“Saliendo de la caverna. Modelo para armar” es un adelanto de #NiLocasNiSolas: Antología de narrativa escrita por mujeres en Estados Unidos (El BeiSmAn PrESs, 2023). A la venta en mayo.
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ROMPECABEZAS #1. LADONORTE
Legar una mirada, la de nuestra parcela de tiempo. Amanece en esta caverna dolida de no ser vista. Cuánto hemos tardado. Y eso que apenas estamos empezando. Más que una historia, esto es un bordado de miradas. Quiero contar la historia de mi hermana, y que ella cuente la mía. Porque las dos vivimos en latitudes opuestas, pero paralelas del hemisferio. Mientras escribo entre dos madrugadas, ella busca palabras en su sueño rasguñado. Cuando ella abre la cortina de la noche, se vuelve invierno de este lado del espejo. Y pienso en cómo nuestras manos se entrelazan en el agua que escurre de la llave en dos sentidos contrarios, en cómo los aviones se interceptan en el aire mientras yo viajo hacia el sur y ella gira hacia el norte para encontrarme a medio camino. Es difícil nombrar lo que nos une, porque es tanto.
Me daba rabia mirarla luchar contra la resaca violenta de su tristeza, demasiado débil para salir de la cama en todo el día, como si una corriente subterránea la jalara hacia adentro de las sábanas. Como si su dolor fuera el mío, el dolor de siglos de las mujeres como una fuerza de gravedad sumiéndola en el abismo insondable de su cama.
ROMPECABEZAS #2. LA TRIBU DE LAS CIEGAS
El odio, quizá por siglos, la única arma femenina. Y que pobre venganza, que mísera herencia. De pensar que nos había unido un hombre con su odio, con su desamor. Yo no quería que fueran el dolor compartido, la rabia lo que nos hicieran amigas. Yo ni siquiera quería pensar en él, quería ocuparme de las cosas de las que se ocupaban los hombres: los viajes, el fútbol, la escalada. ¿Y yo por qué tenía que estar pensando en qué haría si me lo encontraba? Llevaba tanto tiempo levantándome con ese dolor sordo en el estómago, esa zozobra constante, recordando, mirando hueca hacia dentro de la caverna de la que no sabía salir aún cuando estaba ya expulsada de la tribu de las ciegas.
ROMPECABEZAS #4. LA VIOLENCIA DE LA LUZ
Y así quieren que salgamos de la caverna. Está cabrón. Me sacan a la luz sin esperar que me hiera toda esa violencia. La violencia de la luz, de dejar la casa de mi esposo sin saber nada, sin cambiarme de país ni de jefe. ¿Quién me va a comprar ahora? ¿Dónde voy a valer más? ¿Dónde te van a querer más que en casa de tu padre? Pero si mi padre mismo me odiaba, ¿quién iba a ser capaz de quererme? Por eso yo me quedé con mi esposo, porque sabía que una mujer vieja en México no vale nada. Bueno, no es como si una joven tampoco valiera tanto. Todas somos carne de cañón. Yo me di cuenta desde chiquita, y por eso decidí casarme con ese imbécil. Porque yo no tenía lugar en el mundo.
Yo nunca estudié. Nunca fui bonita. Estaba ahí, apenas, para el que me quisiera tomar. Recuerdo la angustia que me causaba pensar qué iba a pasar si nadie me quería, aunque fuera por mi cuerpo. Y me angustiaba porque yo ni siquiera pedía amor. Jamás fui tan ambiciosa. Con que me dieran comida, un lugar donde echarme al final del día, aunque tuviera que cocinar y coger a cambio. Yo no le llamaría violación, porque desde muy chiquita me forzaron a hacer lo que yo no quería. ¿Cómo iba yo a tener voluntad propia, si jamás tuve la posibilidad de hacer otra cosa diferente a la que me mandaban? Es que deveras ustedes, jueces, no entienden. No saben lo que es nunca haber tenido opciones. Es estúpido que me pregunten por qué no me defendí si nunca me he defendido de nadie, si el mundo me ha caído encima como un yunque, sin que yo tenga la posibilidad de hacerme a un ladito, de desafiar la ley de la gravedad. No entienden lo que es ser mujer, de veras, o al menos una mujer en mis condiciones. A mí siempre me quedó claro que una mujer fea no valía nada, y por ello me sentí agradecida con el hombre que me re-cogió. Y no es que yo estuviera en la calle, más bien mi casa era una extensión de la crudeza de la calle. Mi padrastro violaba a mi hermana, que era guapa, y yo le daba las gracias a dios por no ser bonita. La maldición de la belleza.
Yo vi a tantas bonitas en mi barrio que les fue mal. Hijas de la chingada, me cae que no se salvó una sola. A la Josefina la metieron de sirvienta, a esa fue a la que mejor le fue porque al menos no tuvo marido. Se embarazó, obviamente, pero le fue mucho mejor que a las que se casaron con el papá de sus hijos. El de la Adela era un hijo de la chingada, ni parecía el papá de sus hijos. Fue su pareja por diez años, y vivió con ella durante todo ese tiempo y los dos hijos que le hizo. Hasta que se casó, claro, con otra vieja que nadie conocía. Y lo peor de todo es que lo hizo después de pedirle a Adela que le preparara su traje más fino y se lo planchara hasta dejarlo perfecto como el manto de la virgen, como si lo fuera a preparar para su mortaja o su boda. Le extrañó a Adela la violencia con que le señalaba las arrugas, la insistencia en dejarlo obsesivamente liso. Lo que ella no sabía al planchárselo es que sí era para una boda, la boda de su novio, de la que ella no se enteró hasta esa noche, tan pronto como se convirtió en la noticia del barrio, del año, de toda su vida. Después de eso se tuvo que mudar de colonia. Sobre todo por los hijos. ¿Y nosotros qué somos, papá? Le preguntaron dos años después, cuando ya no aguantaron su ausencia y fueron a buscarlo a su casa en su cumpleaños. Él ni les supo dar respuesta. ¡Que iba a saber!, si los hombres se hacen los imbéciles para abusar mejor de las mujeres. Así me pasó a mí. Mejor ni les cuento. Ya bastante tengo con lo que les pasa a las otras. Yo me conozco los chismes de toda la colonia. Por eso ando escribiendo estos recuerditos, porque no quiero que se me vayan a olvidar las historias de las mujeres que vivieron lo mismo que yo viví. Por eso no digo que me violaron. Porque sí me violaron, toda mi vida fue una violación continua, de mi voluntad y de mi cuerpo. Yo ni siquiera sabía decir no. ¿Cómo iba a aprender si en México a las mujeres se les prohíbe decir no? Desde niña me dijeron que yo no podía rechazar nada que viniera de la familia, porque familia es familia, no importa lo que te hagan. Y entonces yo no podía expresar mi desacuerdo ni quejarme ni hacer nada, aún cuando mi tío pasó cinco años acosándome. Y después, cuando pasó, y le dije a mi madre, quien había dejado a mi padre desde antes de que yo naciera, ella me dijo que ella no me educó para que esto me pasara. Pero la verdad es que tampoco me educó para que esto no me pasara. Y si también habían abusado de ella, ¿por qué no me lo dijo? ¿Qué no se daba cuenta que no decirme era desprotegerme, arriesgarme a que me hicieran lo mismo que le hicieron a ella? Yo hasta pensé que ella me iba a regañar de que no le hiciera caso a mi tío. Siempre me sentí presionada. Me queda muy claro, ahora, que mi mamá no me quería protegida. O que pensó que su ignorancia iba a protegerme. Ella nunca reconoció que fue su hermano el que me dio mi hijo.