SOBRE LA CULTURA DE LA VIOLENCIA EJERCIDA EN LOS CUERPOS FEMENINOS: EL CASO DE LOS FEMINICIDIOS EN MEXICO 

México es un país feminicida. Fotografía: Agencia Ref

 

#HistorizameEsta

 

Aunque el tema en cuestión ha ganado presencia en la agenda nacional desde hace ya algunos años, en el contexto actual de la #4T el Estado aún no ha emprendido ningún tipo de medida para tratar de contrarrestar la cultura de la violencia que históricamente existe en nuestro país sobre los cuerpos femeninos; la cual que puede verse expresada en el aumento de las cifras de los feminicidios perpetrados en los últimos años. El presidente López Obrador ni siquiera ha reconocido que exista esa cultura de violencia contra las mujeres y, por ende, ha terminado equiparándola con aquella que es generada desde el narcotráfico. Sin embargo, aunque indiscutiblemente ambas podrían llegar a convergir e interactuar en algún punto, no por ello la existencia de la primera queda condicionada por la segunda; es decir, que la cultura de la violencia en contra de los cuerpos femeninos no sólo responde a cuestiones ligadas con el crimen organizado sino, sobre todo, a un aspecto cultural propio de la nación mexicana.

Si bien este aspecto cultural en detrimento del género femenino no es exclusivo de México, no por ello deja de tener su propia distinción y firme presencia en nuestro país; la cual puede encontrarse con sus particularidades a lo largo del tiempo tanto en el ámbito de la música como en la literatura, el cine y algunas otras materialidades audiovisuales y de otro tipo. Actualmente son nuestras redes sociales las que registran esta cultura de violencia y, por ende, son las encargadas de informarnos día a día sobre los últimos casos de asesinatos, desapariciones, violaciones y ataques de ácido perpetrados contra alguna fémina. 

Resulta ser tan cotidiano este tipo de información que una buena parte de la población la ha normalizado y, en consecuencia, no les extraña que este tipo de sucesos se registren en pleno siglo XXI y mucho menos les importa que cada vez sean más sanguinarios o que vayan en aumento. En todo caso, partiendo de la idea de que la violencia también es experimentada por el género masculino y que la misma registra un alto grado de crueldad, es que este sector ha llegado a hacer caso omiso de esta problemática social (que también les compete) e incluso ha llegado a condenar cualquier acción que busque denunciarla y contrarrestarla (como las pintas feministas).

No deja de llamar la atención esta reacción ya que de alguna manera compagina con aquella asumida desde la presidencia y, definitivamente, devela un desconocimiento y negacionismo completo sobre la cultura de la violencia en contra de las mujeres que se ha constituido en nuestro país a lo largo del tiempo. Basta con salir del mismo para percatarse de que esta violencia se encuentra presente en diferentes aspectos sociales: desde el acoso callejero hasta aquel que se da en el propio relacionamiento de pareja, pues en México los hombres no están acostumbrados a recibir un no por respuesta; antes bien golpearían, humillarían y llevarían a cabo cualquier acto para que no se contraríen sus deseos (no, no todos los hombres, sólo un número significativo). 

Yo no me había percatado de cuan violenta era nuestra cultura hacia las mujeres sino hasta que viví en Brasil; donde experimenté una interacción social en la que, aunque usara falda o short, no reinaban las miradas lascivas ni los comentarios irrespetuosos. Entonces asimilé que la convivencia social podía regirse por otro tipo de conductas y que mi corporalidad no tenía por que ser vulnerada (en ningún nivel) por ningún miembro de la sociedad. Partiendo de este entorno social respetuoso con mi género (curiosamente en un país donde prevalecen altos índices de crímenes y donde todavía se carga a cuestas con un pasado sombrío, resultado de los más de 20 años de dictadura militar), no fue fácil el retorno a México; no sólo porque los crímenes contra las mujeres (biológicas o transgénero) se incrementaron y agudizaron sino, también, porque una buena parte de la ciudadanía (tanto hombres como mujeres) se negaba a reconocer esta problemática social y a condenarla.

