Avena y canela para la supervivencia

 

El siguiente ensayo forma parte de la serie “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una colección de textos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.

 

 

Iniciarás el receso de Acción de Gracias con una noticia chocante: Mi amor, un tipo mató a su ex mujer frente a su hijo en tu condominio». Despegarás tu espalda de la cama en confusión, limpiándote las lagañas y preguntando en dirección al baño: «¿En mi condominio?». Sí, en el apartamento de playa de tu mamá, donde te quedaste en cuarentena todo el verano trabajando remotamente. Pedirás más detalles porque tu hermana llega pronto de Nueva York y estaba pensando quedarse en Luquillo unas semanas, así que tendrías que avisarle con tiempo por si necesita buscarse un Airbnb, pues, aunque el caso no se debe ni a sicarios ni a zombies, te preocupas por ella. «¡Ah, no! Wait, sorry. Fue en Fajardo. Es que el edificio es igualito», flotará la voz a través de la puerta semiabierta, refiriéndose al pueblo unos ocho minutos al este de Luquillo. «En verdad, pichea… Nos voy a hacer avenita, ¿OK?».

Te librarás de mandarle el link noticiero al grupo de WhatsApp de «Familia», pero cualquier sentimiento de tranquilidad ante las vacaciones se esfumará de todas formas. Te llegará a la mente que, al igual como ahora te tensas cuando los personajes en televisión se abrazan, estás igual de pendiente y cautelosa con estas noticias que con las de COVID. «¿Se pueden considerar los femicidios otra pandemia?», pensarás académicamente, hundiéndote en el teléfono antes de poder asesorar tus verdaderos sentimientos: miedo, dolor. Rabia.

Te tumbarás de nuevo sobre la cama, rascándote la cabeza cuando sientes la oruga de déjà vu formándose en tu memoria. Revisitarás un artículo escrito por Andrea González-Ramírez en el verano sobre la actual epidemia de violencia doméstica en Puerto Rico. Lo leíste en el carro de vuelta a Luquillo, después de una semana larga en San Juan plagada de nubarrones sepia del Sahara y un picor incesante en los ojos. Lo leíste luego de haber compartido manifestación tras protesta de la Colectiva Feminista y otros grupos activistas por Twitter, justificándote porque sin carro ni cojones para aparecerte en alguna, por lo menos le diste retuit, ¿right? Lo leíste apenas días después de atender el velorio virtual de una amiga jamaiquina, Makeda Scott, una mujer fabulosa y feminista acabada de graduarse de University of Iowa, quien desapareció en un lago luego de salir con un compañero del trabajo. Lo leíste mientras acurrucabas a la nueva gatita que adoptaste a través de un post de Facebook porque necesitabas emotional support durante la cuarentena. Una de siete que aparecieron en el patio de una muchacha asmática. Una de siete que su esposo quería tirar por un riachuelo. 

Lo releerás meses después sintiendo una gran guanábana en tu garganta por las similitudes en los casos de Suliani Calderón Nieves, con quien González-Ramírez comienza su escrito, y Damarys Parilla López, la mujer asesinada en Fajardo. Ambas jóvenes y separadas legalmente, el hombre se suicidó y sus niñes presenciaron todo. La cosa es, te aclararás, que aun cuando Suliani y Damarys tomaron los pasos legales existentes, la indolencia de las autoridades resulta en una epidemia sistemática que las convirtió en estadísticas antes de salvarlas. ¿No es esta negligencia tan infecciosa como un virus? Y otra es, deducirás de nuevo mientras abres Facebook, que esto no sólo pasa en Puerto Rico. ¿No te suena a Lastesis en Chile y Black Lives Matter en EE UU?

En fin, te informará el Observatorio de Equidad de Género de Puerto Rico, la movilidad ascendiente de la violencia patriarcal concordará con tantas desaparecidas y tantas asesinadas: 

Joycette, Nilda, Alma Elsie, Lourdes Ivette, Franchesca, Alondra, Carolina, Brenda, Shantay Myisha, Yadielys, Alexandra, Rosa, Eulalia, Dorielys, Penélope, Yolanda, Aleysha, Lucrecia, Deborah, Francheska, Yolanda, Aida, Yari, Yesenia, Miriam, Renee, Melissa, Angely Marie, Yamp, Caroline Nicole, Alexa, Norialys Nichel, Isadora Marie, Dorianneies, Layla, Damarys, Luz Mirella, Magda, Mychellin, Marilyn, Ashley, Noraima, Rosimar, Roselyn, Carmina, Felícita, Edmary, Katherine, Jaimette, Verónica, Dalayla, Eleyshla Lee, Nashaly Cristina, Yarimarie, Sonia, Serena Angelique, Mildred, Dorothy.

Ahí llegará tu pandemic kitty a atacar tus pies a través de la sábana y no te quedará otro remedio que soltar el teléfono, sobar aquella barriga peluda y comenzar tu mañana. De camino al baño, pausarás en el marco de la puerta a observar esa criatura grisácea y frente a esos ojitos curiosos, meditarás en las muchas bendiciones y muchos horrores del año. Te atreverás —quizá como un ejercicio de meditación, quizá como una resistencia ante lo incierto— a imaginar un futuro mejor, junto a les mujeres y les niñes de Puerto Rico y el mundo. Te prometerás seguir leyendo y vociferando, apoyando y soñando. Y gracias a esa gatita de supervivencia y aquel olor a avena y canela que te llega desde de la cocina, mantendrás la cordura.

Próxima entrega: un ensayo de la escritora y activista ecuatoriana Daniela Mora Santacruz acerca del escrache feminista.

 

 


 

Otros artículos de la serie: “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”

Masiel M. Corona Santos: “Un lápiz que escribe”

María Mínguez Arias: “Maternar de incognito”

Kyra Galván: “Reflexiones sobre la maternidad: nuevas formas de maternar y paternar y las relaciones entre escritoras”

Violeta Orozco: “La expropiación de la intelectualidad en las escritoras latinoamericanas”

Melanie Márquez Adams: “El maíz de la soledad”

Daniela Becerra: “Criar palabras”