El siguiente ensayo forma parte de la serie “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”, curada para El BeiSMan por Violeta Orozco y Melanie Márquez Adams —una colección de textos que establecen e invitan a un diálogo entre escritoras de diversos países, trayectorias y generaciones.
#YoTeCreo: a propósito del escrache feminista
Daniela Mora
“Es doloroso escribir. Escribir solo lo que se puede entender desde fuera, porque son las cosas más sutiles y las que siguen doliendo todos los días las que no encuentran palabras para ser compartidas. Ha pasado un año ya, y la confusión, la ira, han llegado a un largo quieto, desde donde puedo ver con distancia lo que he vivido (…) Decido hacer esto pese al nivel de exposición hacia mi intimidad sexual y psicológica porque algo muy sagrado dentro me pide ser defendido. Decido hacer esto porque está en mis manos que otras mujeres no sufran daño de un agresor misógino que tiene un inmenso poder. Escribo esta carta y me abrazo con todas quienes han vivido las mismas violencias”, escribió Ana Cristina Barragán en sus redes sociales el 9 de diciembre de 2020. “Mateo K. abusó de mi integridad, de mi cuerpo, de mi salud mental y de mi alma durante más de dos años”, continúa, y en varias oraciones devela los detalles de su relación, los abusos y mentiras, incluyendo el contagio reiterado de un hongo de transmisión sexual que su entonces pareja se negó a tratar.
Ana Cristina se refiere a Mateo K(ingman), uno de los músicos independientes más reconocidos del Ecuador, según apuntan varios medios de comunicación locales.
El testimonio no tardó en volverse viral y, en pocas horas, distintos medios, colectivos, músicos, periodistas, seguidores y no seguidores del músico se habían puesto del lado de Ana Cristina. Sin embargo, aquello que pudo considerarse una decisión personal, consciente, lógica, solidaria o sorora se tildó de “escrache” y de alguna forma terminó siendo culpa del feminismo.
Escribo esto desde un país donde las cifras de violencia son alarmantes y la justicia en estos casos falla de manera constante. Sin embargo, ponerse del lado de la víctima o sobreviviente es considerado un acto extremo, radical y exagerado. En el caso de Ana Cristina, poco importó que el propio Kingman publicara un comunicado en sus redes donde de manera textual admite su responsabilidad y acciones dentro de las relaciones que mantuvo con al menos seis mujeres que lo señalaron y coincidieron en las conductas de manipulación, violencia y misoginia. No. A decir de algunos columnistas de mi país, lo condenable, lo terrible, lo imperdonable, fue haber publicado el nombre del agresor.
“(…) el escrache (…) cuando más subjetivo, ampuloso, victimista y retórico sea el llamado, mejores serán los resultados. Porque lo que se busca no es llevar al acusado ante los tribunales para que reciba un castigo justo y proporcionado a sus delitos, sino destruir su vida. La palabra lo dice todo: cancelarlo”. (…) “El problema con etiquetas como #YoTeCreo, no sólo es que atribuyan toda responsabilidad a los hombres y reserven para las mujeres el papel de víctimas indefensas, sino que, al hacerlo, reproducen la lógica patriarcal según la cual todo gira en torno al deseo del hombre. En el centro del #MeToo y del #YoTeCreo está la sexualidad masculina. Un feminismo ilustrado y progresista no debería infantilizar a las mujeres, hacerlas más pequeñas de lo que son”. “El feminismo debería buscar que las mujeres asuman su potencia, no su condición de víctimas, como impone el feminismo de hashtag”. (…) “Finalmente está el debate sobre el arte. Resulta que Mateo Kingman es —respetando el gusto de quienes opinen lo contrario— un músico excelente. Así lo creen los mismos periodistas que hoy firman un manifiesto para cancelarlo”. (…) “Habría que cancelar a Picasso, entonces, que fue un gran maltratador de mujeres. Pero resulta que Picasso, a la hora de crear, nunca se mintió, nunca dejó de buscar, de colocarse al límite, de exprimir la gramática de la pintura y llevarla siempre un paso más allá, mientras que otros pintores (en Ecuador hay casos notables) encontraron un estilo que les ayudó a vender cuadros y lo explotaron hasta la muerte. Es en esta diferencia de conductas ante la propia obra donde hay que situar el problema de la ética en las artes, no en el comportamiento sexual del artista. Por tanto, la cancelación en el arte es poco menos que una estupidez”, dijeron esos columnistas; y frente a eso, yo les respondo:
Se está haciendo viejo aquello de “entonces deberíamos cancelar a *inserte aquí el nombre de cualquier hombre famoso en la historia*” como intento para desacreditar las denuncias sobre violencia, porque la realidad es que las historias que están detrás de esas violencias no les importan. De lo contrario se molestarían en escribir sus nombres, los aportes o el reconocimiento que debieron recibir y no consiguieron porque no contaron con una red de apoyo que les permitiera levantar la voz y por lo tanto se vieron condenadas a vivir a la sombra de su agresor, lo que deja en evidencia que aquello que afirman, es mentira. No es el feminismo el que se ha encargado de poner a las mujeres en el papel de víctimas, sino que han sido aquellos que defienden a sus victimarios, los que prefieren que sus identidades permanezcan en el anonimato, mientras defienden los aportes de Fulano, Mengano, Sutano y Perencejo en nombre del arte, la literatura, la ciencia y el deporte, cómo les sucedió a Rosalind Franklin, Lise Meinter, Hedy Lamarr, Margaret Knight, Nettie Stevens, Ada Lovelance, Chien-Shiung Wu, Elizabeth Magie Phillips, Vera Rubin y un largo y doloroso etcétera.
