Espejos en un café de Olivia Maciel
Ars Communis Editorial, Chicago, 2022. 200 páginas, ISBN 978-1735029238
Espejos en un café es un título que conduce a todas las connotaciones relacionadas con el vocablo “espejo”. Desde el siglo XIX Stendhal esgrimió la “teoría del espejo” como procedimiento realista a propósito de sus propias novelas. Es decir, la posteriormente retrotraída metáfora de que el escritor es como el conductor de un auto que va pasando su espejo por la sociedad, independientemente de que lo que se refleje sea encantador o deslucido.
El volumen de Espejos en un café consta de treinta y tres narraciones que no son propiamente cuentos en el sentido tradicional de la presencia de un argumento con introducción, desarrollo, clímax y desenlace. La extensión varía desde “El señorYokamoto”, que consta de solamente dos páginas hasta, por ejemplo, “Quique Borquecho. Taxista de profesión”, que se extiende por trece folios. Aun cuando aparecen México y otros estados y ciudades de los Estados Unidos como escenarios de los textos de Maciel, Chicago y sus alrededores son el locus principal.
Usando el término metafórico de “fauna social” son muy variopintas las hechuras de los personajes en Espejos en un café: norteamericanos de diferentes extracciones sociales y profesiones, afroamericanos, homeless, así como inmigrantes mexicanos, latinoamericanos y de diferentes latitudes del mundo. Por ejemplo, en “El día de los nombres. Entre cactáceas y hechos milagrosos”aparecen mencionados: El Dr. Satel (de origen indio), la enfermera Nwagoke (procedente de Nigeria) y el Dr. Pell Fong (descendiente de chinos). En “Contorsiones” hay tres académicas: Gabriela y Lidia (argentinas) y Regina (mexicana).
Olivia Maciel tiene la virtud de ser una observadora curiosa e inquieta de la sociedad norteamericana. No hay asunto que no convoque a esta narradora de nuestra ciudad a observación y reflexión. Su mirada se mueve entre el enfoque telescópico y el microscópico. Lo mismo registra lo que sucede sobre rieles en “Diarios del tren” que como vecina en “La extraña cochera”. El lente de su cámara se traslada sin discriminación desde una oficina de atención a quienes han perdido el trabajo en “Prestaciones para desempleados” hasta un asilo en “La casa de los ancianos”.
En este punto de mi apreciación de Espejos en un café quiero anotar que, aunque Maciel no tiene reparos en tratar asuntos reiterados en cierta narrativa y poesía del desarraigo, y de hecho lo hace, la visión de esta escritora supera cualquier estrechez de miras al respecto. Es que Olivia no puede renunciar a la formación intelectual adquirida en su país de origen y ve todo desde la contrastación de la experiencia de vida con la nueva realidad a que accede. Hay una evidente omnisciencia que no es petulante, sino suficiente en los temas abordados, múltiples y complejos como la vida misma. Desde la lectura de las primeras páginas de Espejos en un café supe que cada nueva narración iba a convocarme a contrastar lo relatado con lo vivido en carne propia como persona que también vino de otra geografía a vivir en este enclave social; caminé de la mano de Maciel, quien me antecede en este hábitat chicagüense, como de la mano de una hermana mayor, por umbrales desconocidos del aguafuerte sociocultural de esta mega-ciudad del Medio Oeste.
Sin pretensión de totalizarlos, algunos de los asuntos tratados en Espejos en un café son: el choque de culturas, usos y costumbres; la nostalgia asociada con el pasado, la familia y el país del que se procede; la desafiante interacción que se produce entre personas con visiones de la vida tan diversas y diferentes, la inseguridad e incertidumbre de moverse uno en mundo nuevo y con aristas desconocidas, las rivalidades del mundo académico, las relaciones de amistad y de pareja interraciales, la soltería, la soledad, la angustia existencial, la violencia física, los estados anímicos cambiantes debido a los contrastes climáticos, la vida política, los problemas ecológicos, el envejecimiento y la reclusión en instituciones para personas de la tercera edad. En todos los asuntos tratados hay un espíritu de búsqueda reflexiva y atenta como la de alguien que se hace muchas preguntas ante lo que percibe.
Debo reconocer que los textos de Espejos en un café que me sorprendieron y fascinaron mayormente fueron: “La conjetura de Grundy”, “Leyendo el Zohar”, “Swift Hall. Magia, eros y juegos” y “El profesor de Hyde Park”. A través de ellos se reflexiona sobre profundas inquietudes filosóficas, culturales y literarias. En el caso de “Swift Hall…” también se desarrolla una trama detectivesca relacionada con la misteriosa muerte del profesor Marcus Lintus, un catedrático de religiones comparadas que presumía de adivino. En “Leyendo el Zohar” (en hebreo zoharsignifica esplendor) el narrador masculino en primera persona –apenas al principio de la lectura de esta obra crucial de la mística judía– tiene una experiencia semejante a un nirvana que me hizo remitirme a El Aleph de Jorge Luis Borges o al relato de Don Quijote del descenso a la Cueva de Montesinos en el Capítulo XXII de la segunda parte de la novela de Cervantes. “La Conjetura de Grundy” explora el mundo de la cabalística, su relación con los sistemas algorítmicos y los fractales. Lo curioso en este caso es que dos investigadores de latitudes lejanas del planeta coinciden en un evento científico defendiendo tesis similares que tienen como remotos y comunes antecedentes baúles metálicos escondidos por ancestros con manuscritos y fórmulas similares.
“El profesor de Hyde Park” es un texto exquisito que cierra con broche de oro Espejos en un café. Se trata de una narración encantadora sobre encuentros significativos entre Samuel Bergman, un profesor de literatura medieval alemana, quien paradójicamente es de origen judío, y Regina Natali, una doctorada en Lenguas Romances. Ambos sostienen un diálogo muy interesante sobre la condición humana, la amistad, el transcurrir del tiempo y sus efectos.
Muchas de las narraciones de Espejos en un café son frases breves, lapidarias de gran vigor y fuerza expresiva: ‘A la palabra había que quebrarla como a una nuez’, “Contorsiones”; ‘Es el primer día de enero. Nieva en silencio’, “Año nuevo”; ‘Helen ingresó por otra puerta hacia su última morada’, “La extraña cochera”. En otros textos el narrador o la narradora se hacen preguntas o reflexionan sobre lo relatado: ‘¿Habría leído Amelia su propia suerte alguna vez? ¿Qué le habrían dicho las cartas?’, “Amelia. Billetes de lotería”; ‘Erasmo sintió un calorcillo entre las piernas, pero exhausto por ese día repleto de emociones, la pesadez de todo su cuerpo lo venció y cedió al sueño’, “Visita al extranjero”; ‘Pasmado me pregunté si realmente habíamos tenido vecinos o si siempre había estado aquel caserón vacío. Pero ahí estaban clavados esos cuatro esquís junto a la cerca’, “La otredad que no soy yo”.
En Olivia nace una nueva narradora de Chicago y el Medio Oeste del país que nos ofrece una cosmovisión de la vida en los Estados Unidos muy interesante desde la mirada de quien vino de otra latitud, otra cultura y otras costumbres. Me aventuro a especular que los cuentos de Espejos en un café son embriones de alguna novela en el horizonte escritural de Olivia Maciel. Celebremos la aparición de este libro en el panorama de la literatura en español producida en los Estados Unidos.