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El #8M del veinte-veinte era una fecha muy esperada por mí y, aunque para entonces el Coronavirus ya había llegado al continente, afortunadamente era un momento muy temprano de la epidemia (por lo menos para nuestro territorio) y todavía no se dejaba sentir en todo su esplendor. Yo había ido a chambear a la Ciudad de México (#PorqueHistoriadora) y obviamente elegí esas fechas para integrarme a la manifestación, y subsecuentemente lanzarme al último masivo de la temporada (que en esta era pandémica parece no tener fin); porque sí, teníamos el referente europeo y ya sabíamos lo que nos esperaba. El creciente número de feminicidios que se registraba en México y su alto grado de crueldad, había movilizado a una gran cantidad de chicas en varias ocasiones desde el 2019. Yo en esos tiempos no me encontraba en el país, pero seguía las movilizaciones feministas a través de la red ya que, para nuestra fortuna, estamos en pleno siglo XXI y existe el Facebook Live.
La primera vez que asistí a un #8M fue en 2017. En esa oportunidad (si mi timeline de Instagram no me deja mentir) me lancé con una amiga y con mi perrijo, el Tiger. En aquella ocasión, el punto de partida fue el Ángel de la Independencia y nuestro destino final fue el Hemiciclo a Juárez, donde se dio por terminada la concentración. Esa fue mi primera vez en un #8M y según las fotos y mis recuerdos hubo una apreciable cantidad de personas (se reportó un aproximado de 3,000), así como diversidad de contingentes. Recuerdo sobre todo a las trans y a la chica que se ganó mi admiración por haber hecho esa caminata en tacones (sólo una trans, pensé). Fue una lástima que, al día siguiente, la nota en los periódicos se enfocara en la agresión que un grupo de hombres (de una organización política) efectuaran en contra de un sector de las manifestantes (las más radicales). Era 2017 y todo esto apenas comenzaba.
La edición veinte-veinte del #8M era un evento obligado para mí porque, bueno, estaba en México y básicamente moría por estar en una de esas temidas marchas feministas, tan condenadas desde los medios y parte de la opinión pública (al menos desde mis redes). Yo me hospedé con una amiga de la prepa que vivía cerca de la Diana Cazadora, así que no tuve problema en llegar caminando a Revo; lugar de la concentración (mi amiga se lanzó a la protesta en Tlax). El camino me resultó emotivo, puesto que pasé por calles de mi antigua colonia (de cuando viví en la Cuahtémoc, cerca de La Polar). Sin embargo, no tuve que llegar hasta Revolución para comenzar a notar a grupos de mujeres que, vestidas prioritariamente de morado y verde, se dirigían al punto convenido.
Yo esperaba una gran multitud pero, diablos, no tuve conocimiento de la cantidad de personas que ahí nos concentramos sino hasta tiempo después, cuando recorrí casi todos los puntos del monumento y terminé varada, por más de 20 minutos, en el cuello de botella que se formó por Avenida de la República. Había pintado algunas consignas en mi cuerpo a manera de protesta (la frase principal: “Meu corpo é político”, inspirada por @putapeita), pero no me sentía cómoda con hombres tan cerca de mí. Por alguna razón, pese a que se había advertido que era una manifestación exclusivamente de mujeres y se solicitaba a los masculinos abstenerse de participar; bueno, había algunos hombres incomodando con su presencia y también había chicas que, por alguna razón, consideraron conveniente llevar a sus parejas.
Tengo que confesar que yo tengo una amplia experiencia en concentraciones masivas de personas con carácter de protesta, pero hasta ese momento nunca antes había presenciado una manifestación con las características de las de ese día. Definitivamente fue la protesta más amigable en la que he estado (sí, amigable es la palabra), todo procedió con mucho orden y cortesía; la verdad es que me dejó bastante sorprendida. Habíamos un chingo de mujeres concentradas en ese lugar y en esa ocasión, a diferencia de hacía tres años, íbamos a llegar hasta el corazón de México Tenochtitlán. Las amenazas de acido que se habían diseminado en días previos no habían intimidado a ninguna de las chicas que nos encontrábamos ahí ese día. Por supuesto, había un poco de temor y reserva sobre lo que pudiera acontecer, pero al mismo tiempo imperaba un ambiente de seguridad que los diferentes grupos reunidos creaban para todas las ahí presentes, formaras parte de su organización o no, te conocieran o no.