Si hablamos de casos de violencia perpetrada por algún personaje famoso o carismático, pensemos por ejemplo en los casos de Don Omar, Chris Brown, Tommy Lee, Maradona, Cristiano Ronaldo, Kobe Bryant y otro largo etcétera, cuyas carreras no terminaron a pesar de las denuncias. ¿Por qué? Porque los agresores cuentan con una inmensa red de seguridad. Mientras hay hombres a los que les preocupa que el escrache feminista que pueda acabar con la carrera de un agresor, a mí me preocupan las agresiones que hemos sufrido 7 de cada 10 mujeres en el mundo y que por lo general terminan en femicidio.
Me pregunto, por qué cuando varias mujeres han señalado la violencia sufrida por un hombre, Kigman, por ejemplo, la preocupación es que se escriba dicho nombre en las redes sociales, pero cuando una mujer es agredida, violada, asesinada, no les preocupa el escrache que se hace de ella. Hemos sido nosotras, las mujeres feministas, quienes hemos defendido y puesto nombre a la “puta” que sale de fiesta, a la “fácil” que estaba en estado etílico, a “la de dudosa reputación” porque se vestía de determinada forma, a “la que le gustaba salir en la noche”, “la muy sociable” y hasta “la muy señora” porque de no ser así, sus nombres, sus historias y sus vidas quedarían para siempre en el basurero de la historia cubiertas con una gran letra escarlata, porque en un país como el nuestro, siempre hay alguien que encuentra la forma de que la violencia que se ejerce sobre nosotras, sea nuestra culpa.
De no ser por la sororidad, el #YoTeCreo y el #MeToo, los agresores seguirían actuando con completa impunidad, convencidos de que la fama, el carisma, el talento son la excusa para no asumir las responsabilidades de sus acciones y sentirse con pleno derecho de violentar a las mujeres porque finalmente solo éramos eso, mujeres. Entonces me pregunto, es hora de hablar sobre el escrache feminista o es hora de repensar la forma en la que hemos endiosado a ciertos personajes hasta hacerlos pensar que hagan lo que hagan pueden salirse con la suya. Les propongo qué, en lugar de señalar al feminismo como el problema, dirijan su dedo hacia la forma en la que se construyen las relaciones entre hombres y mujeres, con énfasis en la forma en la que ciertos hombres miran a esas mujeres. Eso es de lo que se debería hablar.
También es obvio que el sistema de justicia debe mejorar, absolutamente sí. Especialmente en Ecuador donde la impunidad en casos de violencia es alarmante, donde nuestros servidores de justicia no están capacitados y los periodistas publican titulares que hacen pensar que las mujeres aparecemos muertas por ahí, como aparece la mala hierba en las grietas de las aceras.
Finalmente, decir #YoTeCreo es una decisión política fundamental, es un manifiesto contra la sospecha que recaía siempre sobre quienes se animaban a hablar de la violencia y del abuso del que fueron víctimas. Es un acto de escucha, un respaldo, es la certeza de saber que poner la cara a los agresores no nos terminará destruyendo, especialmente cuando la justicia está lejos de ofrecer caminos reales de intervención y reparación.
El feminismo como decisión política y la sororidad tienen la función de que no se perpetúe la violencia y que no debamos callarnos por temor a represalias. El escrache es una herramienta importante cuando el sistema falla o se rehúsa a actuar, es por eso que estamos juntas y nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio.
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Próxima entrega: ensayos de Lola Horner, Indira Torres Cruz, Esther M. García, entre otras escritoras que formaron parte de nuestro evento de lectura “Fragmentadas”.
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Otros artículos de la serie: “Transformar el silencio: ensayando la sororidad en la literatura”
Melissa Martínez-Raga: “Avena y canela para la supervivencia”
Masiel M. Corona Santos: “Un lápiz que escribe”
María Mínguez Arias: “Maternar de incognito”
Kyra Galván: “Reflexiones sobre la maternidad: nuevas formas de maternar y paternar y las relaciones entre escritoras”
Violeta Orozco: “La expropiación de la intelectualidad en las escritoras latinoamericanas”
Melanie Márquez Adams: “El maíz de la soledad”
Daniela Becerra: “Criar palabras”