Todavía es común observar que la respuesta de unos y otras sobre este tema converge en negar su existencia (el de una cultura de violencia que históricamente se ha construido sobre los cuerpos femeninos) y reducirla a las consecuencias propias de la violencia desatada por el crimen organizado. Por tal motivo, se condenan aquellas manifestaciones sociales (sobre todo cuando enarbolan la bandera feminista) que buscan denunciar esta atroz realidad, al tiempo que se reitera y aplaude esta cultura de violencia contra las mujeres. Después de todo, las razones que motivan la perdida de una vida humana son equiparables tanto cuando ésta responda a una relación con el crimen organizado, como cuando ésta se deba a una reacción desmedida (que suelen ser muy comunes y cotidianas) de la pareja sentimental. De igual forma, los sanguinarios asesinatos de mujeres (siempre repletos de violaciones, torturas y desmembramientos de sus cuerpos), sean o no pareja o conocida del homicida, también resultan tener la misma equivalencia de aquellos cigotos y embriones humanos a los cuales no se les permite continuar su desarrollo; por lo que, en consecuencia, a las mujeres que resuelven no ser gestantes esta parte de la sociedad las tilda de asesinas.

Evidentemente esta cultura de la violencia en contra de las mujeres que permea en México hasta nuestros días y que puede verse reflejada en diferentes niveles y con diversa intensidad en el espectro social, es un problema latente que termina impactando en toda la ciudadanía por igual; aunque claro, en las féminas (biológicas o transgénero) con mayor intensidad. Nunca se sabe si el taxista o transporte público que emplees pueda agredirte sexualmente y quitarte la vida, como tampoco se sabe si algún vecino, familiar, pareja, amigo o un completo desconocido pudiera sentirse con los ánimos de hacerte lo mismo ya que, en este país, ni los feminicidios ni sus tentativas son un tema relevante para el grueso de la sociedad y para las propias instituciones del Estado (como lo demostró el feminicidio de la joven médica Mariana Sánchez Dávalos, en el estado de Chiapas).

Aquí si eres mujer más te vale tomar tus propias precauciones, cuidar tu vestimenta y lo que publicas en tus redes sociales, así como no bajar la guardia en el contexto etílico de una fiesta o hasta en tu propia casa. Una parte de la sociedad mexicana te pedirá silencio y sumisión en tu papel de hija, madre, esposa, pareja, amante, profesionista y cualquier otro que se te esté autorizada a representar; te pedirá asimismo que ejerzas el papel de la maternidad como designio ultimo del género que te ha tocado vivir y, cuando la violencia que impera contra las mujeres te toqué, te hará completamente responsable por lo sucedido (por tu elección de ropa, de pareja, del lugar y la hora en la que te encontrabas, por estar ebria, por tus “provocativas” publicaciones, por haberte declarado feminista…).

Sin embargo, este aspecto cultural propio de la mexicanidad no es del todo indiferente para otra parte de la ciudadanía (compuesta tanto por hombres como por mujeres) y, en la medida en que se hagan pronunciamientos al respecto y se sigan manifestando con ímpetu en las calles y los sectores digitales, se logrará presionar al Estado para que desarrolle y aplique programas, leyes y penas que ayuden a contrarrestar este peligroso comportamiento social. Sin duda alguna se ha registrado un cambio en el paradigma de la esfera política de nuestro actual gobierno, al incluir en buena parte de sus secretarías y demás puestos del gabinete a mujeres calificadas para el desempeño de dichas labores (no hay que menospreciar el que por primera vez en la Historia de México tengamos una secretaria de gobernación); sin embargo, esto no ha repercutido en la cultura de la violencia que impera contra las mujeres y que se ve traducido en la problemática de feminicidios que vivimos en la actualidad.

Además de que en este terreno aún reina la indiferencia de las autoridades gubernamentales y de los diferentes sectores burocráticos (universidades, centros laborales, etc.), también se tiene que enfrentar el desinterés de una gran parte de la población y hasta su desdén. Empero, como fue enunciado ya desde 2019, es evidente que estas viejas estructuras de convivencia social (en detrimento de las féminas) no terminarán por sí solas y que somos aquelles que podemos vislumbrarlas a plenitud, a quienes nos toca cargar con pico y martillo para derribarlas de una vez por todas (el sistema patriarcal no se va a caer ¡lo vamos a derribar!). Si bien los beneficios atañen a ambos géneros de la ciudadanía, en el caso de las féminas resultan ser más contundentes; así que no hay mucho que pensar, discutir o temer todo lo contrario, sólo se puede ir para adelante (de cualquier y de muchas maneras).