El siguiente ensayo forma parte de la serie “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una colección de textos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.
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Sostenía un lápiz amarillo en la mano, de esos que tienen la punta de carbón y que a nadie interesan por su forma tan simple y reproducida. Existen preguntas que intrigan y momentos de reflexión entre un lápiz y la mente de una mujer porque, como se escucha por ahí, “pensar es altamente femenino”.
También hay instantes, en los cuales ella consideraba que la interacción entre un instrumento de escritura y las de su género era imposible, ya que la conexión con este es de tipo textual y no sexual o reproductiva; ideas que le enseñan a una a internalizar desde niña, de forma ingenua y estúpida. Otra pregunta le surgió en ese momento: ¿Cómo puede un lápiz contener pensamientos en silencio y ocultar cavilaciones en su interior sin explotar? Tal vez de la misma forma que la mayoría de las mujeres a su alrededor aprendieron a callar y a hacerse invisibles para no incomodar a las fratriarquías supremas…
Jamás se había tomado un instante para meditar sobre el tipo de pensamientos que pueden surgir mediante un arma tan llana, pero tan afable; y que en muchas ocasiones abandonó, a favor de labores más hogareñas para cumplir con expectativas ajenas, al estilo del ángel del hogar.
De pronto, el lápiz amarillo que sujetaba en su mano cayó al suelo, lo pisaron y se partió en dos: Dos mujeres son más, y si escriben, ¡mejor!
Aún escriben después de romperse, se dijo a sí misma en voz alta, con asombro y de una forma tan ridícula como muchas veces lo había leído en libros de superación personal para combatir sus inseguridades heredadas y aceptadas por ella misma.
Aún escriben porque sus cavilaciones sobre el mundo no deben rezagarse, ni languidecer en espacios que inmovilizan y que imponen roles que obedecemos sin cuestionamiento.
Aún escriben porque el calladita te ves más bonita, ya no es una opción. Hablar sobre nosotras y entre nosotras es un derecho, una obligación y una responsabilidad continua de apoyo (hasta aquí la cosa se pone seria).
Hablar de un lápiz que escribe es reflexionar sobre una colectividad de escritura por mujeres que han liderado un cambio, es entablar un diálogo entre nosotras, las de ahora, de forma intersubjetiva en conexión con aquellas que anteceden a nuestra lucha, que al final no es tan novedosa.
Hablar de un lápiz que escribe significa conmemorar y visibilizar el trabajo de otras mujeres que, en conjunto, organizaron (y siguen planificando) una revolución a favor de nuestros derechos: equidad, erradicación de la violencia de género, voto, divorcio, aborto, salario justo, y el derecho a discutir temas menos domésticos y más políticos, cuando de antemano sabemos que lo privado es extremadamente político, a pesar de que suene muy gastado para muchos.
Hablar de un lápiz que escribe es dar voz a cuestiones menos admirables y favorables, es denunciar que en pleno siglo veintiuno, la escritura hecha por mujeres aún se continúa pensando como un privilegio o un hobbie, de esos que se ejercen por ociosidad o por sentimentalismo y que no necesitan un pago justo.
Hablar sobre una mujer que escribe siendo mujer, es enfatizar que el empoderamiento femenino puede construirse y desarrollarse desde nosotras hacia las otras en colectividad. Es vital comprender que, para edificar una red de apoyo genuina entre mujeres, es necesario erradicar la rivalidad y la crítica destructiva (hacia nosotras mismas y hacia las otras). Practicar la sororidad literaria es leernos, motivarnos, compartir lecturas, apoyar otros proyectos emprendidos por mujeres, es reconstruirnos a nosotras mismas en conjunto con las otras porque en ellas identificamos lo que fuimos, somos o podemos ser. Practicar la sororidad también consiste en comprender nuestras diferencias e historias tan diversas y aun así, darnos la mano.
En última instancia, hablar de un lápiz que escribe es hablar sobre transgresión, autovaloración como sujetos activos en la sociedad. Es hablar sobre responsabilidad; especialmente si eres mujer, mujer extranjera y de color, mujer de bajos recursos, mujer de pueblos originarios, mujer estudiante, mujer en distintos contextos. Es imprescindible entonces, compartir historias de resistencia y resiliencia, tejer alianzas en el espacio público mediante la escritura con el objetivo de recuperar nuestra autonomía corporal y junto a ella, la participación social que se nos ha negado por un largo tiempo.
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Próximas entregas: un ensayo de la escritora y editora puertorriqueña Melissa Martínez Raga y una selección de textos escritos colectivamente por varias escritoras como parte del taller “Escribir desde el cuerpo y feminismos”, impartido por las autoras mexicanas Brenda Lozano y Gabriela Jauregui.
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Otros artículos de la serie: “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”
María Mínguez Arias: “Maternar de incognito”
Kyra Galván: “Reflexiones sobre la maternidad: nuevas formas de maternar y paternar y las relaciones entre escritoras”
Violeta Orozco: “La expropiación de la intelectualidad en las escritoras latinoamericanas”
Melanie Márquez Adams: “El maíz de la soledad”
Daniela Becerra: “Criar palabras”