Saudades es una bellísima indagación en la memoria inexorable del horror

 

Saudades de Sandra Lorenzano
Fondo de Cultura Económica, México, 2007. 221 páginas, $19.95, ISBN-13: 978-968-16-8477-8

 

Lisboa es la ciudad a la que llega la joven A. escapando de la dictadura argentina tras las desapariciones de su hermano y su cuñada, y su propia inminente captura. Lo que en principio no es más que una escala en su viaje de Buenos Aires a Madrid, se transforma en destino final cuando A. decide no subirse a ese segundo vuelo que debe llevarla a España donde le esperan su padre y otros exiliados del régimen. A Lisboa llegamos de la mano de la narradora, suponemos que también argentina y cuyo nombre desconocemos, dos décadas después cuando regresa a tierra lusa tras los pasos de A. y del amor y del deseo que compartieron en esa escapada de A. del horror que fue también una llegada, un arribar a las costas de una tierra empapada de la melancolía de mil partidas y de otros tantos naufragios, “destino de nómades con la llave a cuestas y el recuerdo de los arrullos en la lejanía. Pueblo de migrantes, pura nostalgia”.

La lectura del texto de Lorenzano es un desprendimiento de toda noción de memoria para explorar con la narradora las múltiples maneras de reconocer el dolor propio y el ajeno en el cuerpo, la palabra y los gestos del otro, en los trazos de A. sobre la tela, en los cuatro pilares de la sinagoga de la Rua da Judearia de Tomar. En Saudades nos adentramos en la genealogía del dolor que acompaña a la memoria incluso generaciones después del horror. 

La valentía de este ejercicio de escritura está precisamente en ejecutarlo desde el lenguaje reconociendo a la vez su incapacidad para rememorar lo innombrable: lo vemos en la lengua madre que deja huérfanos a los migrantes, los exiliados y los expulsados de su tierra “Hay un mar que es memoria. Por él llegó mi abuela; tenía sólo seis meses y la arrullaban en yiddish. Creció en una lengua distinta. Todas sus nietas somos tartamudas”; lo vemos en la lengua propia cuando se torna extranjera porque es la misma que la del opresor “la de los torturadores”; lo vemos en las telas que pinta A. cuando la palabra ya no basta para articular el dolor. 

Si como nos recuerda Saudades, en el I Ching, a la representación del exilio hecha a través de la figura de Lü, el Andariego, le corresponde la imagen del pájaro al que se le incendia el nido, ¿cuál es el lenguaje del andariego sin hogar al que retornar?

Lorenzano se apoya abiertamente en las voces de los que la precedieron: Fernando Pessoa, Ossip Mandelstam, Paul Delan, Hélène Cixous, Cristina Peri Rossi, Amalia Rodrigues…, y utiliza sus citas como puntos de luz de los que cuelga el entramado de este paseo laberíntico por la memoria, un paseo que con el curso del texto se transforma más bien en circular, porque los andariegos que habitan sus páginas se ven forzados siempre a regresar a la memoria del momento en que el hogar prendió en llamas, el momento en que se volvió ceniza. El instante del horror y su memoria son inexorables. 

Para escapar de la memoria que regresa una y otra vez al momento del horror, y para escapar de la tiranía del opresor incendiario de nidos que son hogares, el rabino ruso lee ante sus catorce hijos los nombres de sus antepasados, rabinos a su vez, en ese “rito fundacional de la palabra compartida [que] salvaba de la muerte, o quizás sería mejor decir que enseñaba a convivir con la muerte”; para escapar de la memoria circular del horror y de la tiranía del opresor, la madre y la sobrina ya adulta de A. (que era sólo un bebé cuando desaparecieron sus padres y de los que nunca volvió a saber nada), caminan en la plaza “en círculo, lentamente” todos los jueves y durante años sosteniendo en alto las fotos de sus desaparecidos.

La narradora, en su peregrinaje portugués, rememora el tiempo en que quiso hacer hogar en el vientre de A. para amarla por lo “lo que fue y lo que pudo haber sido”, para acercarse “al secreto” de su exilio. Saudades no nos aclara si el vientre de A. se convertirá en hogar permanente, pero en su recuerdo circular, es el hogar al que regresa la narradora. “No conoce el arte de la navegación quien no ha bogado en el vientre de una mujer” dice Cristina Peri Rossi en uno de esos puntos de luz de los que cuelga este bello texto. En Saudades, el vientre de A. y la ciudad de Lisboa se convierten en hogares y a su vez en puertos en los que fondear la nostalgia. Os invito a visitarlos.