Literatura inmigrante: la pirámide del epazote

El siguiente texto fue parte de "Literatura inmigrante", panel realizado durante la Feria del Libro de Chicago 2023 que se realizó en la Universidad de Chicago del 4 al 6 de mayo.

 

 

Migrar no es el simple traslado de un sitio a otro. Migrar es un giro que trastoca la totalidad: nuestro oficio ya no es el mismo, lo que comemos tiene otros sabores, el tiempo de esparcimiento se reduce, vemos la política de manera ajena, sentimos que las palabras nos traicionan y la religión parece cambiar de vía.

Digo la religión porque nuestros dioses también migraron, se quedaron un rato y en el crepúsculo se echaron a andar de nuevo. Por suerte nos dejaron como enseñanza la migración y sus veintitantos cambios. 

¿Cómo se asumen esos cambios que se nos aparecen en bloque? ¿Qué tanta atención les prestamos los que escribimos un cuento o un poema? 

Para ilustrar estos párrafos, iré armando una pirámide de cinco terrazas. No es el triángulo de jerarquías de Manslow ni la escala de prioridades de algún filósofo.

Empiezo aclarando que el migrar siempre se da en comunidad. Es masa trabajadora, y esto se observa cuando abandonamos el lugar de origen o cruzamos el desierto, cuando llegamos a vivir a un edificio o salimos a llenar aplicaciones. 

En la primera terraza ubicamos lo funcional. Encontrar un empleo en la yarda o la cocina para ayudarse y ayudar a los que se quedaron allá. Aprender el inglés o el espánglish que requiere el oficio. De manera natural pasamos del techo a “la rufa” y de la errata al “typo”. Pero sin documentos legales, todo se complica. Se es más vulnerable ante el patrón o ante el policía que nos detiene para darnos un ticket. No hay espacio para el error ni en la chamba ni frente al volante. Y como dice Manu Chao: “correr es mi destino para burlar la ley”.

En la segunda terraza hallamos lo vital. El que se convierte en inmigrante generalmente es joven, con la fuerza para aguantar jornadas de cincuenta o sesenta horas semanales. Se carga lo que se tenga que cargar. Y nunca hay que fallar ni faltar al jale, aun en los días de desventura. Recordemos que durante la pandemia los trabajos de los jornaleros agrícolas y los dependientes de las tiendas fueron considerados esenciales. 

Seguimos con la terraza de lo estético. Una vez que tenemos empleo y salud, el inmigrante logra hacer tiempo para el esparcimiento y la cultura. Ahí recurre al nosotros, a las tradiciones que puso en pausa. La migración hispana a la Ciudad de los Vientos tiene un siglo. Primero brotaron la música de los corridos tequileros y las ligas de futbol y en los muros de los barrios fueron apareciendo Vírgenes. Luego surgieron los bailes populares, los semanarios, y ya en los años ochenta la literatura. Desde hace una década hay un nuevo invitado: el cine producido por migrantes. 

La cuarta terraza corresponde a lo ético. El cuerpo moral que se fue construyendo en el terruño nos ayuda a cumplir con los deberes laborales y a no abandonar a la familia. Asumimos la ética del trabajo protestante acaso mejor que los protestantes. En lo político, aunque tengamos documentos, hemos sido reacios a las urnas. Luego de cien años de presencia latina, en la era de Harold Washington por fin hubo concejales boricuas y mexas. Fueron los hombres del campo los que llegaron a la calle Taylor a establecer los primeros comercios. Fueron las mujeres las que encabezaron luchas cruciales en el terreno de la educación bilingüe. Fueron los jóvenes Dreamers quienes dieron vitalidad a las grandes marchas del 2006. Debo resaltar a un grupo de activistas que en los años setenta asumió la demanda de la legalización para todos y acuñó una tesis: “Somos un pueblo sin fronteras”, refiriéndose no solo a los mexicanos sino al pueblo latinoamericano. 

En la quinta terraza ubicamos lo espiritual. “El que emigra una vez emigra para siempre”, escribió Milán Kundera. Y si, al sentir el desencuentro con lo que antes uno era, el inmigrante vislumbra el abismo y se va volviendo nómada. Es un nomadismo tanto físico como psicológico. Con el tiempo agarra peso el viaje interior y llega al hueso y siente que lo anula. El inmigrante no detiene su andar. No puede. Mas siempre busca el regreso. ¿Cuál? ¿Regresar adónde? 

La migración de México a Estados Unidos históricamente ha sido integrada por hombres del campo, pobres y con poca educación formal. Lo mismo se puede afirmar de la migración de otros países latinoamericanos. En 1982 este patrón dio un giro y poco a poco empezaron a migrar también mujeres y familias de las zonas urbanas así como personas con mayor formación académica. 

