2020: Año de la pandemia

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Veinte-Veinte ha sido un año que ha marcado el comienzo de una nueva era, una donde reina la incertidumbre y donde la humanidad se hace (inevitablemente) más consciente de la fragilidad de la especie. No es que nuestra mortalidad fuera una condición desconocida, aunque todavía (en pleno siglo XXI de la era cristiana) nos resultase un tema desagradable y tabú del que no se habla al respecto (en México la cultura de la muerte forma parte de nuestro devenir histórico; sin embargo, eso no nos ha dado la pauta para que tal característica de la vida sea asimilada e integrada por la colectividad social). Resulta interesante que un pequeño virus haya puesto en jaque a la humanidad, haciéndole notar que todos estos años de desarrollo tecnológico no han conseguido eximir a la especie de la fragilidad que la constituye. 

Hay un virus que se propaga entre los seres humano y que, una vez en el organismo, puede llegar a complicar las cosas en nuestro sistema respiratorio; además de toda esa serie de repercusiones en nuestros órganos, de la que todavía no tenemos total información al respecto. Hay maquinas que la humanidad ha creado con el paso del tiempo y que pueden hacer frente a los estragos ocasionados por el virus en nuestro organismo, pero el asunto es que, con todo y que la humanidad cuenta con esta tecnología, en realidad no está preparada para ofrecer este servicio y brindar una adecuada atención médica a gran escala. Todos estos años el interés colectivo estuvo centrado en otros aspectos, pero no en que se tuvieran las condiciones necesarias para garantizar cuidados hospitalarios para el grueso de la población.

Covid-19 ha venido a mostrarle a la humanidad que a estas alturas, después de milenios de desarrollo y de ocupar un lugar predominante en el devenir del planeta, podría sucumbir por completo a causa de microorganismos dañinos para la especie. Quizá estoy siendo muy extremista, pero desde que todo esto se desató nos hemos encontrado viviendo en un mundo distópico que nos obliga a replantear nuestro devenir como humanidad hasta el día de hoy, así como el rumbo que tomarán las cosas en un futuro próximo (ese horizonte de expectativa que más nos vale seguir considerando si buscamos hacerle frente al momento actual).

   Si algo aprendí con mis maestros en el Cono Sur (aunque en definitiva aprendí muchas cosas), fue que las situaciones que de por sí son adversas siempre pueden empeorar (y vaya que tenían razón). Por ese motivo, no puedo mas que comenzar a considerar el escenario donde la “nueva realidad” inaugurada tras la aparición del SARS-CoV-2 se mantenga algunos años más (quizá la década completa). El paso del tiempo es imprescindible para generar la vacuna de un virus que ya ha mutado y que lo seguirá haciendo con el transcurso de los meses (y probablemente de los años). Una generación a nivel mundial crecerá en medio de esta atípica situación y normalizará todo lo que hoy nos parece surreal; el resto de nosotros viviremos asediados por la nostalgia de lo que fue y quizá eso nos sirva de impulso para no dejar de plantear la existencia de un mañana en que la convivencia social (nodal para la condición humana) sea distinta a la que tenemos hoy en día.

Como historiadora me he llegado a plantear constantemente las posibilidades del futuro que nos espera, en función de las reacciones que el Coronavirus ha llegado a generar globalmente en distintos ámbitos de las sociedades modernas. Resulta interesante que esta emergencia sanitaria haya motivo un estado de excepción en algunos países y entidades del mundo, que le costaron la vida a quienes decidieron salir de casa o no utilizaron el cubrebocas. Llama la atención el negacionismo que imperó en un principio por parte de algunos gobernantes del continente americano que intentaron minimizar las repercusiones que el virus provocaría entre sus pobladores, pese a que ya se contaba con un referente puntual en Asia y Europa. Algunos países del continente se apresuraron en decretar la atención médica a sus gobernantes y los familiares de éstos, mientras que otros confinaron por decreto oficial a sus pobladores y cerraron sus fronteras.

En el caso de México, como consecuencia del precepto ideológico del actual gobierno, se han conservado en la mayor parte del territorio las garantías individuales de los habitantes, al tiempo que se ha mantenido informados a los pobladores día tras día sobre el número total de casos registrados, decesos, potenciales enfermos y número estimado de casos activos. Sin embargo, pese a las medidas de información y concientización de los cuidados que deben de llevarse a cabo y del peligro que representa el SARS-CoV-2, el hartazgo del encierro y la necesidad de reactivar los centros económicos han llevado a la población a una irresponsable confluencia en detrimento de los trabajadores de la salud, a quienes les ha tocado la titánica labor de lidiar directamente con la enfermedad en la primera línea de batalla.

De unos años para acá he concluido que incluso de las situaciones más adversas se puede sacar siempre provecho y, por ello, pese a que este año todos mis planes se vinieron abajo y no llegué a concretar mis compromisos académicos, debo confesar que el confinamiento me llevó a realizar un viaje introspectivo que me era necesario en términos personales y que al final del día me trajo beneficios palpables para mí (y hasta para mi familia). Indiscutiblemente las cosas en el mundo no podían seguir siendo como eran y creo que el Covid-19 nos ha dado la pauta para pensar en la fragilidad de nuestra especie y en el papel que queremos desempeñar en relación con el resto de los seres vivos que habitan este planeta. Supongo que la constante y acelerada contaminación que generamos bien pudo llevarnos a un escenario catastrófico como el que enfrentamos hoy (o quizá uno peor) y por ello hay muchas cosas que pensar y replantearnos (en un posible, y muy potencial, gran periodo de tiempo) para el futuro de la especie humana.

Covid-19 es una realidad incomoda que le está tocando experimentar a toda la humanidad, en los albores del siglo XXI. Después de tantas guerras, formas de organización y avances tecnológicos aquí estamos, lidiando por completo con la condición endeble de la especie. Nos miramos unos a los otros sabiendo que compartimos esta realidad; este momento histórico. La utilización de cualquier tipo de protección en nuestros rostros es una abierta declaración de que se busca preservar un ambiente de bienestar personal y colectivo. La vida humana sigue, el objetivo es la cura y mientras tanto, todos nosotros nos encontramos a la expectativa de un año que está por comenzar. En mi opinión, será mejor que nos reconciliemos con nuestros demonios, nos tomemos de la mano y aceptemos que el tiempo tiene que transcurrir inevitablemente. Se viene una época de aceleración digital, en la que el mundo virtual tendrá un papel vital en nuestro desarrollo y relacionamiento social. Todo esto todavía es muy nuevo para todos, pero más nos vale ser resilientes y disfrutar (lo que tenemos) del momento.

 


Piñata Covid-19. Foto: Berenice Hernández

 

Puedes contactar a la autora en berenicehepe@gmail.com