Ely Guerra en Ruido Fest. Foto: Emily Nava
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“La música me estorba, es un sonido que no puede existir en casa porque me quita la energía (…). Yo tengo otros métodos para convivir con la música y crearla desde allí”, comparte Ely Guerra momentos antes de su concierto en el cierre de Ruido Fest en Chicago. Tras diez años de ausencia en una ciudad que a Ely le sabe a nostalgia y le sabe a casa, disfruté la espera por esta presentación acústica en formato de dúo con su guitarra rosada, y acompañada por el músico y productor Milo Froideval al teclado. Pude observar a aquellos presentes en un repleto Noise Stage fuimos parte de una comunión armónica que nos desbordó de felicidad con un setlist que incluyó más de 20 años de trayectoria de la compositora.
Recurriendo a un flashback de los orígenes de Ely Guerra en la década de 1990, cómo no pensar en las luchas frente a una sociedad que entendía el rock hecho por hombres, y las batallas personales que la cantautora regiomontana tuvo que encarar para labrar su santuario desde la creación artística y no desde la imagen física. Autodidacta y con mucho qué decir, su historia inició a temprana edad en un coro de niños, y después vino la guitarra y la composición como una vía para liberar sus emociones. En el libro Sirenas al ataque: Historia de las rockeras mexicanas de la cantautora y socióloga mexicana Tere Estrada, Ely Guerra resalta: “soy muy sincera y honesta, cuando en el trabajo o con la pareja algo no me parece y me hace daño, rompo en llanto. Desgraciadamente soy muy intensa (…), el escribir para mí se tornó en una terapia y el cantar fue como una puerta para dejar escapar mis emociones”.
No recuerdo el momento preciso en que comencé a escuchar las canciones de Ely Guerra, pero sí las lonely nights cuando me he refugiado en su voz. No rebasaba los dieciocho años cuando descubrí Lotofire, álbum publicado en 1999. Fue un disco que sonaba en la programación de la estación de radio comunitaria Radio Arte en Pilsen, en la que me inicié y que poco después presentó algunos conciertos de Ely. Su música me sostuvo en mis primeros romances y desilusiones. En aquellos días, dejé al lado a Nirvana, y comencé a escuchar nuevas propuestas de artistas latinoamericanas como Julieta Venegas y Natalia Lafourcade hablando desde su experiencia como mujeres. Recuerdo clavarme con las canciones del Lotofire, en especial los temas “Vete” y “Mejor me voy” que repetí en mi CD player, atraída sobre todo por el mensaje de las canciones más allá del sonido ecléctico, puentes con el jazz y la Música Popular Brasileira (MPB). Cómo olvidar ese bajo en “Vete” y la lírica que con profundidad explora el acto de alejarse evocando con fuerza frases como “un espacio que no cederé” y “no es que yo quiera imponer mi espacio”.
Recientemente, pasada mi cuarentena por Covid, pude salir a dar un paseo por los jardines de Edgewater, mi barrio; me puse los audífonos y caminé por el Lago Michigan mientras escuchaba Zión, un álbum lanzado en 2019. Este disco me pareció un tesoro, fue autoproducido y grabado por la misma Ely Guerra creando sonidos a partir de su voz y que nos recuerda los poderes curativos de este instrumento primario. Percibí Zión como una colección de nueve mantras que inicia con el tema “Atrium” entre tonalidades distintas y chiflidos donde escuchamos a la cantante conjurar la frase: “Yo que no tengo nada que darte, puedo volar y ser feliz”, seguido por la canción “Grandes esperanzas” que abre la ventana a esa oscuridad que habremos de traspasar en la vida. Es una experiencia que nos hace atravesar abismos en un cruce de lenguas, capas vocales y la profundidad de la palabra. Ely finaliza el disco con “Stronger”, una canción que cambia de intensidad como un pálpito del futuro.
La aseveración de Ely Guerra sobre la ausencia de la música para poder crear canciones desde otro centro no es contradictoria. ¿Cómo crear música sin escucharla? En su larga y compleja trayectoria, Ely nos ha transmitido con sus canciones los claroscuros del ser humano, el amor, la pérdida, el dolor, la feminidad, la sensualidad, y la transformación. Escribiendo esta columna en medio del eco de las cigarras y de la noche, me parece un acto de valentía crear desde lo más hondo del ser. Se puede crear desde otros horizontes, pero para eso hay una enorme tarea de autoconocimiento y Ely Guerra se conoce a sí misma. Eso lo demuestra arriba y abajo del escenario. Después de ver este acústico en Chicago, recibo su influencia desde otro plano, con una escucha madura, disfrutando como ella el crear desde la solitud, y encaminada hacía mi propia playa. Escuchar la música de Ely Guerra siempre merecerá darse un espacio para adentrarse en un lugar recóndito.