En los albores de los noventa, me integré al consejo editorial de Fe de erratas. ¿Quiénes produjeron los primeros dos números de esta revista? Hombres de México que habíamos terminado la preparatoria o teníamos un grado universitario. Entonces se oía una canción de Los Tigres del Norte: “¿Cuándo han sabido / que un doctor o un ingeniero / se han cruzado de braseros / porque quieran progresar?”. Eso se volvió realidad desde los años ochenta. Éramos los nuevos daños colaterales del capitalismo. Éramos los que habían probado la esperanza de un mundo más igual pero veíamos el desmoronamiento del bloque socialista. Éramos los que llegaban con visa y dejaban que ésta expirara. Claro, argumentábamos que habíamos dejado nuestro pueblo o ciudad con el fin de encontrar la poesía. No nos veíamos como parte de la migración. La clase obrera estaba enfrente; nosotros estábamos acá, aunque trabajásemos en una fábrica o en un restaurante.

A partir del tercer número de Fe de erratas ya se fueron integrando mujeres y hombres de otros países de América Latina, seducidos también por el Fin de la Historia y las mieles del Neoliberalismo. Los temas no dejaron de ser el hambre existencial, Dios, la muerte o los amores contrariados. Eran temas universales. Que yo recuerde, no se abordaron problemáticas sociales relacionadas con nuestro entorno: la economía informal o los derechos laborales, la educación bilingüe o la criminalización de los adolescentes.

Aquí podríamos comparar la experiencia del grupo Fe de erratas con las publicaciones de grupos chicanos o de militantes de izquierda de la década anterior. Estos últimos acaso no contaban con un diploma universitario, acaso no eran tan diestros en el manejo del castellano, pero tenían una visión política, es decir, tomaban partido por una causa social, había un aquí y un ahora, un yo y nuestra circunstancia. Eso le daba fuerza y tierra a su poesía.

¿Ha cambiado en treinta años la relación entre política y literatura? En el pasado abril se realizaron cinco grandes eventos culturales en los espacios latinos de Chicago. Leí sólo un comentario político en las redes sociales y tenía que ver con Gioconda Belli, invitada especial de uno de los eventos. Se señalaba que el régimen de Daniel Ortega la había despojado de su ciudadanía nicaragüense. Por supuesto que es lamentable la medida adoptada por Ortega, aunque la poeta tenga años viviendo en Madrid. Basta salir a cualquier calle de Chicago (o Nueva York o Miami) para toparse con alguien que paga impuestos, contribuye a la economía y a quien no se le reconocen sus derechos elementales. Basta leer una nota en el diario para saber que en la frontera sur hay decenas de miles de sudamericanos que buscan cruzar el puente y salir del limbo legal.

La literatura es conciencia de la belleza en la palabra. En el caso de Chicago esa conciencia se halla sin conectar con las demandas políticas de la comunidad latina, sobre todo la legalización de mujeres y hombres que carecen de sus documentos básicos, esos que le ayudan a sobrellevar lo funcional. Hay que abandonar el cuento de que por ganar cincuenta mil pertenecemos a una clase media. Propongámonos asir los relatos de nuestro prójimo cercano, del empresario y la académica, pero también del busboy y la babysitter. Poetizar la ciudad segregada. Volverla novela, soneto y teatro.  

Políticamente, vivimos un momento inédito. Hay sectores del Partido Republicano que piden sancionar con cárcel a los inmigrantes que no tienen papeles. Hay sectores del Partido Demócrata que son cómplices. En la antípoda se observa el surgimiento de jóvenes que llegan a los Congresos estatales y resisten los embates. Algo más: los gobiernos de la mayoría de los países latinoamericanos son aliados nuestros. De Gustavo Petro a Xiomara Castro y de Luis Arce a López Obrador. Vislumbran estos gobernantes que la gran patria anunciada por Bolívar ya recorre Chicago y Nueva York, pero sólo la conocen por fuera, en cifras de remesas y deportados o en el monto al que asciende el número de migrantes en el mercado global. Lo que sucede al norte del río Bravo es mucho más que números. Es una nueva sensibilidad, la de los hijos que se fueron y reconstruyeron la casa en parajes fríos, la de los que se trajeron a sus dioses y luego los vieron alejarse. Por suerte nos dejaron el destino de la migrantía.

Vuelvo a la quinta terraza de nuestra pirámide. Como ya dije, al entrar en contacto con lo otro, el inmigrante va observando sus identidades: nacionales, lingüísticas, deportivas, religiosas, etc. En esa observación, algunas identidades se trasforman, otras definitivamente se desgajan. Mas el inmigrante no tiene más opción que continuar tal como lo hicieron sus antiguos dioses: el que era víbora con plumas, la que paría flores, el del madero y el del sol encarnado. ¿Hacia dónde dirigen sus pasos los migrantes? Ya no pueden volver al sitio que dejaron. Tienen que reinventarse y emprender el retorno al ser humano original, acaso cruzar llanuras y mares, arribar al momento en que toda la humanidad era una y compartía la misma lengua.