Yo andaba por mi cuenta (like always) y buscaba el mejor momento para llevar a cabo mi performance. Había decidido usar mi propio cuerpo para dar a conocer algunos mensajes de protesta y, al mismo tiempo, quise llevar a cabo una auto apropiación pública del mismo con fines personales inmediatos y futuros. Justo antes de llegar al Caballito de Reforma encontré el momento propicio para despojarme de mi vestimenta; bueno, sólo de mi camisa porque consideré que el chaleco era parte de mi estilo (la verdad también llevaba cubiertos los pezones porque: 1.- No quería que FB me censurará, como lo había hecho con anterioridad y 2.- Me daba la gana).
En el camino vi a compañeras danzando al ritmo de sonidos que evocaban nuestro pasado precolonial. Más adelante, antes de llegar al Hemiciclo a Juárez, hubo algunos vidrios rotos en el Starbucks del centro comercial contiguo, por lo que el grueso de las manifestantes nos replegamos. Inmediatamente se empezó a corear ¡Violencia no!, pero poco después se cambió por la consigna de ¡Fuimos todas! y ¡Cuídenos a nosotras, no a los monumentos!
Tanto en el Hemiciclo como en Bellas Artes había fuerzas policiales desplegadas para evitar que se realizasen pintas sobre el lugar. Mientras tanto, en el antimonumento (que se encuentra enfrente del Palacio de Bellas Artes), se llevó a cabo una serie de declaraciones, denuncias y confesiones sobre el abuso, vejaciones y violaciones que las compañeras habían llegado a sufrir en algún punto de sus vidas.
En vista de que la calle Madero se encontraba cerrada, las manifestantes tuvimos que tomar la 5 de mayo para dirigirnos al zócalo (punto cúspide de la movilización). Sobre esta vía también pude presenciar nuevamente un ataque directo de algunas feministas encapuchadas contra la protección puesta por la policía en los inmuebles del lugar, y más adelante se repitió la misma escena; a una cuadra del zócalo las chicas habían derribado algunas de las vallas (se veía que desde hacía tiempo) y algunas saltamos sobre ellas (no voy negarlo, la acción fue un gran desahogo). Ya en el ombligo de la luna se hizo patente el ímpetu con el que entraron las feministas: vallas tiradas, vehículos destruidos y el escenario del concierto musical del día anterior tomado por las chicas.
Todo el zócalo era nuestro y, mientras en un lado se llevaban a cabo charlas, en otro se realizaban performances; frente a Palacio Nacional había una fogata y en otros puntos era visible el daño a la propiedad privada. En ese momento, yo aproveché para tomarme mi foto de protesta en el mero zócalo, teniendo como fondo Palacio Nacional; por otra parte, aproveché para documentar, con la cámara de mi celular, un poco de lo que acontecía en el lugar. Después, ya cansada, decidí partir por Pino Suárez; donde algunas compañeras habían dejado sus carteles para continuar de algún modo la protesta.
Ahí, en la cortina de un negocio vandalizada con la frase “No soy tuya”, decidí llevar a cabo mi propio acto vandálico que basticamente consistía en arrojar brillantina al lugar; en vista de que en México se había tornado un acto calificado de esta manera, después de que un grupo de feministas arrojaran dicho material al entonces secretario de seguridad ciudadana Jesús Orta (quien hoy es buscado por las autoridades mexicanas y por la Interpol), en agosto de 2019. Como a la sociedad machista y conservadora que tenemos en el país les resulta altamente preocupante que se infrinjan daños contra la propiedad privada (sobre todo, aparentemente, cuando es hacia los monumentos históricos; aunque no hubo ninguna condena o reacción social cuando un hombre dañó la escultura del águila republicana que forma parte del Hemiciclo a Juárez en febrero de este año, quizá porque no se trató de una “feminazi”), me pareció oportuno terminar mi participación en la movilización de esa edición del #8M con un acto vandálico.