejercí como voluntaria en la junta directiva de una preschool en régimen de cooperativa, como coordinadora voluntaria de un grupo de apoyo a familias inmigrantes latinoamericanas en una escuela pública, como traductora e intérprete voluntaria para el distrito escolar de mi ciudad, etc. Pero esas actividades se desarrollaron a lo largo de los años de maternaje más avanzados, cuando les niñes empezaron a necesitarme menos en casa. Lo que significa que esos primeros años, los más difíciles y los más importantes de mi maternaje, no aparecen por ninguna parte. 

Cuando salí del armario juré que nunca volvería a meterme en otro y, sin embargo, en mis currículos no encontraréis mención alguna a mi maternaje, lo que, irónicamente, ha sido el trabajo más difícil de mi vida y el que mejor me ha preparado para todo lo que vendría después en mi trayectoria profesional. Creo que ha llegado la hora de que dejemos de maternar de incógnito, creo que ha llegado la hora de visibilizar y computar nuestro trabajo físico y emocional de madres en los términos que se merece. La pandemia ha reventado el fondo del armario laboral por las juntas y el mundo entero ha sido testigo por Zoom del caos y de lo imposible que le supone a la mujer trabajadora maternar y cumplir con sus responsabilidades profesionales sin apoyos estructurales y/o el compromiso de la pareja (si la hubiera) de co-criar hijes. 

Porque lo que no se nombra no existe, propongo sacar al maternaje del armario laboral e incluirlo en nuestros currículos; propongo abandonar el maternaje desde el silencio y nombrarlo, nombrarlo y nombrarlo. Aquí dejo algunas etiquetas para la que se anime a incluir su maternaje en el currículo e invitar a otras a que hagan lo mismo en las redes sociales:

#currículoconhijes

#maternarsintapujoslaborales

#NoSalíDeUnArmarioParaMetermeEnOtro

 

 

Próximas entregas: un ensayo lírico por la poeta y activista chicana Masiel Corona Santos y una selección de textos escritos colectivamente por varias escritoras durante el taller “Escribir desde el cuerpo y feminismos”, impartido por Brenda Lozano y Gabriela y Gabriela Jauregui.

 

 

Otros artículos de la serie: “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”

Kyra Galván: “Reflexiones sobre la maternidad: nuevas formas de maternar y paternar y las relaciones entre escritoras”

Violeta Orozco: “La expropiación de la intelectualidad en las escritoras latinoamericanas”

Melanie Márquez Adams: “El maíz de la soledad”

Daniela Becerra: “Criar palabras”